Editorial de “El País”
del 16 de septiembre de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial
que sigue para incluirlo en este sitio web
El presidencialismo de Zapatero lastra la acción del Gobierno
frente a la crisis económica
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez
Zapatero, atraviesa uno de los momentos políticos más difíciles desde su
llegada a La Moncloa. Si hasta ahora los electores y los miembros de su propio
partido habían pasado por alto los modos presidencialistas exhibidos en el
nombramiento del Ejecutivo y en la toma de decisiones, la creciente sensación
de que Zapatero actúa con imprevisión y ligereza frente a una de las crisis
económicas más graves de la historia está comenzando a pasarle factura. A lo
largo del último año, las encuestas muestran el desapego de sectores cada vez más
amplios de votantes socialistas, desencantados con los titubeos y las
contradicciones en asuntos particularmente sensibles para la izquierda y que el
propio Ejecutivo había enarbolado para colocar a la oposición entre la espada y
la pared. Entre otros, la memoria histórica, las relaciones entre la Iglesia y
el Estado o la política exterior basada en principios éticos.
Gestionar el desgaste no resulta fácil para ningún
dirigente político. En el caso de Zapatero, la tarea se complica aún más porque
el ascendiente sobre su partido no se basa en la determinación y el acierto a
la hora de dirigir un proyecto claramente formulado, sino en prometer (y
lograr) victorias electorales a cambio de que se acaten sus criterios
cambiantes en función de cada coyuntura. Si, como viene sucediendo desde el
principio de la crisis económica, surgen dudas acerca de que esas victorias
electorales puedan repetirse, es entonces su peculiar manera de ejercer el
liderazgo lo que pierde fundamento y, por tanto, lo que queda en entredicho.
Es seguramente ahí donde habría que buscar una de las
principales causas del malestar que empieza a cundir en las filas socialistas;
un malestar multiplicado por el hecho de que la actual dirección ha
desmantelado los espacios orgánicos en los que debía desarrollarse el debate
interno. Los dirigentes socialistas que discrepan del imprevisible contorsionismo desarrollado por el jefe del Ejecutivo no
están teniendo, así, otro camino que el silencio resignado o el abandono de la
política. En una sola semana, tres ex ministros han dejado su escaño y es
previsible que otros lo hagan próximamente. Consciente de esta situación -que,
sin embargo, se sigue negando-, Zapatero encara la reunión del comité federal
del partido el próximo fin de semana. Es posible que consiga suscitar un cierre
de filas en torno a su figura; pero si es a costa de aplazar los debates
reales, será un paso en falso.
Como jefe de Gobierno, Zapatero ha querido actuar con
los mismos criterios que como jefe de partido. El nombramiento de ministros no
ha obedecido a razones políticas identificables, ni su cese. Y una vez en el
cargo no se les ha reconocido una competencia exclusiva sobre su departamento,
sino que han visto constantemente zapada su labor por las intervenciones de un
presidente que los puentea y los desautoriza sin reparar en el coste político e
institucional que esta forma de actuar representa para el máximo órgano de
dirección política del país. Solbes no es el único que ha sufrido este
desgaste, pero sí constituye el caso más grave por la importancia del cargo.
Competencias relevantes como Universidades, claves
para el nuevo modelo productivo que proclama el Gobierno, han transitado sin
motivos de peso entre varios ministerios, igual que Asuntos Sociales. Los
titulares de Industria y de Ciencia se han disputado otras competencias y se
han dado hasta codazos en organismos internacionales. Vivienda se creó contra
la burbuja inmobiliaria, pero se ha mantenido con los precios de los pisos a la
baja. Y, desde el punto de vista formal y contra toda lógica institucional, el
propio presidente es responsable de Deportes.
Si el Gobierno que preside Zapatero desea alejarse de
la pendiente por la que se está precipitando y asegurar su continuidad, y, lo
que es más importante, liderar la recuperación económica y no la marcha hacia
el abismo, es preciso un cambio. Pero no sólo de unas políticas que no se sabe
bien del todo en qué consisten, sino de una forma de decidirlas y ejecutarlas
que está alcanzando unos niveles de confusión sin precedentes, especialmente en
asuntos de tanta trascendencia como la lucha contra una crisis que nos
acompañará aún mucho tiempo.