EL RUMBO DEL GOBIERNO / Y 2: EL
EMBROLLO FISCAL
Editorial de “El País” del 17 de septiembre de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para
incluirlo en este sitio web
Subir los impuestos es ahora una decisión de alto riesgo; los vaivenes del
Gobierno causan alarma
Con toda seguridad, el embrollo fiscal que el Gobierno
de Rodríguez Zapatero ha organizado este verano con anuncios sucesivos y
contradictorios, rectificaciones, desautorizaciones y vuelta a empezar, ha sido
uno de los factores que más ha contribuido a extender entre los ciudadanos la
sensación de improvisación y falta de rumbo ante la crisis económica. Su
comparecencia en el Parlamento -cabe recordar que a petición propia- sólo
añadió confusión, de tal manera que, a día de hoy, la opinión pública todavía
desconoce con exactitud qué quiso decir al anunciar un aumento fiscal de 15.000
millones en 2010.
Ni subir impuestos es automáticamente de izquierdas ni
bajarlos de derechas. Ni lo primero equivale a políticas sociales ni lo segundo
a estimular la economía. La política fiscal es, sencillamente, otro instrumento
de redistribución. Y como tal debe ser manejado con rigor y competencia. Por
eso están fuera de lugar los anuncios imprecisos e irreflexivos de subidas de
impuestos: no queda claro por qué razón Zapatero confirmó en Italia, en una
surrealista conferencia de prensa con Berlusconi, que estudia también aumentar
los impuestos indirectos, cuando debió hacerlo el día anterior en el
Parlamento, y no lo hizo.
El objetivo fundamental de la política económica es
sostener el bienestar de los ciudadanos. Y lo que está sucediendo en España es
que se está reduciendo a ritmos inquietantes el PIB por habitante, en gran
medida porque lo está haciendo el empleo. El paro ya es más del doble del
promedio de la OCDE. Detener esa sangría es la condición necesaria no sólo para
reducir pérdidas de bienestar de los ciudadanos, sino también para sanear las
cuentas públicas a medio plazo.
Una economía en la que la inversión cae a ritmos del
20% hipoteca su producción futura, su modernización y capacidad competitiva a
medio plazo. Sin un aumento de inversión pública que compense el desplome de la
privada se corre el riesgo de retrasar más la salida de la crisis.
Es pues indiscutible que sanear las finanzas del
Estado es una obligación de cualquier Gobierno. Pero las dos vías para
conseguirlo son el aumento de los ingresos y la reducción del gasto,
alternativas ambas que reducen los estímulos al crecimiento en el corto plazo.
De ahí que resulte decisivo elegir bien el momento de recurrir a cualquiera de
ellas, en particular a la subida de impuestos. Si, como ocurre en España, la recesión
es muy pronunciada y la recuperación lenta y distante, cuadrar las cuentas
públicas no puede ser la máxima prioridad. Eso no significa que el plan no
tenga que estar preparado, a ser posible con el respaldo de la oposición. Pero
su aplicación ha de esperar a que se detenga la destrucción de empleo.
Entonces, y sólo entonces, será el momento de elevar
los impuestos, una decisión que, se quiera o no, tendrá que ser adoptada para
reconducir las cuentas públicas deterioradas por la crisis. Pero antes es
imprescindible avanzar en la productividad de las administraciones públicas,
Gobierno incluido, y en la eficacia recaudatoria. También en aquellas reformas
no destructoras de empleo y favorecedoras de la modernización del país.
No parece ser ése el camino emprendido por el
Gobierno, encastillado en una rancia retórica que se olvida de la obligación
central de la socialdemocracia de compatibilizar la gestión económica eficiente
con el compromiso social, en vez de convertirlos en objetivos excluyentes. La
diferencia entre las medidas populistas y la política social es más nítida de
lo que parece entender Rodríguez Zapatero -ahí están los 400 euros-. De que lo
entienda a partir de ahora dependerá en gran parte el futuro inmediato de este
país.