CORRUPCIÓN EN ESPAÑA: "VETE A
VER A MILLET"
Informe de Agustí
Fancelli en “El País” del 18 de octubre de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el informe
que sigue para incluirlo en este sitio web
El presidente del Orfeó Català y su cómplice Jordi Montull
han urdido una espesa trama de desvíos de fondos hacia partidos políticos y
cuentas corrientes privadas que ya se cifra en 20 millones de euros. Mañana los
dos declaran ante el juez
Las imágenes televisivas del pasado 23 de julio no
diferían mucho de las de un registro policial en una sede corporativa de Wall Street o del distrito financiero de Singapur. Jóvenes con
tejanos, zapatillas deportivas y chaleco reflectante cargaban cajas en una
furgoneta aparcada junto a la entrada. Pero las oficinas eran las del Orfeó Català, en pleno centro de
Barcelona. No se trataba de ningún ataque procedente del exterior. Los agentes
uniformados no iban tocados con ningún sospechoso tricornio, sino con la
inconfundible gorra de ala caída sobre la oreja izquierda de los Mossos d'Esquadra. ¡Eran los
nuestros! Cataluña se estremecía.
Lo que ocurría ese día es de sobra conocido: el juez
había ordenado el despliegue por un presunto desvío de fondos de 1,3 millones
-que luego fueron 3,3, luego 10, ahora se habla de 20- de una asociación
cultural sin ánimo teórico de lucro.
Menos conocido, al no haber allí cámaras, es lo que
ocurría mientras tanto en el interior del edificio. Los policías habían
irrumpido en los despachos poco después de las 10 de la mañana y habían
invitado a los empleados (108, contando los acomodadores) a abandonar sus
puestos y mantenerse en lugares visibles. En la planta superior, que concentra
abigarradamente los servicios generales de la Asociación Orfeó
Català, la Fundación Orfeó-Palau
de la Música (ambas privadas) y el Consorcio del Palau
(público), los trabajadores se colocaron alrededor del lucernario que da justo
encima del escenario de conciertos. Lo primero que pensaron es que había habido
un aviso de bomba, pero pronto cayeron en la cuenta de que se trataba de otro
asunto. Conforme pasaban las horas y el ambiente se relajaba, los empleados
empezaron a preguntar a los agentes. Obtuvieron esta respuesta del más
dicharachero de ellos: "Este señor se ha creído que ésta era su
casa".
No es del todo exacto que Félix Millet
Tusell (Barcelona, 1935: cumple 74 años el 8 de
diciembre), presidente del Orfeó, de la fundación y
del consorcio confundiera su domicilio con el despacho. Como cada tarde,
pasadas las ocho, salió de la venerable casa junto a la Via
Laietana, en pleno centro, y se encaminó hacia el
Mercedes S600 donde le esperaba el chófer para llevarle a su piso de la parte
alta de la ciudad. Sólo que esta vez la puerta del Palau
era la de atrás, y el chófer intentaba ocultarle el rostro con un paraguas para
que no lo sacaran las cámaras. Como si su cara no fuera conocida. El género
judicial tiene esos tics.
Precisamente, Millet declara
mañana ante el juez, junto con su lugarteniente Jordi Montull
Bagur (Barcelona, 1942: el jueves cumplió los 67). Montull
se hacía llevar en un Mercedes S400. A él le tocaba sólo el 20% del botín. El
jefe se llevaba el resto.
Más que creerse que el Palau
fuera su casa, Félix Millet sentía que lo era, que es
diferente. Sobrino-nieto del compositor Lluís Millet,
fundador con Amadeu Vives del Orfeó
Català (1891), nieto e hijo de presidentes de la
entidad, su acceso al cargo en 1978, sucediendo al galerista Joan Anton Maragall (hijo del poeta, tío de Pasqual)
estaba escrito en las leyes de Mendel catalanas. Cuarto
de cinco hermanos, se formó en los jesuitas y en la escuela Virtèlia
-que también frecuentaron Jordi Pujol, Miquel Roca y Pasqual
Maragall-, pero nunca fue un buen estudiante. Se sacó el peritaje agrónomo y
durante la siguiente década se curtió en la antigua colonia africana de
Fernando Poo, en uno de los muchos negocios del
padre, éste concretamente dedicado a la producción de cacao y plátanos. Se
trataba de una empresa nada nuclear en el amplio holding
financiero (Banco Popular) y asegurador (Chasyr) de
Félix Millet Maristany
(1903-1967), ferviente católico y catalanista, que durante la guerra se escapó
al bando franquista con sobrados argumentos: el mismo 18 de julio de 1936 un
piquete le había ido a buscar para darle el paseíllo. En 1961 Millet Maristany fundó con otros
notables Òmnium Cultural, entidad de la resistencia
local que nunca concedió a Josep Pla el Premio de Honor de las Letras
Catalanas... ¡por espía de Franco! Albert Boadella
retrató espléndidamente, en uno de sus mejores montajes, la esquizofrenia de
esta generación de catalanistas franquistas/antifranquistas sobre la cual el
nacionalismo democrático posterior siempre pasó de puntillas, básicamente
porque desmentía el cuento del enfrentamiento entre "catalanes"
(buenos) y "españoles" (malos). Pero volvamos a nuestro hombre en
Guinea.
A su regreso, Millet
completó estudios empresariales y en 1978, ya se ha dicho, accedió a la
presidencia del Orfeó, pero la fecha clave del maledetto imbroglio actual no es
ésa, sino 1983. Ese año tuvo problemas serios con la justicia. Acusado de
estafa por su gestión en Renta Catalana, una sociedad de inversiones filial de
Banca Catalana, estuvo en prisión preventiva durante unas semanas, pero el
juicio finalmente le condenó a una pena menor: imprudencia administrativa. En
la causa se vieron implicados los diputados de Minoría Catalana Joaquim Molins, cuyo hermano Pau es el defensor de Millet, y Josep Maria Trias de Bes, los cuales eludieron el banquillo por su condición
parlamentaria. Pues bien, al año siguiente de todo este feo asunto, Pasqual Maragall, a la sazón alcalde de Barcelona, y Jordi
Pujol, presidente de la Generalitat, viejos amigos de la resistencia, acordaron
nombrarle responsable del consorcio público creado en 1981 para acudir al
rescate del maltrecho Orfeó y de su histórica sede,
que se caía a pedazos.
Probablemente ahí surgió el sentimiento de impunidad
que siempre acompaña a los grandes estafadores. Y también produjo el mejor Millet, el seductor capaz de movilizar esfuerzos, de sumar
capas, de motivar a las "400 familias de Barcelona", según su propia
definición, que se encuentran siempre en los lugares que cuentan de verdad: la
tribuna del Barça, los círculos del Liceo y del Ecuestre, el consejo asesor de
la Caixa, la junta del G-16 -el lobby del
empresariado más consolidado- y una veintena de consejos de administración,
primero entre ellos el de Agrupación Mutua, del que ha dimitido hace poco. A
partir de todos estos círculos concéntricos y de la red de intersecciones que
crean, Millet fue acumulando reconocimiento público:
Llave de Oro de la Ciudad, la Creu de Sant Jordi, que algunos reclaman que devuelva -¿por qué?, ¿Obama también devolverá el Nobel?-, o la distinción que le
concedió hace un año un grupo de empresarias en un acto presidido por José
Montilla -los tiempos cambian, pero no mucho- y el ministro de Cultura, César
Antonio Molina: el premio se titulaba, con sentido profético, Ciudadano que nos
Honra.
Un triunfador, vamos. Pero un triunfador barcelonés,
que es algo especial. Enérgico sin duda, a la hora de emprender la gran reforma
del edificio de Domènech i Montaner: armado con un
trozo oxidado de viga modernista se fue a ver a Pujol y obtuvo ayuda para la
primera reforma, realizada entre 1983 y 1986. No topó siquiera con la iglesia,
la de Sant Francesc de Paula, que surgía justo al
lado de la fachada principal. Primero consiguió rebanarle el ábside al templo
para abrir una plazoleta y más tarde (1999) logró eliminarla. Hay una anécdota
al respecto que a él le gustaba contar. Al parecer, existe un periodo de
desacralización de un recinto de culto, que puede alargarse unos meses. Él
tenía prisa, de modo que hizo gestiones en el Vaticano para enterarse de cuánto
valía saltarse el plazo. Pagó, y listo. Tampoco el dinero para esa reforma era
suyo. Mayoritariamente se lo había cedido José María Aznar cuando gobernaba con
CiU, unos 15 millones de euros. ¿A qué viene asombrarse ahora de que Millet fuera nombrado patrón de Catalunya Futur, sucursal catalana de la FAES? Es la cortesía mínima.
Millet es un hombre cortés, un tanto retraído, poco amigo del
exhibicionismo, salvo en alguna frivolidad como algún viaje a las Maldivas.
Viste sin aliño y es poco exigente en la mesa: se chifla por las ostras, pero
el vino se la trae al pairo. No le ha gustado nunca salir en los medios de
comunicación, prefiere los consejos de administración en penumbra. En el
despacho se mostraba siempre atento con los empleados, nunca olvidaba
preguntarles por sus familiares. Cada fiesta de Sant
Jordi, el personal recibía una plantita y por Navidad tenía lugar una cena con
sorteo. Una empresa familiar, con la continuidad asegurada: por sus hijas Laila y Clara, y por Gemma Montull, directora financiera de la entidad, hija de su
socio.
Es decir, Millet tiene la
culpa, pero acaso no toda la culpa, como dan a entender las élites que lo
encumbraron. Ha contado con una sociedad política y económica que le daba alas
y en la que se había extendido la frase de "Vete a ver a Millet". La pronunció cándidamente Àngel
Colom, hoy militante de Convergència, cuando
reconocía haber recibido ayudas del Palau (72.000
euros) para liquidar la fracasada operación del Partit
per la Independència que había liderado años atrás.
No aclaró quién le aconsejó dirigirse a esa ventanilla. En todo caso, la
generosidad de Millet no era ningún secreto. La
Fundación Trias Fargas (CDC) puso el cazo y se llevó
630.000 euros entre 1999 y 2008 para presuntas actividades culturales. En 2002
ya hubo una denuncia anónima a Hacienda, y también un informe de la Sindicatura
de Cuentas que había detectado "anomalías". No se hizo nada. Por
cortesía.
El historiador Joan-Lluís Marfany
ha investigado a fondo la cultura del catalanismo, que se forja en las décadas
a caballo de los siglos XIX y XX, y ha descubierto una estructura repetida
hecha de capas superpuestas alrededor de un núcleo que es la idea romántica de
patria. Una patria que no se puede explicar, sino sólo vivir. Los modernistas
se consideraron a sí mismos hombres "de la céba",
de la cebolla, en la doble acepción de hortaliza y de idea fija. Pero las
formas que esta estructura tomó a lo largo del siglo XX fueron variadas: la
rosa, la piña, la alcachofa de Dalí, la col bajo la que se esconde el Patufet del cuento infantil. Los castillos humanos, la
sardana y los orfeones son sumas que pivotan sobre un centro. Y de ahí al
"pal de paller" de la CDC de Pujol, el palo
que sostenía todas las pajas políticas, va un paso corto.
Un coro es la esencia de ese espíritu. Y un coro con
himno propio más. El Orfeó lo tiene: El cant de la senyera. Está en la
tonalidad optimista de la mayor y la indicación del tempo es: "Enèrgic, Majestuós". Félix Millet iba poco a los conciertos, pero nunca fallada en el
del 26 de diciembre. Escuchaba ese himno de pie, enérgico y majestuoso. Con la
mano sobre el corazón.