LA CONSTITUCIÓN NO ES NUESTRA MADRE
Artículo de José Javier Esparza en “El Semanal Digital” del 05.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
5 de diciembre de 2005. Está muy
bien defender la Constitución, aun en solitario. La Constitución garantiza (o
debería) la unidad nacional y las libertades; su defensa sólo puede molestar a
quien desea privarnos de tales cosas. Por eso lo escandaloso de la manifestación
del sábado no fue que el PP la convocara, sino que el PSOE la censurase. En esa
irritación socialista hay algo oscuro, sobre todo si observamos quiénes componen
el coro. He aquí a un Gobierno de la nación cuyos aliados son los enemigos
declarados de la nación. Pasmoso.
Lo que quizá sea oportuno decir es que, en la hora actual, no basta con defender
la Constitución. Porque lo que está bajo amenaza no es la Constitución, sino la
vigencia de España como identidad nacional. Parapetar la defensa de España tras
la defensa de la Constitución es un ejercicio que comporta riesgos. Por ejemplo,
puede hacer pensar que España sólo es defendible si se rige por un orden
constitucional. Pero una nación no es un régimen; es una tradición, es decir, un
legado (traditio). Un régimen es algo contingente, perecedero; una pertenencia
nacional es un hecho de vida, algo que nos acompañará siempre. Si nuestro
régimen nos escandaliza, nos humilla, nos avergüenza, podemos luchar por
cambiarlo: así habremos servido a la nación. Pero si por vergüenza de un régimen
abomináramos de nuestra nación, entonces estaríamos actuando como el niño que
rompe un juguete por no poder poseerlo. Ésa ha sido la actitud de la izquierda
española desde los años sesenta hasta bien entrada la transición –hasta hoy
llega la pataleta-, y no fue el régimen de Franco, sino la nación española,
quien está pagando ahora las consecuencias.
La Constitución es un instrumento al servicio de la nación; de su libertad, pero
también de su unidad. La nación no es una entelequia pasional, tal y como
machaconamente nos sugiere el discurso dominante; es la forma que la voluntad
política de una comunidad adquiere en la historia. Esto no tiene nada que ver
con esencialismos opresivos ni con coacciones tribales. Es, sencillamente, una
realidad dada. Por supuesto que hay una histeria de la comunidad, pero también
hay una histeria del individualismo –ese individualismo que lleva a creer que
uno puede organizar su vida política al margen de la comunidad. Y hoy, en
España, lo que falta no es conciencia individual, sino conciencia de comunidad.
Esto no quiere ser un reproche al PP, sino más bien un estímulo: que den ese
último paso que todavía les separa de la abierta y nítida defensa de España como
nación, que venzan ese visible complejo que todavía les obliga a envolverse en
pretextos constitucionales. Lo que hoy está en juego no es la Constitución: es
España misma, esa traditio que unos recusan y otros desdeñan.
Si no hubiera España, la Constitución no sería más importante que la ley de
arrendamientos urbanos.