FAUNA POLÍTICA: EL PROGRE
Artículo de José Javier Esparza en “El Semanal Digital” del 06/05/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
6 de mayo de
2005. El progre de verdad era el de la transición: una minoría social,
profesional y urbana, que rendía culto a los fetiches de Polanco y se veía
vanguardia de la luz en la España oscura del post franquismo. Eran gentes de
barba, gabardina y pana; ellas, de pelos afro y vestidos hippies de boutique. Se
divorciaban mucho y desataron la fiebre del adosado. Se desparramaron por el
poder en 1982, pero eso significó su degeneración como especie: millones de
ciudadanos quisieron ser también "progres", de manera que la etiqueta perdió
aquel encanto de origen, aquel sentimiento de tribu elegida. Con Felipe, de la
pana se pasó al chándal, nuevo traje étnico de la España socialista. Y los
progres más afortunados reaccionaron pasándose a la beautiful people, que
desplazó a los ricos de Franco en la cúspide del poder social.
Lo que hoy queda del progre es una versión masificada, vulgar: de las gafas de
Umbral hemos descendido al beso de Zerolo. El progre ha perdido el encanto de lo
minoritario, aunque, en compensación, se han definido y simplificado los
perfiles del tipo. Así vemos que la característica fundamental del progre es la
obsesión por el cambio: en su magín, todo cambio es siempre no sólo conveniente,
sino incluso necesario. La pregunta acerca del punto de destino carece de
importancia; lo importante es cambiar. De manera que el progre puede defender la
desintegración de España, el matrimonio homosexual, el sacerdocio femenino, la
acogida masiva de inmigrantes o la vasectomía forzosa para padres de familia
numerosa, sin preguntarse por qué ni para qué: basta tener la certidumbre de que
todo eso representará un cambio. Inquietud morbosa por el cambio continuo que no
deja de ser reflejo de una civilización incapaz de estarse quieta, estéril para
el sosiego, incompatible con nada que pueda llamarse "permanencia". Culo de mal
asiento, histerismo de la modernidad.
El progre encarna el espíritu de las "clases semicultas", estrato muy visible en
las sociedades de masas: ha leído lo suficiente para considerarse superior, pero
no lo bastante para entender lo que leía –y justamente por eso, por ignorancia,
se considera superior. El barniz cultural de dominical de El País lo combina con
una inclinación enfermiza, como de modistilla, hacia la moralina sentimental,
que es la forma posmoderna del liberacionismo. Por eso le gusta soñarse en la
piel de los grandes oprimidos: negros o indios en América, judíos en Auschwitz,
palestinos en Israel… Como es una posición que nace de la entraña miserabilista,
y no de la razón política, la opción sentimental conduce al absurdo: defensa de
Fidel Castro, simpatía hacia el nacionalismo vasco… ¿Contradicción?
Racionalmente, sí; sentimentalmente, no, porque su objetivo es mantener la buena
conciencia y maquillar un tipo de vida escandalosamente burgués.
Individualista, hedonista, narcisista, materialista, el progre estima que el
orden social gira en torno al propio ombligo. La finalidad del Estado –piensa–
es hacerle feliz, o sea, salario asegurado, ocio de calidad y mucha prédica
sobre la paz y el diálogo para no perder la buena conciencia. Quien le ofrezca
eso suscitará su adhesión.