UN PAR
DE COSAS SOBRE MARÍA SAN GIL Y EL PP
Artículo de José Javier Esparza en “El Manifiesto” del 16 de mayo de 2008
Por su interés y relevancia he seleccionado el
artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
María San Gil, líder del PP en el País Vasco, ha dicho que se baja del
tren de Rajoy y compañía. Una inmediata ola de simpatía ha cruzado España;
simpatía hacia esa valiente mujer, por supuesto. Pero que nadie se haga
ilusiones. Como este escriba, cuando trabajó para el Gobierno, no juró guardar
secreto sobre las deliberaciones del consejo de ministros, ni de la comisión de
subsecretarios y secretarios de Estado ni de la asamblea mayor de bedeles, es
posible contar una historia que pesa mucho más que una anécdota. Va de María
San Gil. Y por ella.
Ocurrió hace algunos años. El PP gobernaba con comodísima mayoría
absoluta. El problema vasco, no obstante, se agudizaba por la deriva radical
del PNV, la deserción del PSOE del “bloque constitucional” y la fuerte campaña
anti Aznar dirigida desde Prisa. Era preciso mostrar a la opinión pública vasca
que el Gobierno de Aznar no daba la espalda a aquellas tierras, sino que
invertía en el País Vasco cuantiosas cifras de los presupuestos generales del
Estado.
Los que trabajábamos en puestos directivos de la Administración
comenzamos a recibir llamadas de la oficina de María San Gil. Nos pedían algo
simple para cualquier burócrata bien organizado: cifras de inversión en las
tres provincias vascas, por concepto y año. También pedían algo más difícil,
pero no imposible: ver dónde y en qué se podía aumentar la inversión. Algunos
enviamos el material prácticamente a vuelta de correo (electrónico). Muchos,
sin embargo, ni se dignaron contestar. Recuerdo con perfecta claridad los
comentarios despectivos de algunos capitostes de la Administración: María “sólo
es una secretaria, ¿quién se ha creído que es?”. A ella no le llegarían esos
comentarios, supongo, pero sí le llegó el desdén: escasísimas respuestas a su
petición.
María se enfadó, como es lógico. Protestó ante quien debía
hacerlo: Aznar en persona. Semanas después de aquella primera petición, todos
los subsecretarios del Gobierno –las gentes que de verdad administran el
Presupuesto- recibieron una inesperada convocatoria: el Gran Bigote los
convocaba en La Moncloa. Cuando los tuvo a todos reunidos, Aznar hizo entrar a
una invitada especial: María San Gil.
Aznar les habló claro: tenían que dar a María lo que ésta pidiera;
pronto y sin excusas; era una orden. Fue digno de verse: cuando se conoció la “aznarada”, los mismos que desdeñaban a la heroína del PP en
Guipúzcoa, puro frente de guerra, se deshacían ahora en elogios a aquella mujer
que, evidentemente, sabía qué terreno pisaba. No sé si María San Gil logró toda
la información que necesitaba. Lo que sí me consta es que meses después, pasado
el susto de aquella intervención del Gran Bigote en carne mortal, a más de uno volví
a escucharle comentarios despectivos hacia María, doblados ahora, además, con
el rencor de quien se había visto humillado.
Sería difícil explicar a aquellos rencorosos que la vida se ve de
distinta manera cuando te han matado a un amigo ante tus mismos ojos, cuando
todos los días te levantas pensando que cualquier cosa puede pasar, cuando a
todas horas te cruzas en la calle con una, dos, cien miradas que no pueden
ocultar su instinto homicida. Y cuando todo eso te pasa por defender las siglas
bordadas en el mullido cojín donde el rencoroso apoya sus riñones. La próspera
tranquilidad de los burgueses suele construirse sobre el sacrificio de unos
héroes a los que el burgués, inevitablemente, termina desdeñando. Pero con ese
desdén estúpido firma su sentencia de muerte.
El PP puede ser un partido. Tiende, empero, a no serlo. De hecho,
suele comportarse como un club de señoritos, sobre todo desde que ocho años de
gobierno hicieron nacer una pequeña elite de profesionales de la política que
nunca han tenido que patearse un mercado para pedir un voto, enfrentarse a una
asamblea de vecinos para explicar las propias posturas, ya no digamos poner la
cara para que te la partan en un municipio batasuno. Esa elite de señoritos es
la misma que ahora juega a las estrategias y se quita de encima “caspa
derechista” para parecer más simpática, más “progre” a ojos de la prensa del
enemigo.
“Todos somos María San Gil”, ha dicho ahora alguno de los que, sin
embargo, le clavarían encantados el puñal de las grandes purgas. Si esa gente
gana en las actuales querellas del PP, ese partido merecerá morir. Y cuando ya
nadie se acuerde de los señoritos, todos seguiremos teniendo presente el
ejemplo de María San Gil.