EL LARGO
VIAJE DEL PP AL CENTRO… DE UN AGUJERO NEGRO
Artículo de José Javier Esparza en “El Manifiesto”
del 27 de mayo de 2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Parece que la clave de la crisis del PP está en un nuevo giro al centro.
Más precisamente: un nuevo giro hacia lo que la izquierda dice que es el
centro. De momento, el baile ha costado el abandono de dos auténticos mitos
políticos como María San Gil y Ortega Lara. En el lado contrario aparecen
Alberto Ruiz Gallardón y nada menos que Manuel Fraga. El cual, por cierto, fue
el primero que habló de “centro” en estos lares allá por los primeros setenta.
Claro que, desde entonces, el mundo ha dado la vuelta varias veces.
La ofensiva centrista del PP ha dibujado un ancho arco que va desde el
viejo Fraga hasta el joven Lasalle pasando por el intemporal Gallardón. A los
liberales les ha cabreado mucho porque ellos, por lo general, tienden a pensar
que son el centro: el centro del mundo y el centro del mapa político, un
paraíso de bondad entre las peligrosas derivas de conservadores y socialistas.
Pero, claro, ocurre que el centro, a su vez, cambia de lugar según las
circunstancias, y así anda toda la derecha española descolocada: porque no
quiere ser derecha, sino centro.
Conste que en eso del centro Fraga tiene mucho que decir. El primer
planteamiento teórico del centro político en España es precisamente de Fraga y
nada menos que del año 1969; luego lo expuso en su “Teoría del Centro” de 1973.
En aquellos años, los que vislumbraban un futuro inmediato en democracia no
dudaban de que el portavoz del centro político en España sería
precisamente Fraga, que se contaba entre los más liberales de los hombres del
régimen de Franco. Después, como es sabido, a Fraga le birlaron el invento: se
lo birló una generación que acababa de descender del árbol de la extrema
derecha, es decir, del Movimiento Nacional, y a Fraga lo convirtieron en el
ogro de la derecha dura. Así se escribe la historia.
¿Qué decía Fraga en aquella teoría del centro? El centrismo, para Fraga,
era al mismo tiempo un estilo –un talante- y un posibilismo: “La línea de lo
posible entre la derecha inmovilista y la izquierda utópica”. Como talante,
remontaba el centrismo a la idea aristotélica del “justo medio” en tanto que
eje de la virtud. Y como posibilismo, Fraga apuntalaba su teoría con el hecho
de que las clases medias, que son los grupos mayoritarios en las sociedades
desarrolladas, se sienten inclinadas hacia actitudes de centro. O sea que el
centro es, además de civilmente virtuoso, políticamente rentable. Otrosí, el
centrista no es ni conservador ni revolucionario, sino reformista: ni rechaza
el orden establecido ni lo acepta incondicionalmente, sino que desea
“transformarlo selectiva y evolutivamente”, es decir, en sectores determinados
y de modo progresivo y sin violencia. Entre una derecha que cree en la
autoridad y a veces degenera en la fuerza, y una izquierda que cree en la
igualdad y a veces degenera en anarquía, el centro es el recto camino del
Derecho que regula las libertades individuales y colectivas. Pero el centro no
es un “tercer partido”, un “partido del medio”, sino una orientación de
conducta común a dos grandes partidos: uno de (centro)-derecha y otro de
(centro)-izquierda.
El centro envejece
Fraga formuló su teoría en una época en la que todavía se vivía la pugna
entre dos modelos de sociedad: el capitalista y el socialista. El centro era un
lugar de encuentro y sobre todo una garantía de resolución pacífica de
conflictos. No significaba, en su caso, la renuncia a los principios
fundamentales de una visión del mundo: libertades individuales, derecho público
de tradición cristiana, economía de mercado, etc. Después, sin embargo, el
mundo cambió. El socialismo marxista desapareció como modelo de sociedad
alternativo. En su lugar se difundió una nueva visión de las cosas simplemente
“progresista” –en realidad, nihilista- que no censuraba en modo alguno la
economía de mercado ni la gestión tecnocrática de lo social. Esa nueva visión
triunfó allá donde el marxismo había fracasado: la penetración pacífica en la
mentalidad de las muchedumbres.
En la nueva situación, el centro perdía cualquier referencia sólida. Antes
era una práctica subordinada a unos principios; ahora, disueltos los
principios, ¿qué otro sentido podría tener? Sólo éste: el de una forma de
gestión de la realidad social preexistente. Y eso es exactamente lo que
significa el centro cuando lo enuncian bocas como las que ahora quieren cortar
el bacalao en el PP: adaptarse al paisaje renunciando a pintarlo de ningún
color. Ya no se trata de proponer una idea de la democracia, una idea de la
sociedad, una idea de la nación, sino que simplemente se aspira a gestionar una
realidad que viene dada de antemano, prescindiendo, por supuesto, de la enojosa
pregunta sobre quién ha fabricado esa realidad. Contra lo que se dice por ahí,
esto ni es nuevo en el PP ni es cosa sólo de Gallardón: desde antes de 1996
Aznar hablaba de la renuncia de su partido a “cualquier a priori ideológico o
estético”. Desde entonces hasta hoy, los aprioris los han puesto otros:
la izquierda.
Por eso hoy, aquí y ahora, el “giro al centro” no significa más que una
claudicación general: adaptarse a la confederalización
del Estado, al debilitamiento de la unidad nacional, al adoctrinamiento
progresista en la escuela, etc. El centro, hoy, es vivir mentalmente en el
mundo que la izquierda preconiza.
El centro nunca ha significado nada en el terreno de los principios y de
las ideas. Es una etiqueta de tipo afectivo, de implicaciones más psicológicas
que políticas, que ante todo comunica una impresión de moderación y templanza,
y que lo mismo podría ejecutarse desde un partido socialista que desde otro
conservador (incluso desde uno liberal). En el caso concreto de la derecha
española, la permanente búsqueda del centro no es más que una consecuencia de
su temor a aparecer como derecha. Dado que la cultura social viene marcándola
la izquierda desde los años 70, la derecha es incapaz de explicarse por temor a
ser mal entendida. Lo único que puede argüir en su favor es el espíritu de
moderación y la eficiencia técnica (sensatez, inglés y nuevas tecnologías).
Pero basta con que la izquierda sea capaz de presentarse como moderada y
eficiente –aún mintiendo- para que ese argumento se disuelva como un
azucarillo. Y eso es lo que hoy le pasa a la derecha.
(El centro es una engañifa. Así de simple. Pero valía la pena dedicar mil
palabras a explicarlo).