AYUDANDO A ETA Y AL «PLAN»
Artículo de Iñaki Ezkerra en “La Razón” del 25/10/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Zapatero va a hacer un experimentito con el referéndum de Ibarretxe que puede
ser tan trascendental para la Historia de la Ciencia como la manzana de Newton.
A uno siempre le ha chocado que un sabio necesitara que una manzana le cayera en
el cogote para descubrir la «ley de la gravitación universal». No soy el único.
Esa compartida extrañeza es la que ha llevado a cuestionar la propia anécdota
que es algo así como una viñeta de tebeo del empirismo. Pero a Zapatero la
viñeta es lo que le gusta. Si la manzana o el referéndum no le caen en el cogote
la cosa ya no tiene gracia. Por eso ha decidido derogar la reforma penal del PP
que sancionaba la convocatoria de consultas de autodeterminación y por la cual
Ibarretxe podía acabar en el trullo. Zapatero ha pedido a los Magos un
«minilaboratorio del pequeño gran físico» para formular una nueva «ley de la
despenalización particular» que permita que el referéndum le dé un buen leñazo
en la cabeza. Entonces dará a conocer al mundo su teoría: «Si un nacionalista te
desafía y tú le dices que adelante, su referéndum se aproxima a ti con una
fuerza directamente proporcional a la masa de cada uno que garantiza el
coscorrón y la posibilidad de acabar ambos como el rosario de la aurora». El
famoso «choque de trenes», al que nos iba a llevar Jaime Mayor no sería nada al
lado de esto.
Los nacionalistas le han dejado claro a Zapatero que son insobornablemente
desleales. Pero Zapatero se ha empeñado en dar a los nacionalistas una
oportunidad sin precedentes para que demuestren todo lo desleales que son y que
pueden llegar a ser así como para que, una vez concluida la crónica de esta
deslealtad anunciada, él pueda lamentarse con conocimiento de causa –y efecto–
de lo desleales que son los nacionalistas. Ya que la reforma penal no se ha
anulado aún y sigue por lo tanto vigente, yo pienso que estamos a tiempo de
encerrar al propio Zapatero por incitador al delito y corruptor de nacionalistas
apacibles y tranquilos. Y es que, si alguno de ellos tenía alguna duda para el
desafío, ahora ya no se lo va a pensar dos veces. A Zapatero yo ya lo veo con
una gabardinilla de pervertidor y repartiendo feliz referendos a las puertas de
los colegios.
El problema de Zapatero y del PSOE es que, al estar ambos vaciados de
ideología, no les entra en la cabeza la envergadura ideológica de la deslealtad
nacionalista. No han entendido aún que unos partidos que están dispuestos a
implicarse, como lo han hecho, en la estrategia y en los valores de ETA, a
quitarse la máscara y a llegar adonde han llegado, a servirse de todas las
fisuras del sistema democrático y a abrir otras nuevas, no se pueden permitir
desaprovechar la menor puerta que se les abra voluntariamente. Si Ibarretxe no
convoca su referéndum, con todas esas facilidades que se le dan, no será ya por
lealtad ni gratitud al talante sino porque desconfíe de los resultados. El de
Zapatero es un problema de fondo que tiene ese partido y que es el que llevó a
decir a varios de sus representantes que el artículo 155, que contempla la
suspensión de la autonomía, había sido redactado «para no ser aplicado». El PP
se excedió en sacar demasiado a pasear el fantasma de ese artículo porque una
cosa es recordar que existe y otra estar todo el día esgrimiéndolo. Pero entre
esgrimirlo todo el día y decir que no se va a aplicar nunca hay un término
medio. El inconveniente que tiene la suspensión constitucional de una autonomía
es que abre un paréntesis que sólo puede cerrarse con el levantamiento de esa
suspensión y con el regreso al punto de partida, es decir el mismo inconveniente
del desistimiento socialista: es pan para hoy pero hambre para mañana. Si no hay
una ideologización de la ciudadanía detrás del 155 éste se vuelve tan ineficaz
como la retirada táctica que propone Zapatero al cargarse la reforma penal del
PP. Uno y otro camino nos terminan conduciendo al mismo lugar de indefensión
absoluta ante el fanatismo nacionalista que, por tal, es fanatismo ideológico.
En la cinematografía del horror es ya un tópico que el monstruo al que no le
matan las tiros ni las flechas, ni el fuego ni la bomba atómica, tenga una
secreta y ridícula debilidad. Le mata por ejemplo una bala de plata o la lectura
de un conjuro. El gran precedente dentro de ese cine son las estacas que había
que clavar en los pulmones de los vampiros a los que ni la luz del día ni los
crucifijos ni las ristras de ajos lograban aniquilar del todo y el antecedente
literario es el talón de Aquiles. Pues bien el arma secreta, la bala de plata,
el conjuro, la estaca, el antídoto contra el nacionalismo es la ideología
cívica. Lo que no pueden hacer las fuerzas de seguridad ni las prohibiciones
legales ni los gales ni las amenazas de ruina económica sólo lo puede hacer la
pertinaz difusión de los valores democráticos y ciudadanos, esa arma que aún no
ha sido probada de verdad por ningún partido y que es con la única con la que se
puede librar una batalla que es ante todo ideológica. Con palabras de César
Alonso de los Ríos, «en esta situación ni un ministro de Interior puede
limitarse a actuar correctamente sino que debe ser ideológico como, para
desgracia del PSOE, lo fue Mayor». En efecto, el PP dio algunos pasos, pero
acabó dejando el lenguaje de la ideología para decantarse por el lenguaje de la
guerra y el mutismo del pragmatismo más chusco. En cuanto al PSOE, esa expresión
–«batalla ideológica»– no sabe ni lo que significa. Hacer ideología significa
decir que «ni ETA ni el nacionalismo tienen razón». Todo lo que sea reformar
estatutos y actuar de sucedáneo del Plan Ibarretxe es dar la razón a ese plan y
a ETA. La gente prefiere el azúcar al sucedáneo, el original a la copia.