SE LEVANTA EL TELÓN, DECIDE EL PRESIDENTE
Artículo de Fernando Fernández en “ABC”
del 11 de junio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Muchos
nos alegramos del fin de la serie de ficción sobre la negociación de la reforma
laboral por una sencilla razón: porque no se puede hacer tortilla sin cascar
huevos. No se puede pretender que sindicatos y patronal, los principales
beneficiados de un modelo fracasado de relaciones laborales nacido del franquismo
y aggiornado a la democracia en el Estatuto del Trabajador del año
80, acuerden renunciar a sus privilegios. Es verdad que a veces sucede; son
célebres los cuarenta de Ayete, que acordaron
suicidarse políticamente para permitir el advenimiento de la democracia, pero
no es lo normal. Aunque esa ilusión permanece tan instalada en la narrativa
democrática española que ha impedido, por ejemplo, la reforma educativa, porque
se pretende que surja de los propios profesores, y se nombra ministro
responsable al presidente de la conferencia de rectores, un amigo al que le
tengo el mayor aprecio personal y profesional, pero ese no es el caso, o
ministra de Cultura a la presidenta de la Academia del Cine. Es como encargar
la reforma de las cajas de ahorros al presidente de la CECA o la modificación
de la regulación financiera internacional al presidente de la AEB. En
democracia es obligado escuchar a las partes, pero es una irresponsabilidad
dolosa concederles derecho de veto. Es un vestigio del corporatismo
arraigado en el subconsciente colectivo español, porque ha sabido transformarse
en cogestión democrática e incluso en expresión de la sociedad civil.
Llega el
momento de levantar el telón y el presidente Zapatero está solo en el
escenario. Tiene ante sí —tenía hace meses, pero ha sido fiel a su modus
operandi de no resolver un problema hasta que lo ha podrido antes, para así
aparecer como salvador del caos que él mismo ha creado— toda la información
relevante, las distintas alternativas de reforma laboral con los costes y
consecuencias políticas y económicas de las mismas. Muchos economistas confían
en la racionalidad final de su decisión porque confieren a la presión
internacional un poder taumatúrgico, o porque piensan que el aprendiz de brujo
de León no tiene más principios que su propia supervivencia. Pero hay otro
escenario posible: que Zapatero aplique la táctica utilizada en el Estatuto de
Cataluña. Una táctica que le dio rédito electoral y que consiste en salir del
apuro como sea, dándole al interlocutor lo que haga falta sin preocuparse
demasiado por las consecuencias, porque no tiene intención alguna de cumplir,
sino que se reserva el derecho de modular la aplicación de la reforma a sus
intereses electorales. Es un escenario tremendo para la economía española
porque perpetuaría la imagen de imprevisibilidad, de falta de criterio, de
pérdida de credibilidad que nos está matando como país. No creo que quepa
esperar milagros; milagros que, para que sirvan para algo, habrían de repetirse
con urgencia en la reforma de las pensiones, del sistema financiero y de la
estructura y coste de las administraciones públicas. Estos milagros laicos
exigen una convicción política, una consistencia temporal y un concepto de
Estado y de su propia responsabilidad incompatibles
con la trayectoria personal del presidente. Pero seamos ilusos una semana más.