FICCIONES NACIONALISTAS
Artículo de Fernando Fernández en “ABC” del 07/05/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
El debate
sobre financiación autonómica ha nacido viciado de poder. No se trata de
determinar un modelo racional que permita una financiación suficiente para los
distintos niveles de gobierno y un grado de autonomía política que obligue a
cada uno a asumir el coste de sus decisiones. Ése es el debate en los Estados
federales modernos. Aquí en esta España que ha pasado de ser el milagro al
puzzle de Europa, se ha planteado de una forma más castiza: yo me quedo con lo
mío y a ti te doy lo que me sobra. Un planteamiento que se atiene mucho a la
imagen de la España pasional que tenían los viajeros ingleses del XIX, y que
curiosamente ha echado raíz en Cataluña.
Bien pensado no es tan sorprendente, porque el nacionalismo ha sido
históricamente una respuesta al miedo a perder privilegios con el cambio social
producido por la revolución industrial. No hay mejor política social que el
crecimiento económico, como demuestra hoy China. Pero también produce grandes
desequilibrios e importantes pérdidas de influencia. Algo de eso, me temo, le ha
pasado a la burguesía catalana, que ha reaccionado como la Castilla miserable
ayer dominadora de Machado cuando culpa al sistema de financiación de su
decadencia económica relativa. Y cae en el victimismo, sin aceptar siquiera como
hipótesis que se ha podido hacer mal uso de una capacidad de gobierno sin
precedentes. Que la industria cultural, por ejemplo, se haya trasladado fuera de
Cataluña no es culpa de las insuficiencias del Estatuto, sino consecuencia de
una política lingüística empobrecedora que confunde idioma con cultura. Que el
argumento sea falaz, da igual. Porque las buenas novelas son mucho más eficaces
que los mejores ensayos parra propagar ideas y creencias.
No se trata por tanto de una cuestión de financiación, sino de poder. De la
ambición de los caciques locales por recuperar el control de un mundo que se les
escapa irremediablemente de las manos. El problema no está en el porcentaje de
impuestos que se transfieren, lo que podría discutirse racionalmente comparando
el coste de las competencias asumidas y las que permanecen en la administración
central o local, asegurando incentivos adecuados para que las Autonomías tengan
que asumir también el coste político de sus decisiones. Sino en la presunta
relación bilateral con el gobierno central y en la Agencia Tributaria propia.
Porque supone aceptar la tesis identitaria de una soberanía original. Aunque las
encuestas del CIS digan insistentemente que los españoles no consideren una
prioridad la reforma de los estatutos. Cuestión que sólo motiva a los políticos
locales que ansían aumentar su poder, fortalecidos por una ley electoral que les
concede capacidad decisoria a la hora de formar gobierno y a un ejecutivo en
minoría que ha hecho de la necesidad modelo de estado. Sin reparar en las
consecuencias.