Artículo de Fernando Fernández en “ABC”
del 05 de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
EL
gobierno no se entera. O, lo que es peor, no quiere enterarse, porque sus
técnicos de Economía se lo están diciendo por activa y pasiva. La situación
económica es muy mala, no voy a repetir aquí las cifras, pero la gestión de la
crisis es peor, lamentable, de manual de cómo no hacer las cosas. Lo de esta
semana ha sido para despedir a medio Gobierno, aunque, bien pensado, el
problema está en un presidente que considera prioritario irse a rezar
laicamente con Obama mientras el país se consume en
el desconcierto. Conseguir enfrentarse con sindicatos, con su propio partido,
con todo el espectro de la oposición, con comunidades autónomas y
ayuntamientos, con los analistas internacionales más reputados y la prensa
económica de referencia, es verdaderamente un acontecimiento planetario. Que
estamos pagando todos los españoles, y, si no, vean el precio que han tenido
que pagar el Tesoro y el ICO para colocar sus emisiones de deuda.
El
Gobierno tiene un problema serio. Ha estado tres años ocultando la realidad,
presumiendo como un niño con zapatos nuevos y el viernes pasado tuvo que
decretar el estado de emergencia económica. Como si fuera un huracán. Y la
gente no entiende nada. Su credibilidad era escasa, pero tras el hecho insólito
de retirar en dos horas el Programa de Estabilidad por puro miedo, es ahora
inexistente. Es malo no hacer reformas, es peor retirarlas una vez presentadas
porque no se tiene la habilidad ni el coraje político suficientes. Es estúpido
lanzarse a criticar a diestro y siniestro al mundo mundial. Sobre todo porque
todos ellos -Blanchard, Krugmann,
Almunia, todos menos Roubini, que yo sepa- han sido
invitados repetidas veces a España en los últimos tiempos y recibidos en
Moncloa con foto incluida. Tuve la oportunidad de departir con Blanchard (hoy FMI) y Krugmann y
decían exactamente lo mismo: que si España no ajustaba sus salarios reales y
liberalizaba su mercado de trabajo sería víctima del euro. La única diferencia
es que hoy se ha acabado la paciencia. Porque ya se han perdido seis años.
Como
economista me indignó oír el miércoles a la vicepresidenta Salgado echar la
culpa a sus colaboradores porque creían que estaban redactando un documento
técnico y desconocieron las servidumbres políticas del mundo real. Con esa
frase, repetida varias veces, se ha cargado a todo su equipo y le ha hecho un
gran favor a los especuladores. Esto se empieza a parecer cada vez más a la
caída de la libra esterlina que propició Soros. Porque el Gobierno ha hablado y
ha dicho que no tiene lo que hace falta. Ha puesto por escrito lo que habría
que hacer, pero ha dejado claro que no lo va a hacer. Si no va aumentar la edad
de jubilación ni el período de cotización para el cálculo de la pensión, si el
presidente mismo ha ordenado retirar la única propuesta seria de reforma
laboral, como era el contrato único, ¿quién se cree que van a reducir casi tres
puntos del PIB la masa salarial de los funcionarios o las transferencias
corrientes? Todo el documento enviado a Bruselas es papel mojado, una
declaración del borracho que suplica la última copa mientras promete
solemnemente que va a dejar de beber. Pero el barman está harto, ya ha perdido
mucho dinero con este cliente.
Carthago delenda est.
España aparece hoy irremediablemente condenada a un largo período, diez años
parecen muchos, pero Japón lleva veinte, de estancamiento económico, desempleo
masivo y deterioro progresivo de los servicios públicos. La vida política se va
a envilecer hasta niveles insoportables. El debate económico racional, y con él
las posibilidades de recuperación, han caído víctimas de la incompetencia, la
demagogia y la falta de escrúpulos de este Gobierno. Que no nos culpen a los
demás si ellos han decidido sacrificarnos en el altar de sus propias obsesiones
ideológicas.