CARTA A MIREIA
De Francisco Milà Rigual, 02 de octubre de 2009
Francisco Milà Rigual es el pseudónimo de
un amigo realmente existente, que está “Cansado del imperio creciente de las falsedades y falacias… (y
que cree) que hay que empezar a moverse, porque en este país parece que sólo
tienen voz los cretinos”.
(L. B.-B.).
Querida Mireia, recibí la tuya, en la que me participabas de tus ilusiones, ahora que te has emancipado de la familia y te instalas en una antigua casa de campo, bordeando el lago de Banyoles, inmersa en un paisaje rotundo que te sirve de inspiración para tu incipiente carrera de pintora. Me dices que la belleza del entorno, el colorido, el aire y el aliento de las gentes del lugar te reafirman en la convicción de que estamos en un país diferente de España, y por esto tratas de convencerme de que avale moralmente tu deseo de independencia. Dices que no ves ninguna razón por la que Catalunya deba seguir siendo parte de España y reclamas el derecho a decirlo así, a la manera pacífica y, según tus palabras, "democrática".
Por el hecho de reconocerte este derecho debes admitir también el derecho que tengo yo de tener una opinión propia. Una opinión distinta, igualmente pacífica y tan democrática como la tuya. No serás como muchos de tus correligionarios, que se toman cualquier discrepancia como una traición. Una traición a Catalunya, nada menos. Para ellos, si uno piensa distinto y tiene el valor de expresarlo, es que provoca enfrentamiento y está sembrando el odio. Su propio odio, claro. Su odio a la disidencia.
No voy a hurgar en
materia política ni económica, aunque debes admitir que vuestros líderes no
explican el coste tremendo que representaría para el bolsillo de los catalanes
sostener la soberanía. ¿Tienes tú idea de lo que costaría para Catalunya
independiente un ejército moderno, una diplomacia (embajadas de propiedad en
todo el mundo, etc.) un banco central (con fondo monetario para sostenerlo) una
seguridad social, responsabilidades en infraestructuras, fronteras, etc. etc.,
aparte de las transferencias que tenemos ya concedidas? Además, ¿conoces la
norma internacional, según las bases de
Y en el aspecto político ¿cómo puedes afirmar que España está colonizando a Catalunya? España es ahora una comunidad de diecisiete vecinos autónomos, con su propio autogobierno, entre los cuales Catalunya es de los más importantes. Cada autonomía tiene su parte proporcional en el gobierno de la comunidad estatal, de manera que Catalunya participa en todas dependencias del estado, en el cuerpo gobernativo, legislativo y hasta en el judicial. Con ministros en el gobierno central, inclusive. ¿Y "España nos maltrata", según vuestros clisés? ¿Cómo y quien nos maltrata? En Catalunya tenemos un Estatut (que las dieciseis autonomías restantes nos envidian o tratan de imitar) que nos confiere Gobierno y Parlamento, con potestad política y administrativa sobre todas las actividades excepto ejército y política exterior. En estas condiciones, dime, querida Mireia: ¿quien está maltratando a Catalunya?
La antigua prosperidad de Catalunya se forjó cuando no teníamos todos estos privilegios actuales ¿no es cierto? Por tanto, que ahora esté declinando de manera alarmante ¿no será por causa de nuestro propio gobierno autónomo?
Mira, querida Mireia, prefiero ahondar preferentemente en aspectos sentimentales y de sensibilidad emotiva. Tú tienes ahora 25 años ¿no? Y los has vivido todos en Catalunya. Primero en Mataró, donde naciste, después en Figueras, donde la familia se mudó por traslado de tu padre y, ahora, finalmente, en Banyoles, por propia elección. Yo triplico tu edad y podría ser tu abuelo. Como sabes, no siempre he vivido en Catalunya, aunque soy catalán de pura cepa, como suele decirse. En todo mi árbol genealógico sólo hay apellidos catalanes. Pero me he movido bastante.
Por razones de trabajo estuve un tiempo en Granada. Una tierra muy diferente de Banyoles, querida. Y unas gentes absolutamente diferentes, también. Pero con toda la diferencia, en Granada no me sentí extraño. Rodeado de afectos y amistades, que me consideraban como catalán y, al mismo tiempo, como uno más de los suyos, descubrí nuevos alicientes en toda una práctica lección de humanidades.
Luego, por el mismo motivo, viví otra etapa similar en Santander. Y verás, Mireia, que Santander es muy diferente de Banyoles, ciertamente. Tienes razón. Pero es que también es muy diferente de Granada. Y las gentes de Santander son también esencialmente distintas de las de Granada, en muchos aspectos. Y unas y otras son diferentes de toda la gente que te rodea en Banyoles. Y créeme si te digo que en Santander viví feliz, tanto como tú ahora en Banyoles. Adoro Santander. Allí me sentí también como en mi casa, incluso mejor, rodeado de amigos que me trataban también como uno más, entre los suyos, sin dejar de considerarme un catalán cerrado. Todo ello gracias a las diferencias. No sé si lo quieres entender. Deberías conocer Santander, Mireia.
Bueno, como tú sabes,
porque hemos hablado de esto en ocasiones, yo viví antes en Madrid, en
Argüelles, en una época ya lejana. Era todavía muy joven y allí me gané la
amistad de un núcleo extraordinario de gentes diversas, de mi edad. De mi edad
de entonces, claro. La mayoría eran madrileños, pero había también foráneos. A
mí me llamaban "el catalán". Otro amigo era
"el riojano", porque era de Cenicero y soñaba siempre en sus vides y
en sus bodegas. Ah, y no me olvido de
Paco, "el macareno", que obviamente era de Sevilla. Trabajábamos en
cosas diferentes pero nos reuníamos a menudo con múltiples pretextos. Era un
grupo fabuloso en el que me integré muy afectivamente y allí, Mireia, eché
raíces. Madrid es muy especial. Tiene una luz distinta, un cielo luminoso y
brillante, un aire subyugante... es una ciudad abierta y muy humanizada, donde
todo invita a la amistad, a la cordialidad, a la cháchara. Ha pasado mucho
tiempo y, aunque yo no me quedé en Madrid (y no por falta de ganas) la relación
con el grupo se ha mantenido. Entonces habíamos sido jóvenes pero todos
maduraron, formaron familias más o menos felices, y allí siguen, todos menos
uno, que falleció, hace poco. Era Feliciano, que venía de
Y no puedo dejar de
lado la parte gallega de mi patrimonio afectivo. Ya sabes de mi devoción por
mis amistades gallegas, de Sanxenxo, de Orense, de Villagarcía de Arosa, de
No te he hablado de otro rincón donde dejé parte de mi corazón y no pienso sino recuperarlo. Es una parte de Asturias muy precisa, donde Pravia, Cudillero, Soto del Barco, Las Arenas, todo alrededor de la desembocadura del río Nalón. Allí tengo amigos entrañables, que no me quiero perder.
Verás que todas estas gentes con las que conviví, en los cuatro puntos cardinales de la península, son diferentes entre sí. Distintas sensibilidades, distintos objetivos, distintos caracteres, pero todos unidos por un sentimiento común que, de tan profundo, no hace falta ser expresado: es el sentido de la españolidad. Porque España es un concepto muy antiguo, Mireia, y muy arraigado. España nació de la fusión de todos estos pueblos, Navarra, Castilla, Aragón, Catalunya, Cantabria... No fue un estado producto de conquista sino una unión espontánea entre sus pobladores. Ahora, la españolidad la tenemos asumida con naturalidad y no hacemos de ella una causa reivindicativa
Concluyendo toda esta reflexión, dime Mireia: ¿podría caber en tu imaginación la sola idea de que yo, en algún momento, y en pleno uso de mi razón, pueda decirles a todos mis viejos amigos diseminados por la península, que soy catalán y, por tanto, ahora me quiero 'divorciar' de España, porque Catalunya es una nación soberana, porque somos diferentes y no queremos ser dominados por España y todo esto que tu arguyes y proclamas? Más aún, dime, sinceramente, ¿tú querrías la independencia de Catalunya si hubieras vivido todo esto que he vivido yo y de lo que aquí sólo te hago un resumen?
Si eres capaz de ponerte en mi lugar, no tienes más remedio que admitir que tu fervor independentista no se nutre de más información ni más conocimiento de lo que yo dispongo sino muy al contrario, ¿no?
Bueno, sólo quería que me dijeras esto.
Tu afectísimo Francisco Milà Rigual.