LA INVESTIDURA INTERMINABLE
Artículo de PÍO GARCÍA-ESCUDERO, Portavoz del Grupo Popular en el Senado, en “ABC” del 14/03/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Posiblemente no exista un momento de mayor gloria que el de un presidente de Gobierno cuando es investido por primera vez. Por lo visto, ese instante debe de ser tan dulce que Zapatero ha decidido prolongarlo indefinidamente. Por eso su mandato parece transcurrir como una investidura interminable, un discurso infinito en el que se acumulan las palabras vacías, los clichés más apolillados del acervo socialista, los guiños sectarios a la parroquia y, por encima de todo, un denodado empeño por mantener satisfechas, a cualquier precio, las demandas de sus precarios puntales parlamentarios.
Mientras tanto, cuando ya ha transcurrido un cuarto de la Legislatura, la gestión en positivo brilla por su ausencia. El Gobierno presenta un balance cuya iniciativa legislativa es, con diferencia, la menor de toda nuestra historia democrática. Tras un alud de errores iniciales y globos sonda disparatados, ahora los ministros permanecen agazapados. Es tiempo ganado para el señor Zapatero y su Gobierno. Tiempo perdido para el resto de los españoles.
No es sólo que este Gobierno no afronte los problemas, sino que parece haberse especializado en crearlos donde no los hay. Como muestra, el debate sobre nuestro modelo de Estado. Bien por conveniencias de estrategia partidista, bien por las hipotecas políticas contraídas, Zapatero ha situado las reformas de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía en el eje de su agenda política. En ambos apartados, sin embargo, seguimos desconociendo el criterio del Gobierno: en el primero, le pasa la patata caliente al Consejo de Estado; en el segundo, a los parlamentos autonómicos; y, eso sí, en cualquier caso nos dice que las Cortes Generales deben quedar en un discreto segundo plano. Con todo este magma de inconcreción, Zapatero ha acentuado todavía más el habitual desconcierto socialista, y así en los titulares de la prensa se alternan los mensajes iluminados de Maragall y los seguidismos nacionalistas de López con las llamadas al orden de Chaves, Ibarra o González.
El debate territorial se le ha ido a Zapatero completamente de las manos y está elevándose hasta cotas tan desquiciadas como la alcanzada por Rubio Llorente al desempolvar y aplicar a la realidad española la vieja doctrina, tan apreciada en la Alemania de los años treinta, que cimenta la expansión territorial en el principio de unidad lingüística.
Zapatero chapotea entre arenas movedizas. A cambio de nada, Mariano Rajoy le ha ofrecido la cuerda para salir del pantano en el que él solo se ha metido, proponiéndole recuperar el entendimiento entre los dos grandes partidos políticos en asuntos de Estado, el mismo consenso que hizo posible los acuerdos que sustentaron todas las anteriores reformas estatutarias, la financiación autonómica o el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo.
Sin embargo, como de costumbre, a Zapatero sólo parece preocuparle ganar tiempo y culpar al Partido Popular. Proponer representantes de segunda categoría, como ha hecho el Partido Socialista, es todo un ejercicio de cinismo y deslealtad. Cuando hay que hablar sobre la reforma de la Constitución o de los Estatutos, lo lógico es que las voces de los partidos tengan, como mínimo, el mismo nivel que las que ya forman parte de la comisión de seguimiento del pacto antiterrorista. Si alguien te ofrece su mano, no es de recibo darle sólo un dedo
Ya es hora de que Zapatero empiece a traducir en hechos su nebuloso talante. Hora de abandonar la soberbia intelectual que le lleva a creerse el guardián exclusivo de las esencias del consenso y del diálogo. Si quiere consenso debe ir a buscarlo sin medias verdades, no esperar que los demás se avengan a sus posturas, por otra parte ignotas. Si quiere dialogar, debe recordar que para ponerse de acuerdo no basta con hablar, también hay que escuchar. El señor Zapatero no puede seguir vagando más allá de los límites de la realidad todo lo que resta de Legislatura.