ZAPATERISMO : AFRANCESADOS
Artículo
de José García Domínguez en “Libertad
Digital” del 01.05.08
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
De ahí que estos días no haya tonto del culo
que se precie que no se nos declare ferviente afrancesado.
Como es sabido, la penúltima boutade
precocinada que acaba de salir del microondas ideológico de La Moncloa es la
vindicación retrospectiva de los afrancesados, forzada pose estetizante con la
que el PSOE pretende instalarse en la equidistancia moral entre los patriotas
de1808 y los serviles de todo tiempo, lugar y condición. De ahí que estos días
no haya tonto del culo que se precie que no se nos declare ferviente
afrancesado.
Pero lo peor de todo ese asunto del mal francés es que
la epidemia resulta ser real. Y es que si algo provee de algún contenido más o
menos tangible a las erráticas señas de identidad de la izquierda posmarxista es precisamente eso: el retorno a lo francés en
el peor sentido del término, que ya es decir. O sea, a Joseph de Maistre y su muy celebrado doctrinarismo reaccionario, el
mismo que izó la mística de lo gregario como eficacísimo muro de contención
frente a los valores individualistas de la Ilustración. Al cabo, si bien se
mira, la almendra filosófica del zapaterismo empieza
y termina ahí: en la izquierda escupiendo sobre sus viejas raíces igualitarias,
ilustradas y universalistas, y abrazando al peor de sus enemigos históricos, la
carcundia putrefacta del corporativismo medievalizante.
En un rapto de lucidez, lo constataba la semana pasada
Francesc de Carreras en su columna de La Vanguardia: "¡Los seres
humanos! ¡Qué tiempos aquellos! ¡Los derechos del hombre y del ciudadano, la
libertad y la igualdad de las personas, 1789! ¿Recuerdan? Ahora ya no existen
los seres humanos: se han deconstruido. Ahora existen
hombres y mujeres, menores y mayores, aragoneses y catalanes, vascos y vascas,
homosexuales y heterosexuales. El hombre, el individuo a secas, ha desaparecido
de nuestro panorama político."
Claro que lo han desaparecido. Pues, en verdad, el
flautista de Hamelín que guía a la nueva izquierda en
su viaje a ninguna parte no es ese minúsculo Pettit
que pasean por los cursos de verano de El Escorial, sino el gran De Maistre. "No hay hombres en el mundo. Durante mi vida
he visto a franceses, italianos, rusos, etcétera; sé incluso, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa; pero en cuanto al
hombre, declaro no haberlo encontrado nunca; si existe, mi ignorancia sobre tal
hecho es total". ¿Acaso conoce el lector a algún genuino progresista, de
ésos que consideran delitos de lesa posmodernidad el trasvase del Ebro o la
mera hipótesis del bilingüismo en Cataluña y sus colonias ultramarinas, que no
esté dispuesto a suscribir esa muy francesa confesión del padre intelectual de
todos los fascismos?
Pues eso, que vivan las caenas.