PANORAMA
DESDE EL PUENTE: EL SISTEMA NO FUNCIONA
Artículo de José Luis González Quirós en “El
Confidencial” del 14 de junio de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Tomo el título de Arthur Miller porque me parece que
lo que nos pasa a los españoles no se entiende bien desde las alturas. La
distancia física y moral en la que se sitúan los que mandan facilita la
confusión: desde el puente, lo que pasa puede parecer relativamente previsible
y ordenado, pero, como en el drama de Miller, no es así.
La historia política solo parece coherente cuando se
contempla a toro pasado. Antes de que las cosas sucedan, la coherencia ocupa un
lugar mediano, apartada por lo imprevisible, lo azaroso, y lo discontinuo. Si
eso es así en general, la contingencia se acentúa cuando se viven tiempos
excepcionales, y estos lo son, sin duda alguna. No hace falta esforzarse en
demostrarlo cuando acaban de dimitir tres miembros del Tribunal
Constitucional, por lo demás, de filiaciones muy distintas. Nos está pasando
algo que no cabe resumir en un “lo de siempre”, y eso hace que el panorama
pueda ser especialmente sombrío, en especial si los políticos renuncian a coger
el toro por los cuernos, como se dice de forma tan expresiva.
Hay un diagnóstico que se repite con mucha frecuencia,
y que oculta un gigantesco equívoco. El sistema no funciona, se dice, los
políticos no solo no resuelven nuestros problemas sino que constituyen un
problema que preocupa a muchos. Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que no
funciona? Mi hipótesis no es que el sistema falle, sino que, entre unos y
otros, el marco constitucional se ha ido deteriorando sin que se llegase nunca
a aplicar más que en beneficio de parte. Pongamos un ejemplo: la reciente
sentencia del Tribunal Constitucional permitiendo a Bildu
la participación plena en las elecciones sin que ETA haya dejado de existir
puede ser leída como una legitimación a posteriori del terrorismo, algo
así como “No importa que asesines, violes y te saltes la ley, si tienes un
número suficientemente alto de partidarios”. Esa deberá ser, por cierto, la
lectura que los indignados más radicales, aunque no sean precisamente finos
constitucionalistas, o quizás precisamente por eso, le estarán dando, es decir,
“podremos hacer lo que nos de la gana con tal de que mantengamos la presencia y
la lealtad de un grupo numeroso”.
No es que el sistema falle, sino que, entre unos y
otros, el marco constitucional se ha ido deteriorando sin que se llegase nunca
a aplicar más que en beneficio de parte
Análisis parecidos podrían hacerse sobre el
funcionamiento de los partidos; no hay ninguna ley que habilite sus prácticas
más necias, su intolerable apropiación de todo, pero los sostiene el poder de
los votos, y, como no hay un Estado que se defienda, menos habrá un poder
que defienda las libertades de los ciudadanos, sobre todo cuando muchos
ciudadanos estén, como están, dispuestos a sacrificar su libertad por cualquier
promesa, ventaja o bagatela. Que el sistema no funciona quiere decir, sobre
todo, que nadie defiende el interés general, que nadie se detiene a pensar que
lo que puede ser beneficioso para una Autonomía, es un ejemplo, puede ser letal
para todos los demás, o que lo que convenga al sistema financiero puede
resultar muy dañino para la economía de los ciudadanos que pagan pacíficamente
sus impuestos.
El sistema es tan débil que nos invita a tomarlo a
chacota, y por eso ni funciona, ni puede funcionar. Pero su debilidad no
depende de su forma jurídica, sino de la falta de ambición y de valor de
quienes lo gestionan, siempre dispuestos a ceder al empuje de los menos contra
los derechos e intereses de los más. El artículo 155 de la Constitución
autoriza al gobierno para impedir que, por ejemplo, una Autonomía atente al
interés general, pero los jerifaltes han aprendido
hace tiempo que los tigres de Madrid son de papel.
¿Hay que reformar el sistema? No hay ningún sistema
que sea perfecto, ni falta que hace. Lo que necesitamos es políticos que de
verdad hagan política, y no meros administradores de un bienestar que ya es
cosa del pasado, nos pongamos como nos pongamos. Y en estas, se prevé la
llegada del PP a Moncloa, con un programa de mínimos, como si aquí lo único que
pasara es que el Gobierno no inspira confianza, que no la inspira, y todo se
fuere a arreglar de manera milagrosa al minuto siguiente de la toma de posesión
de Rajoy. No será así, desde luego, entre otras cosas porque habrá quien se
encargue de que todo se ponga bastante peor en ese mismo momento, parafernalia
de indignados incluida.
¿Es que Rajoy no va a poder hacer nada? Poco podrá
hacer si no se da cuenta de que el problema que tenemos es bastante más grave
que un déficit brutal, o que un paro insoportable. Tenemos una democracia que
ha premiado abundantemente la irresponsabilidad, que ha tendido a tirar casi
siempre por la línea del mínimo esfuerzo, y hace falta que alguien le diga a
los españoles que así no se va a ninguna parte. Ya sé que aquí no abundan los
ciudadanos capaces de soportar el discurso de “sangre, esfuerzo, lágrimas y
sudor”, pero no debiera haber mucha duda de que, si se quiere hacer algo más
que el paripé durante un par de años, habrá que procurarlos, porque no
parece probable que vayan a surgir de milagro.
*José
Luis González Quirós es analista político