EL FINAL DE ESTE PRINCIPIO
Artículo de Carlos Martínez Gorriarán, Profesor de Filosofía de la Universidad del País Vasco, en “ABC” del 25.02.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
... La única declaración que cabe esperar de los terroristas, la de renuncia indefinida a la violencia, es una declaración muy remota porque los terroristas también están muy lejos de haber satisfecho sus pretensiones...
EL presidente del Gobierno habría estado mucho más acertado si, en lugar de
referirse pomposamente al «principio del fin» del terrorismo nacionalista, se
hubiera limitado a anunciar «el final de un principio». Lamentablemente, su
política respecto a ETA ha sido informada desde el comienzo por una combinación
infeliz: las prisas por pasar a la historia de todos lo que ocupan el cargo, la
intención de aprovechar el éxito para hundir a la oposición, un entendimiento
superficial y equívoco del nacionalismo, un guerracivilismo redentor
improcedente -con la ya famosa historia del abuelo fusilado por rojo, al parecer
intercambiable por las víctimas de ETA-, y el asesoramiento de ciertos líderes
de su partido con el récord mundial absoluto de errores en materia de
pacificación.
El rechazo de algo tan elemental como que la instauración de la normalidad
democrática exige necesariamente y sin ambigüedad alguna un Estado de derecho
vencedor y una banda terrorista vencida sólo es el síntoma más visible de esa
profunda confusión general. Y los reveses gubernamentales en materia judicial,
sea el auto del juez Grande-Marlaska o la sentencia del Supremo relativa a la
condena de Henri Parot, también han dejado claro que, con fiscal general o sin
él, cualquier gobierno tiene y tendrá muy restringido el margen de movimiento si
pretende iniciar tratos del estilo «paz por presos». La verdad es que hemos
asistido al fracaso del intento gubernamental de acelerar el fin del terrorismo
nacionalista en su exclusivo beneficio, y ello mediante una combinación de
promesas vagas a la banda y de peticiones de fe y esperanza irracional a las
instituciones y a la ciudadanía, marginando de paso a los grupos de víctimas, a
la oposición y a los socialistas disidentes. En resumidas cuentas, hemos
asistido al final de un proceso, no al comienzo de otro.
¿Tenía derecho el gobierno a intentar ese peculiar «comienzo del fin»? Tanto el
juez Garzón como el colectivo Basta Ya, para citar a dos agentes libres
(supongo) de toda sospecha en esta materia, han insistido varias veces en que
cualquier gobierno nacional legítimo, y el actual lo es, tiene derecho a tantear
las posibilidades de conseguir un abandono pactado del terrorismo sin
concesiones políticas. El escándalo montado al respecto por cierta gente airada
pone más bien en duda sus convicciones constitucionales. Lo que ocurre es que el
gobierno de Rodríguez Zapatero ha ido mucho más lejos de lo que admite ese
obligado margen de confianza. Marginando sistemáticamente a la oposición, por
ejemplo.
Si Rodríguez Zapatero hubiera escuchado a las voces que han demostrado conocer
mejor la lógica de los terroristas y del nacionalismo asociado -no son
demasiadas, así que no le habría costado demasiado tiempo-, habría dado la
importancia que merecen a dos hechos evidentes: el primero, que ETA ha decidido
dejar de asesinar (de momento) por el costo altísimo de hacerlo; el segundo, que
ETA también intenta convertir esta retirada parcial y forzada en una victoria
política, buscando enquistarse eternamente como un poder fáctico mafioso (algo
que ya está haciendo el IRA en el Ulster). También debería tener en cuenta que,
tras la experiencia de 1998-99, las posibilidades de que la banda declare una
nueva tregua son remotas. Y ni falta que hace: que sea su gobierno el que
necesite esa tregua, y casi la mendigue, ya es bastante sintomático de lo mal
que ha gestionado este asunto. La única declaración que cabe esperar de los
terroristas, la de renuncia indefinida a la violencia, es una declaración muy
remota porque los terroristas también están muy lejos de haber satisfecho sus
pretensiones, que son las de siempre: autoderminación e independencia de los
siete territorios reclamados.
Como observó con toda sinceridad Otegi, el «proceso» -sea lo que sea- durará
muchos años, quizás varias legislaturas. Tal como van las cosas, ETA no tiene
prisa y prefiere jugar con los plazos. Y es esta perspectiva de chantaje
permanente la que hace imperativo que gobierno, PSOE y PP lleguen a un acuerdo,
sin dejarse distraer por otros frentes de choque inevitable. Una vez convertido
en vergonzoso vodevil la anunciada tragedia del nuevo Estatuto catalán, no hay
ninguna razón de peso, que no sea sectaria, para que gobierno y oposición no
vuelvan a reunirse en el Pacto por las Libertades.
La verdad es que la actitud de la oposición es uno de los pocos regalos que el
gobierno ha explotado a su gusto estos meses. Roy Jenkins compara la actitud
jeremíaca de Churchill en los meses previos a la segunda guerra mundial como la
de un despertador averiado que no paraba de sonar y molestaba, sobre todo, a los
que ya estaban despiertos, metáfora que también sirve para algunos líderes del
PP. El empeño de anticiparse a la calamidad dando por segura la victoria etarra
y atribuyéndola a una traición del Gobierno, sentenciada con carácter
preventivo, sólo demuestra que parte de la derecha española también se ha
tragado el anzuelo del «proceso» diseñado por los estrategas del terror. Es una
falacia que ETA ya no mate porque no lo necesita. Los hechos señalan en la
dirección contraria: la banda no da tregua ni suspende la violencia porque no ha
conseguido lo que pretende. Y lo que pretende ni siquiera está en manos del
gobierno, como se ha visto en la reacción frustrada del independentismo catalán.
Es incomprensible que la oposición haya dejado pasar la ocasión de, primero,
reclamar la gran parte que le corresponde en el declive etarra, obra en buena
medida del último gobierno de Aznar, y, segundo, ocupar el papel de fiscal de la
acción del gobierno trazando líneas rojas intraspasables. El verdadero
«principio del fin» proclamado por Zapatero no es otro que el Pacto por las
Libertades. Es un pacto congelado, pero por tanto descongelable, que es lo que
debe hacerse cuanto antes, como hemos pedido en Basta Ya (sin mucho eco
mediático, quizás porque es una petición sensata en vez de una acusación
atrabiliaria). La inmensa mayoría de la opinión pública reclama esta política de
Estado, la única irreprochablemente democrática y la única que ha tenido
verdadero éxito contra el terror. La iniciativa le corresponde al gobierno: debe
convocar el Pacto por las Libertades y tratar de llegar a un diagnóstico común
con la oposición. ¿Que es muy difícil? Mucho más lo es tratar con ETA. Y sería
imperdonable que los grandes partidos nacionales necesitaran el funeral de una
nueva víctima, algo que no podemos descartar, para dejar de mirar al cielo,
abandonar futiles querellas y poner los pies en la tierra.