EL NACIONALISMO COMO PROBLEMA
Artículo de GRACIÁN (*) en “ABC” del 06.05.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Nacionalista es la persona que
hace del nacionalismo una parte importante de su vida. Nacionalismo es la
actitud que lleva a exaltar los valores nacionales, que son aquellos elementos
sociales que configuran una nación. Nacionalismo es también todo movimiento
social fruto de esa actitud. Es claro que estas definiciones nos remiten
necesariamente a la definición de nación. La sociología y la politología han
debatido y siguen debatiendo la definición. Si nos conformamos con una idea
general, sin grandes precisiones, pero suficientemente exacta y seria para que
nuestro razonamiento sea sólido, podemos decir que la nación es una forma de
sociedad con rasgos culturales que la identifican, entre los cuales el principal
es la lengua, y con una dimensión que la hace capaz de llevar adelante una vida
civilizada a la altura de los tiempos. Por esto último, no llamamos nación a una
tribu, ni a un clan.
¿Dónde está el problema del nacionalismo? ¿No es acaso bueno para la persona
sentirse integrada en la sociedad en la que vive? Más aun, ¿no es acaso bueno
sentirse afectivamente integrada y, en consecuencia, preocuparse por que los
valores de su sociedad tengan vigencia y desarrollo? Exageraciones aparte, que
son fáciles de señalar, el compromiso de la persona con los valores de su
sociedad es bueno para la persona y necesario para la sociedad. ¿Dónde está el
problema?
El problema surge desde el momento en que el nacionalista cree que sus valores
justifican la coacción para imponerse a quienes no los comparten o a quienes los
comparten pero no en el grado necesario. Es un gravísimo problema, porque
degenera hasta en el crimen terrorista que supone una previa actitud de odio del
nacionalista. De esto, por desgracia, tenemos mucha experiencia en España. Pero,
aunque un determinado nacionalismo tome la forma de movimiento ajeno a la
violencia física, es también un gravísimo problema cuando acepta sin escrúpulos
la violencia moral contra quienes, viviendo dentro de la nación, no comparten la
actitud nacionalista. De esto, también por desgracia, tenemos mucha experiencia
en España. Esta actitud suele tomar formas diferentes. Dos son las más
frecuentes: mirar para otro lado o rebajar la importancia de la violencia,
incluso cuando es física, dejándola en lamentable incidente. Por ejemplo, lo
hecho por las autoridades académicas que en Barcelona no se dieron por enteradas
cuando dentro de su Universidad jóvenes nacionalistas atacaron a un profesor.
Por ejemplo, la calificación como incidente del disparo en la pierna a un
periodista al que se deseaba silenciar o hacer salir de Cataluña. Por ejemplo,
las declaraciones de puro lamento y exhortación que líderes gubernativos vascos
emiten ante la violencia, en vez de expresar la amenaza de uso de la Ertzantza,
es decir, de la legítima violencia.
Bastantes nacionalistas pacíficos, para quienes la coacción sin más, la
violencia directa, no parece razonable, recurren a la única coacción aceptable
en una sociedad civilizada: la coacción política. El nacionalismo, que en
principio es un hecho cultural, se hace problema cuando ingresa en el ámbito
político y se arma, o busca armarse, con la coacción revestida de legitimidad,
es decir, con el poder político. Incluso el terrorista justifica su violencia
porque espera que algún día su proyecto nacionalista esté sustentado por la
coacción política legítima, que, a manera de bautismo cívico, perdonaría todos
sus anteriores pecados.
Una vez con las armas del mandato legal en sus manos, la dinámica política
nacionalista, sedicente pacífica, desvela su entraña agresiva y acude sin
tapujos a la coacción, imponiendo conductas y cercenando libertades. El
nacionalismo que aquí criticamos quiere imponer el reinado de la uniformidad
nacional en su sociedad y, en consecuencia, se transforma en problema para
quienes no participan de esa misma actitud. Respecto de quienes no comparten la
fe nacionalista, el nacionalismo busca asimilarlos o empujarlos hacia las zonas
marginales de la sociedad. En un juicio desapasionado, parece evidente que el
nacionalismo catalán (¿sólo el catalán?) intenta que el castellano quede
reducido a una lengua marginal, empleando para ello la coactividad del poder
político.
Quienes creemos en la democracia como régimen de libertad en la pluralidad
tenemos que denunciar la carga de agresividad, donde fácilmente se incuba el
odio, que todo nacionalismo político lleva en su interior. En otros tiempos, en
el siglo XIX, cuando las sociedades eran uniformes, el nacionalismo podía
presentarse como movimiento de progreso, porque luchaba contra regímenes
absolutistas para conseguir un gobierno democrático, aglutinaba la población
para luchar por la libertad. Hoy, cuando las sociedades son democráticas y
multiculturales, el nacionalismo político es un grave problema, porque amenaza
precisamente la convivencia democrática en igualdad y libertad.
Lo malo es que este nacionalismo coactivo anda por ahí, en la opinión pública,
disfrazado bajo una piel democrática. Estos nacionalistas presumen de
demócratas, pero en el fondo no lo son, si entendemos por democracia la que nace
del movimiento liberal, la que se basa sobre las libertades. No son demócratas,
porque tal nacionalismo no tiene alma liberal, sino totalitaria; no quiere una
sociedad plural, sino uniforme.
Esta denuncia puede sentar muy mal al nacionalista que la lea. Pero tiene un
fácil procedimiento para comprobar su verdad. Que los nacionalistas se pregunten
si están dispuestos a renunciar a la coacción para imponer sus valores, es
decir, si están dispuestos a dejar a la sociedad en libertad para que cada cual
elija su particular modo de vivir en paz dentro de esa sociedad. Que se
pregunten si realmente respetan la libertad de quienes no piensan o no sienten
como ellos. ¡Ojalá la generalidad de los nacionalistas respondiera
afirmativamente y se contentara con la legítima promoción del nacionalismo
cultural, que podría muy bien vivir y crecer al amparo de acciones de fomento no
coactivas! Entonces el nacionalismo habría dejado de ser problema.
(*) Gracián es un colectivo que reúne a 60 intelectuales y profesores de
reconocido prestigio que de forma regular comentarán la actualidad en ABC