RETRATO DE UN MARASMO
Artículo
de Carlos Herrera en “ABC”
del 30 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Lleva
razón quien sostiene que las dichosas «agencias» que califican la deuda nos
son, precisamente, un ejemplo vaticinando crisis. También la lleva quien señala
que sólo una de las tres principales ha rebajado la calificación al Reino de
España. Ítem más quien asegura que pasar de AAA a AA, o sea, perder una A, no
significa convertirse en un paria tipo Somalia. Ni siquiera en un país en
bancarrota al modo de Grecia, que si no lo está, le faltan dos pinceladas.
Lleva razón quien aglutina éstos y otros argumentos y asegura que no es para
tanto, que no hay que sentirse carne de debacle ni sujeto de ruina. Pero quien
argumenta sólo eso no argumenta toda la verdad. Frente a la visión
gubernamental de que «Aquí No Pasa Nada Grave», otras voces razonables manejan
argumentos complementarios a los anteriores: las agencias se equivocan, sí,
pero casi siempre por exceso de optimismo, y no se caracterizan por meterle
intencionadamente el dedo en el ojo a los gobiernos; los pronósticos del
gobierno español han fallado mucho más que los de las «agencias»; cualquiera de
las otras dos que no han variado su calificación puede variar sus pronósticos
gracias a las amables palabras de la vicepresidenta; la pérdida de una A no
significa ser carne de riesgo de impago pero anticipa futuras caídas. Nos guste
más o menos, los inversores internacionales tienen bastante en cuenta lo que
dicen las dichosas «agencias» antes de comprar bonos de deuda, lo cual
significa que una rebaja de la nota implica un aumento del coste de
financiación de la deuda, justo lo que a España no le interesa. Los
calificadores de nuestra credibilidad económica vienen a ser como los
inspectores de la Guía Michelín: no necesariamente
tenemos que estar de acuerdo con ellos, pero su sola concesión de una o dos o
tres estrellas hace que tu restaurante sea conocido en medio mundo o no. Con lo
que eso conlleva.
Los
alegres muchachos de Standard And Poor´s nos acaban
de acusar, en pocas palabras, de pasividad. Su informe es particularmente sonrojante para un ministro de economía con las luces
adecuadas: alerta sobre la altísima deuda del sector privado, sobre la rigidez
de un sistema laboral sujeto a una reforma que nunca llega, sobre la escasa
capacidad exportadora de España y sobre los problemas financieros del «mejor
sistema del mundo». Es más, se desprende del informe que los calificadores
creen que el estancamiento de nuestra economía será largo, en contra de lo que
afirma el gobierno, que lleva viendo la recuperación desde el principio del
2009 y ésta no aparece por ninguna parte.
Ante
ello se dibuja un panorama no excesivamente alentador: no se aprecian ideas
claras, voluntad política para mantener las pocas que tienen, visión de futuro,
acierto en los diagnósticos, capacidad de reaccionar y capacidad de consensuar.
Digamos que se desprende un aire «zombi», preso de la ideología, en el gobierno
prácticamente unipersonal del gabinete ZP. Cada día que pasa resulta más
difícil establecer las reformas necesarias para un momento excepcionalmente
delicado: ni el gobierno ni los agentes sindicales dan la impresión de saberse
atrapados por la urgencia, por la necesidad imperiosa de actuar sobre la
herida: al contrario que el cirujano mexicano que salvó la vida a José Tomás,
esperan pacientemente que llegue la anestesia antes de ligar los vasos por los
que se desangra el empleo. Al paso que van, al paciente no le dolerá nada la
intervención no por estar anestesiado, sino por haber muerto ya.
La
situación política es delicada. Aunque pretenda disimularlo, el informe
demoledor del S&P ha caído como una bomba en el gobierno. Le han venido a
decir que su plan de ajuste no es creíble, que el gasto debe ser recortado en
proporción mucho más severa y que las reformas no pueden esperar. No dejan de
ser unos economistas privados opinando sobre un gobierno soberano, cierto, pero
a los que hacen caso los mercados internacionales son a ellos, no a los nuestros.