LA ‘RES PUBLICA’ HUELE A DESCOMPOSICIÓN
Artículo de Pedro Juan-Viladrich en “La Gaceta” del 01 de marzo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
¿Podrá
resistir hasta las generales del 2012? La duda se extiende por todos los
sectores. Los empresarios, sobre todo los medianos y pequeños, temen un colapso
financiero en fechas próximas. A las conocidas sugerencias de éstas últimas semanas en favor de un cambio político –que
los partidos abandonen sus estrechas orejeras, vuelvan al consenso en nombre
del interés general y acuerden los pactos que demanda la gravedad de la crisis-
ha venido a sumarse una honda duda. No se tiene fe en que sean capaces de
hacerlo. Y sin fe, tampoco hay esperanza.
Tal
vez esta desconfianza, que la creación y actuaciones de la comisión
Blanco-Salgado-Sebastián lejos de disipar ha agravado, esté en la raíz de
ciertas intervenciones recientes. Me refiero, por ejemplo, al manifiesto de
personalidades privadas, pero publicado en una tercera página de sobresaliente
prestigio, que pide a la sociedad española –todos juntos– que sea la
protagonista comprometida de la regeneración económica, social y política. No
pongo en duda que, a la postre, el sujeto de la salud de la res publica es la
propia sociedad. Si la española tuviera esa madurez, menos ignorancia y mayor
resolución, otros modos tendrían nuestros partidos y sus políticos. También
otros dirigentes. Sin embargo, a propósito del citado manifiesto, convendrán
conmigo en que es razonable suponer que si ha de ser la sociedad española
–todos juntos– la que nos saque del naufragio, es que los propios autores de la
proclama han perdido la fe y la esperanza en que lo hagan los actuales
gobernantes. Dado que el sistema político, a causa de su cojera partitocrática y del maridaje entre socialismo y
nacionalismos, tiene atascados sus desagües democráticos de la cuestión de
confianza o la moción de censura, la creciente sensación de descomposición y la
acelerada pérdida de confianza, amén de otras evidencias, convergen en
generalizar la opinión de que, por el lado de la política, lo único que puede
abrir los cielos de la tormenta perfecta es la anticipación de elecciones
generales. Porque –y con ello termino mi comentario al manifiesto– si ya sólo
la sociedad española, todos juntos y a una, es la única que puede y debe
sacarnos adelante, entonces demos la palabra política de una vez por todas a
esa sociedad española. Y eso, en democracia, se llama votar en elecciones
generales.
A
quien le toque heredar el legado de Zapatero, sea quien sea, lo va a tener muy
difícil. Ni siquiera es seguro, precisamente por la descomposición del sistema,
la crispación ideológica y el clientelismo subvencionado, que la agonía del
actual presidente acabe en defunción. Estamos viviendo uno de los períodos
históricos de corrupción más profunda. Siendo grave, no es lo pésimo que
algunos políticos hayan metido la mano en la caja. Ni la ineptitud en la
gestión del Gobierno. Ni los despilfarros mientras nuestra deuda y déficit
públicos alcanzan magnitudes de vértigo, la tasa de paro sitúa a millones de
ciudadanos en la pobreza, y la mayoría de nuestro tejido industrial, sin
pedidos y sin financiación, teme cerrar el próximo trimestre. Todo eso y más podría ser como una peligrosa tormenta a la que vencer con
tripulación valiente, sacrificada y generosa, dirigida por un magnífico
capitán.
¿Dónde
anida nuestra mayor corrupción? En la misma concepción de la política, de la
que Zapatero es un ejemplo paradigmático. Concebir la política como un asalto
al poder para conservarlo y aumentarlo como sea, en vez de un servicio leal,
veraz y honrado al bien común, ha sido nuestra letal corrupción. Esta
perversión es una fuente inagotable de mentiras, imposturas y arbitrariedades,
como habituales métodos de gobierno, que se disfrazan sin escrúpulo con la
cobertura hipócrita de las más nobles palabras democráticas, que así quedan prostituidas. Son decenas los ejemplos sobre materias
importantes. Les recuerdo algunos pocos. La traicionera reforma de la unidad
nacional de la Constitución vía Estatuto de Cataluña y su significativo atasco
en el Tribunal Constitucional. La concepción del poder de Zapatero es la íntima
explicación de este embrollo de enormes consecuencias. Lo mismo hay que decir
de las entrañas del proceso de paz con ETA, auspiciado por la idea de que
“siendo todos de izquierda” –menuda ingenuidad– dicho proceso llevaría a un
Gobierno conjunto en el País Vasco. Destruir uno de nuestros mejores
patrimonios históricos y constitucionales, como era el espíritu de consenso de
la Transición, ha sido uno de los atentados a la convivencia española más
mendaces, irresponsables e impunes de Zapatero. Esta pervertida idea del poder
devasta de raíz el concepto y uso del dinero público. Palabras mayores. Un
dinero público “que no es de nadie sino del Gobierno, concebido como caja
propia para uso sectario e ideológico, capaz de subvencionar lo que amplios o,
incluso, mayoritarios sectores ciudadanos no quieren, pero tienen que pagar con
el sudor de su frente y contra su conciencia. ¡Qué vergüenza la compra política
y la imposición a la sociedad del aborto libre! Y ahí entramos en el lazo
íntimo entre crisis política y crisis económica. O, por decirlo de otro modo,
la convicción generalizada de que el actual Gobierno es el más adecuado para
agravar la ruina y negarlo.
*Pedro-Juan Viladrich es catedrático
de Universidad y vicepresidente del Grupo Intereconomía.