QUE EL GRAN TINGLADO RINDA CUENTAS
Artículo de Pedro Juan-Viladrich en “La
Gaceta” del 13 de junio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Debe
haberse rozado el pánico en el gran tinglado para que un dinosaurio divino como
Felipe González –los Gal, Filesa, entierro de Montesquieu y quiebra de la seguridad social- tenga que
comparecer en socorro de Zapatero y se atienda, como milagroso prozac, su receta de huir hacia atrás. Prietas las filas.
Todos a una. Unidad, disciplina, obediencia …pura y
dura. Tiene su explicación. Hay riesgo de perder el poder. Y sin poder se corta
el cordón umbilical con los caudales públicos. Y sin ese dinero no hay poder.
Círculo cerrado. ¿Qué tipo de poder? Pues el enorme de fabricar una realidad,
que no lo es; de organizar un enorme tinglado para imponerla y mantenerse a
costa de lo que haga falta; de influir, condicionar, atemorizar, silenciar o
condenar al exilio civil –incluso penal- a quienes osen entreabrir ventanas a
la realidad “real”; y, por fin, de quedar impunes sin rendir cuentas de la malversación,
despilfarro y abuso de los caudales públicos. La desnaturalización del origen,
propiedad y fines de los recursos públicos es corrupción en estado puro. ¿Cómo
ha ocurrido? Por causa de una perversión previa. Prevalecieron los políticos
que transformaron el poder, de un medio para servir al bien común del pueblo,
en un fin para provecho propio. El abuso de los caudales públicos devino
inevitable, imprescindible, porque los recursos que genera el pueblo es la
sangre que alimenta el tinglado del poder. La especialización de la izquierda
–una vez perdidos sus iniciales ideales y ética- en ocupar el Estado y sus
recursos, como si fueran propios, ha rozado en algunas ocasiones la genialidad
y siempre el hábito. No le ha ido a la zaga la derecha partitocrática,
aunque la carencia de un casi totalitario modelo ideológico que imponer a la
sociedad, haya disfrazado su amor al dinero público y aliviado su malversación
y despilfarro. Rebus sic stantibus,
nuestros colosales déficits y endeudamiento nos traen la perentoria necesidad
de ser austeros y, en significativa paradoja, una oportunidad de regenerar la
habitual corrupción en la gestión y destino de los caudales públicos.
¿Cómo?
La cura que la sensatez sugiere debería venir de sanar la perversión original.
Que la casta política, empezando por el Gobierno y el partido que lo sostiene,
cambie de raíz su concepción del poder y de los recursos que el pueblo pone en
sus manos. Que sirvan al bien común, en vez de servirse para el propio
provecho. Que desmonten el gran tinglado –instituciones, fundaciones, agencias,
subvenciones, compraventa de conciencias, creación de clientelas e intereses
vasallos- más su farsa de realidades virtuales, que ocultan o amordazan las
reales y verdaderas, y que solo sostiene el oxígeno de los fondos públicos.
Pero esperar esa conversión quizás es pedir demasiado. Mejor será, aprovechando
las vacas flacas, exigirles que rindan cuentas. Cuentas públicas de cada euro
de dinero público. Pero ¿cómo?, si el gran tinglado tiene amarrados los
sistemas de control, puesto que cargos neurálgicos de los Tribunales, del
Tribunal de Cuentas, de la Fiscalía general del Estado, de los Defensores del
Pueblo, de la Intervención del Estado y, lo mismo, en los equivalentes de las
Comunidades Autónomas están trufados y forman parte del gran tinglado. A pesar
de todo, es vital que la sociedad española atraviese la época de penuria
consiguiendo purgar el abuso y malversación de su trabajo y sudores. Es ahora
cuando austeridad y despilfarro son palabras, por obligación que no por
devoción, políticamente correctas. Empecemos por pequeñas cosas, sin pasarles
una, exigiendo que nos rindan cuentas.
Veamos
algunos pequeños ejemplos. Dado que no todo ruido es música, ni toda música es
la novena de Beethoven, los miles de euros dilapidados por el Ayuntamiento de
Segovia en facilitar que la banda “Ardor de estómago” insulte al Jefe del
Estado deben ser reingresados en las arcas municipales y que la Fiscalía,
aparte del delito de insultos y calumnias al Rey, abra las diligencias
oportunas sobre el otro tipo penal que es la malversación de caudales públicos,
cuando, bajo la malicia de la “creatividad artística” se entrega dinero de
todos los ciudadanos para fomentar una operación ideológica sectaria y
delictiva. Lo de Segovia sería pequeñito si no hubiera montones de análogas “segovianazas”. Operaciones con sobresalientes cantidades de
dinero público, bajo la excusa de la educación sexual de menores, encubren el
abuso del dinero de todos para imponer un adoctrinamiento, para sostener los
garbanzos de la clientela ideológica al servicio de tal imposición y, lo que
muy grave, bordeando los supuestos delictivos de la corrupción de menores y de
las coacciones de los arts. 189,4 y 172 del Código Penal, agravados por cuanto
se lesionan derechos constitucionales –art.27,3- de
los padres en materia de educación de sus hijos según sus convicciones morales
y religiosas. Que hablen de una vez los consultorios de psicólogos, psiquiatras
y terapia familiar sobre las adicciones y anomalías que la masturbación,
pornografía y promiscuidad provocan en menores y mayores. Apuntemos otro
urgente balance de cuentas, de gran envergadura, que oculta el gran tinglado.
Hay una serie de funciones sociales, auténticamente estratégicas para toda la
sociedad –desde la procreación, crianza y educación hasta la solidaridad
biográfica y la cohesión intergeneracional en niveles
de calidad afectiva incondicional y valores morales de gran excelencia humana-
que cumple muy bien la familia matrimonial estable, mientras que sus
alternativas más ideologizadas ofrecen un paupérrimo balance con resultados
antieconómicos. Las alternativas sexuales son otra inmensa arcadia virtual que
vive del patrocinio del gran tinglado y sobre las espaldas de las familias estables
y muy contribuyentes al erario público. Si el gran tinglado tuviera que rendir
cuentas, balance de sus resultados reales, si tuviera que vivir de la cuotas de sus bolsillos, se caería como castillo de
naipes.
Catedrático
de Universidad y Vicepresidente del Grupo Intereconomía