EQUILIBRIO
Artículo de Jon Juaristi en “ABC” del 28.04.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
INESTABLE. La clásica separación
de poderes, la del barón de Montesquieu, sólo existe en los libros, toda vez que
los gabinetes gubernamentales se apoyan en las mayorías parlamentarias.
Tácitamente, las democracias han sustituido el equilibrio entre los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial por otro distinto (entre gobierno, oposición y
judicatura), sin que el sistema se resienta. En la práctica, como han observado
los exégetas del Espíritu de las Leyes, los tres poderes se reducen a dos, al
ser el judicial «como nulo», aunque, aduce con razón Carmen Iglesias, tal
«nulidad», para Montesquieu, no supone una negación de la existencia ni de la
fuerza de aquél. Efectivamente, la independencia del poder judicial es, ante
todo, una separación respecto a lo político. La separación de poderes en la
esfera propia de lo político podría, pues, reducirse al equilibrio entre
gobierno y oposición. Si los descontentos con la gestión gubernamental obtienen
la mayoría parlamentaria, se produce la alternancia. Cuando el equilibrio se
altera hasta hacer la alternancia imposible, el sistema se convierte en régimen.
El desequilibrio del sistema desde la oposición deriva siempre en guerra civil,
más o menos cruenta. La Segunda República atravesó dos situaciones claramente
bélicas, la insurrección de las izquierdas en 1934 y la rebelión militar, que
arrastró a las derechas, de 1936 a 1939 (el golpe de Sanjurjo, como el del 23-F
medio siglo después, no dio lugar a guerra civil alguna porque no estaba
respaldado por la oposición). Resistió la primera y fue destruida por la
segunda. Por muy encabronada que se sienta la actual oposición, es evidente que
ni puede desequilibrar el sistema ni tiene ganas de hacerlo.
En buena medida, la impotencia de la oposición, no ya para desestabilizar el
sistema sino incluso para garantizar la alternancia, se debe a la necesidad de
invertir todas sus energías en mantener el equilibrio de poderes que el Gobierno
y sus aliados nacionalistas no han dejado de minar desde hace dos años. De ahí
la paradoja de una oposición identificada con el sistema frente a un gobierno
insurreccional, prisionero de su imaginario bélico y revanchista. La tragedia de
la izquierda española, ha afirmado Arcadi Espada, es que quiere ganar la Guerra
Civil. En esta tesitura, lo peor que podía pasar -y que ya está pasando- es el
acercamiento del Gobierno a quienes más han hecho por prolongar la falacia de
una Guerra Civil inconclusa (que, por descontado, también esperan ganar).
Los atentados de Barañain y Guecho, las cartas de ETA a los empresarios y las
provocaciones de Batasuna a los navarros han desencadenado un conjunto de
ataques del Gobierno y del PSOE a la oposición, con un denominador común: la
caracterización de la derecha democrática como franquista, lo que dista de ser
una novedad, pero a la que la prisa de los socialistas por cerrar acuerdos con
el complejo etarra añade ahora matices inéditos. Probablemente, ni Ramón
Jáuregui, al establecer por enésima vez la genealogía franquista del PP, ni
Jordi Sevilla, al definir a dicho partido como la derecha carca de siempre,
creen salirse de la tópica socialista al uso. Pero las circunstancias actuales
modifican el sentido de estas calificaciones. Optando -en concordancia con
Batasuna- por presentar el fin del terrorismo como pacificación (y no como
recuperación de la libertad secuestrada), el Gobierno consolida la superstición
bélica. Una cosa es tratar a la oposición de forma altanera e insolente. Otra,
muy distinta, identificarla con el antagonista mítico (el franquismo) cuya
contumacia impide poner fin a la Guerra Civil (es decir, a la «guerra» de ETA).
Por esta vía, se llegará a ver en la aniquilación política del PP el requisito
indispensable para la paz, o sea, para el acuerdo entre ETA y el PSOE, que
simbolizaría la victoria póstuma de las izquierdas y los nacionalismos
derrotados en 1939. Sobra decir que el sistema democrático no sobreviviría a
este final feliz.