DOS EN LA MONCLOA
Artículo de Javier Zarzalejos en “El Correo” del 21.10.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Mariano Rajoy ha recibido estos
días uno de los elogios más expresivos e inesperados en la legislatura en forma
de titular de portada del primer diario en difusión que, en la víspera del
encuentro en La Moncloa, explicaba el rechazo de Rodríguez Zapatero a la
consulta anunciada por el lehendakari Ibarretexe «para neutralizar los ataques
del PP». Para una oposición de cuya utilidad se duda no está nada mal que se le
atribuya tanta capacidad disuasoria sobre el presidente del Gobierno. Y para
éste no es precisamente un cumplido que su decisión frente a Ibarretxe se haga
depender de la vigilancia del partido de la oposición más que de sus propias
convicciones sobre el particular. Si al rechazo presidencial a la consulta del
lehendakari, aunque sólo sea por razones de procedimiento, se añade la
rectificación de las intenciones iniciales de los socialistas de pactar con los
nacionalistas en Navarra, se le suma la reintroducción de la 'derrota de ETA'
como expresión honorable, y la discreta liquidación del proceso de revisión
autonómica, al menos para llegar con la mesa despejada a las elecciones
generales, el balance de oposición, en la función que le corresponde en un
sistema parlamentario, no es en absoluto desdeñable.
En el caso de la 'hoja de ruta' que, de nuevo, el lehendakari ha trazado para
sus proyectos soberanistas, la vigilia de la oposición es una garantía añadida
que en vez de ser afeada a Rajoy merece ser reconocida. Y son necesarias
garantías añadidas ante el nuevo ciclo de desestabilización que augura el
anuncio de Ibarretxe, porque el asunto dista de estar zanjado después de la
visita del lehendakari al Palacio de la Moncloa.
Muchos análisis parecen confiar excesivamente en una percepción de las
posiciones respectivas de Ibarretxe y de Rodríguez Zapatero que, cuando menos,
resulta discutible.
En efecto, se están dando dos suposiciones altamente cuestionables. La primera
es la que cree que Rodríguez Zapatero ha despertado de su ensoñación confederal
y quiere realmente rectificar. La segunda consiste en pensar que el envite de
Ibarretxe es una simple escenificación electoralista.
En el caso del lehendakari, se recordará que al comienzo de la legislatura todo
fueron palabras condescendientes y gestos de comprensión hacia Ibarretxe, a
quien los socialistas, recién llegados al Gobierno, inventariaban entre las
víctimas del Ejecutivo del PP. El plan Ibarretxe fue objeto de una oportunista
fabulación por parte del PSOE como una reacción exasperada pero comprensible
frente a la intransigencia de los populares, personificada en Aznar.
Desaparecida la causa, Rodríguez Zapatero despachó las pretensiones soberanistas
del lehendakari como restos de un pasado que en el nuevo tiempo político
perdería sentido. Ahora la fabulación cambia y, otra vez, aparece el socorrido
argumento del 'consumo interno' para quitar importancia a lo que Ibarretxe ha
propuesto y que, por uno u otro procedimiento, está dispuesto a materializar.
Sin embargo, explicar el envite soberanista por un mero cálculo electoral entra
en abierta contradicción con el insistente recordatorio de los mediocres
resultados obtenidos por el PNV en las autonómicas de 2005. Se olvida que la de
Ibarretxe es la opción que ha prevalecido en el seno del Partido Nacionalista
Vasco, cobrándose en la persona de Josu Jon Imaz la más significativa víctima
política. Parece pasarse por alto que la nueva ponencia política del PNV, que se
encuentra en el trámite interno de consulta, otorga carta de naturaleza al
soberanismo y confiere al movimiento del lehendakari la legitimidad de
constituir la expresión institucional de los objetivos programáticos del
partido. Y no se repara en que el descontento de los nacionalistas 'moderados',
la preocupación de los empresarios o el descrédito del tripartito, hasta que no
se demuestre lo contrario, no son más que lugares comunes, temas recurrentes de
tertulia, fructíferos para el chascarrillo pero inoperantes a efectos políticos.
No parece posible comprender el salto soberanista comprometido por Ibarrextxe
como una pulsión puramente endógena de un nacionalismo que cree haber exprimido
ya todo el jugo del régimen constitucional del 78. Otros factores no atribuibles
al lehendakari han creado un entorno en el que juega el carácter esencialmente
oportunista de la reivindicación nacionalista.
Un proceso de revisión del modelo territorial como el que desencadena el nuevo
Estatuto catalán no podía pensarse que tuviera efectos neutrales en el
nacionalismo vasco. Embarcarse en una negociación política con ETA no ha
significado sólo traspasar una línea roja que ningún Gobierno democrático había
franqueado, sino asumir la clave nacionalista que une terrorismo y 'conflicto'
en su génesis y, lo que es peor, en su solución. Devolver a las instituciones al
entramado político de ETA alimenta las referencias más radicales dentro del
nacionalismo. Que el presidente del Gobierno haga malabarismos con aquello del
'respeto a lo que decidan los vascos' mientras anuncia la apertura del diálogo
con ETA es una invitación irresistible a la desestabilización. Construir el
Gobierno sobre la exclusión de la oposición quiebra un pilar de consenso que más
temprano que tarde habrá que reconstruirse. Desacreditar el pacto de la
Transición y dar vía libre a la mutación del sistema autonómico a través de los
estatutos no es precisamente la receta para fortalecer el marco constitucional
que ha de hacerse valer frente a las pretensiones de Ibarretxe.
Nadie duda de que Ibarretxe es impermeable al diálogo que tanto predica. También
es cierto que está por ver a qué han renunciado los nacionalistas como no sea a
imponer el calendario de pagos además del precio. Pero si en lo que parece
consustancial al lehendakari será difícil influir, el problema que éste plantea
sería infinitamente menor si se recuperaran los factores de estabilidad y
fortaleza del Estado autonómico y constitucional que se han ido dejando por el
camino. Ahí es donde debería sustanciarse la autenticidad de la rectificación
que se quiere ver en Rodríguez Zapatero y que observada en detalle no es en
absoluto tan clara.
El presidente del Gobierno no ha querido ir más allá de elementales razones de
procedimiento constitucional para expresar su rechazo a la iniciativa de
Ibarretxe, reduciendo el problema a un conflicto de atribuciones sobre la
titularidad de la competencia para convocar referendos y la distinción doctrinal
entre referéndum y consulta. Bien está. Pero quedarse ahí es quedarse en un
inquietante vacío cuando al Estatuto, por un lado, se lo da por amortizado pero,
por otra, sigue demostrando ser irremplazable por un acuerdo más amplio mientras
ETA reactiva su potencial de violencia terrorista. La cuestión es que nada
indica que el nacionalismo radicalizado que se ha sentado en el poder de la mano
de los socialistas vaya a reducir su influencia en el diseño de la mayoría de
Gobierno que Rodríguez Zapatero, si triunfa en marzo, volverá a promover.