EL PROGRESISMO: ENTRE LA ESTUPIDEZ Y LA BARBARIE
Artículo de Jesús Láinz en “El Semanal Digital” del 27.12.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
27 de diciembre de 2006. No
confundamos los términos. Una cosa es el progreso y otra muy distinta el
progresismo. Progreso es el avance, el perfeccionamiento, la acción de ir hacia
adelante.
Por lo tanto, progreso es que hoy la medicina nos libre de muchas enfermedades
que no hace mucho eran mortales. O que hoy el dentista nos intervenga con
anestesia en vez de en vivo. O que hoy recorramos en unas horas las mismas
distancias para las que nuestros abuelos necesitaban días. O abrir un grifo y
que salga agua potable o enviar mensajes a la otra esquina del planeta pulsando
una tecla.
Todos somos partidarios del progreso. Nadie hay que prefiera la enfermedad a la
salud, la suciedad a la higiene, la ignorancia al conocimiento.
Pero es importante no confundirlo con el progresismo, esa religión laica creada
por quienes pretenden hacer del progreso su patrimonio privado, condenando a los
demás a la categoría de enemigos del avance y amigos de lo antiguo. Su enunciado
podría resumirse en que todo cambio en la sociedad es bueno por el mero hecho de
ser un cambio. No admite razonamiento en contra. Se trata, por lo tanto, de una
superstición como otra cualquiera, y como tal comparte todas sus
características: es una creencia, es contraria a la razón, entraña una fe
desmedida en sus postulados, es inatacable bajo pena de excomunión y legitima a
sus fieles para descalificar a sus críticos directamente con el insulto, sin
necesidad de argumentación.
¿Cómo diagnosticar la superstición progresista? Es fácil: sus postulados siempre
acaban o en estupidez o en barbarie.
Veamos algunos de los cambios sociales propuestos por la superstición
progresista:
Hay que acabar con la desigualdad de los sexos en los cargos políticos. Ha de
establecerse por ley que los ministros, candidatos electorales y otros cargos se
repartan al 50% entre hombres y mujeres independientemente de la valía de cada
persona. Esto obliga a meter con calzador a incapaces de uno u otro sexo
desplazando a capaces de uno u otro sexo con el fin de ser artificial e
injustamente equitativos. Diagnóstico: estupidez.
Hay que acabar con la discriminación que sufren los homosexuales por no poder
casarse, aunque ello entrañe la mojigata cursilada de poner en pie de igualdad
con el matrimonio, que por naturaleza está destinado a perpetuar el género
humano y por función social a crear el núcleo familiar base de toda sociedad, a
las parejas incapaces de procreación por imperativo biológico –aunque luego,
incoherentemente, pretendan que la imposibilidad reproductiva voluntariamente
elegida se solucione mediante la equiparación también a efectos de adopción–.
Que triunfe el amor. Cualquier otra consideración sobra. Diagnóstico: barbarie.
Las categorías de padre y madre han sido heredadas de épocas pasadas y por lo
tanto son reaccionarias. Además, ya no tienen sentido en una sociedad en la que
las familias pueden articularse de muchas formas aunque para ello sea necesario
dar la espalda a la naturaleza. Por ello hay que inventar nuevos conceptos
asépticamente asexuados como progenitor A y progenitor B. Diagnóstico:
estupidez.
La sacrosanta libertad de cada individuo para hacer lo que quiera con su cuerpo
no puede verse limitada por consideraciones morales. Por lo tanto, esa ilimitada
libertad exige que sea legítimo asesinar al hijo no nacido. Diagnóstico:
barbarie.
Hay que acabar con el sexismo en el lenguaje. Es inadmisible que en esta época
de igualdad entre los sexos y las sexas sigan utilizándose palabras y palabros
masculinas y masculinos que engloban a ambos y a ambas. Por ello hay que dictar
normas y normos para sustituir en los juzgados y juzgadas, ministerios y
ministerias y demás organismos y organismas, los términos y términas masculinos
y masculinas por equivalentes y equivalentas en neutro y neutra. Así nadie se
sentirá ofendido y ofendida y todos y todas se darán por incluidos e incluidas.
Diagnóstico: estupidez.
Hay que eliminar el esfuerzo, la valía, la inteligencia, la diferencia personal
entre los alumnos, para conseguir una sociedad más igualitaria, es decir, un
igualadísimo rebaño de incapaces. Para conseguirlo, se exigirá lo mínimo y se
aprobará a todo el mundo. Además, como la historia, la lengua, la literatura, la
religión, la filosofía y las humanidades en general no sirven para nada, se
valorará sobre todo saber multiplicar y dividir, apretar tornillos y tener
soltura con ordenadores y videojuegos. Así estarán preparados para el mundo de
las nuevas tecnologías, que es lo que cuenta. Diagnóstico: barbarie.
Siga poniendo ejemplos usted mismo, progresista lector. Es exacto e infalible
como una regla matemática.