IZQUIERDA NIETZSCHEANA
Artículo de José María Lassalle, Diputado del Grupo Popular en el Congreso, en “ABC” del 10.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
LA historia se repite dando la
razón a Vico y, de paso, a Herder y sus maestros anti-ilustrados. El curso
racionalizador, abstracto y liberal que sustenta la Modernidad política sufre en
España una inesperada torsión desde su vertiente izquierda. Una parte
significativa de ella ha decidido tirar la toalla ilustrada y ceder a la
tentación nietzscheana de «vivir peligrosamente». Ha sustituido la uniformidad
evolutiva de una racionalidad crítica a la manera popperiana y ha cogido el
atizador witggensteiniano con la ansiedad de quien no está dispuesto a reconocer
que «yo puedo equivocarme, tú puedes tener razón, y juntos podemos seguir acaso
el rastro de la verdad».
Es como si la izquierda española se hubiera cansado de tanta normalidad
institucional ilustrada y quisiera aventurarse por los páramos olvidados de la
incertidumbre y la provocación, reabriendo las heridas trágicas que disparan los
acontecimientos y aceleran el pulso de la vida. De ahí que haya decidido
sustituir la tediosa uniformidad abstracta y universalista que nace de las ideas
liberales e igualitarias de nación, soberanía y pueblo por la diversidad
particularista que aletea detrás de la reivindicación de legitimidades
históricas fundadas en el mito, el destino y la memoria.
Al igual que sucedió bajo el bucle melancólico que emanó del romanticismo y que
condujo al historicismo entrado el siglo XIX, la izquierda española ha roto sus
ataduras con el tedio generado por estos «larguísimos» veintisiete años de
constitucionalismo liberal. Se ha lanzado a tumba abierta por una emocionalidad
que nos retrotrae a la fundamentación mítica del Estado y el Derecho que
diseñaron los Schelling, Hegel y Savigny. Parece empeñada en resucitar la
historia y recuperar escenarios de confrontación allí donde ya no tendría que
haberlos tras la caída del Muro, rescatando significantes culturales y políticos
con el fin de hallar así una nota diferenciadora frente al triunfo de la
sociedad abierta, sus instituciones y paradigmas metodológicos.
Esto se hace patente al analizar la deriva comunitarista que va sustituyendo el
discurso republicano-cívico por el que apostó la izquierda española hace no
tanto tiempo. Así, lejos de emular las exitosas pautas de centralidad alcanzadas
por el liberalismo igualitario defendido por los laboristas británicos o los
planteamientos reformistas de una SPD alemana (empeñada en seguir dando la razón
a aquel Popper que dijo que «si hubiera algo así como un socialismo combinado
con la libertad individual, yo seguiría siendo socialista»), nuestra izquierda
ha decidido tender puentes hacia quienes tendrían que ser su oponente natural:
ese nacionalismo radical y obsesionado en revisar el presente constitucional al
considerarlo injusto conforme a una atropellada actualización posmoderna y
multiculturalista que defiende identidades colectivas en construcción dentro de
la nación española, al tiempo que retoma un trasnochado lenguaje
intervencionista de deberes sociales que mina el pluralismo que sustenta el
progreso de las sociedades abiertas.
Tratar de analizar las claves psicológicas que operan detrás de este proceso es
difícil. Supondría revisitar un escenario complejo, alimentado por frustraciones
generacionales y confusas herencias familiares y emocionales. Un escenario que
hace cierta la tesis de La España invertebrada y que, tomada de Esquilo, volcaba
Ortega sobre la restauración canovista diciendo que en ella mandaban los muertos
sobre los vivos. De hecho, en la revisión del espíritu ilustrado que experimenta
la izquierda hay algo de esa impronta espectral. Para comprenderlo basta
advertir el rictus radical, ortodoxo y demasiado antiguo que impregna muchas de
sus declaraciones políticas. ¿Cómo entender si no esa paulatina sustitución de
la crítica ponderada por la denuncia conspirativa frente a la oposición, los
medios de comunicación que no son afines e incluso determinadas confesiones
religiosas que expresan su malestar hacia el Gobierno? ¿Dónde está esa
imaginación sensata y esa ironía brillante que en Italia exteriorizan Prodi o
Cacciari, cuando dibujan desde la izquierda una alternativa centrada que trata
de alterar el monopolio técnico y conceptual que exhibe el liberalismo a la hora
de gestionar la complejidad del siglo XXI?
En vez de imitar la valentía de aquel socialismo español que renunció al
marxismo y al cuestionamiento de la democracia liberal y el mercado libre, busca
la afinidad electiva de los discursos regresivamente premodernos y míticos que
exteriorizan el nacionalismo radical y los populismos antisistema. La izquierda
abandona inexplicablemente el filón de cultivar tanto la defensa de un Estado
viable como la bandera de liderar espacios de cooperación social dentro de las
cada vez más insensibles sociedades posindustriales. De esta manera, la
actualización izquierdista de la reflexión de Constant de una libertad de los
modernos, positiva y social a la altura del siglo XXI, queda sin cubrir con la
intensidad necesaria, pues sus adversarios liberales no pueden abarcar todos los
escenarios de significación que contiene el discurso político y jurídico de la
Ilustración.
Resulta increíble que esta situación se haya tenido que producir ahora, cuando
nuestro país parecía haber tomado buena cuenta de las enseñanzas dejadas tras de
sí por las generaciones que vivieron el triste fracaso colectivo de la II
República, la atroz Guerra Civil y la dictadura franquista. Esto es lo
lamentable: ver cómo parte de la izquierda se instala en una revisión unilateral
de esa Modernidad contenida en los valores liberales, igualitarios y pluralistas
que representa nuestra normalidad constitucional, dando la razón a Isaiah Berlin
cuando nos advierte de que no hay fórmula institucional que evite la tentación
que sienten algunos durante una travesía colectiva de querer cambiar el mundo y
poblarlo nuevamente de poderes imaginarios. Al hacerlo así, la izquierda
despliega una estrategia temeraria que recuerda a aquella otra seguida por el
nietzcheano Mann de Las consideraciones de un apolítico y que lo condujo a
repudiar estéticamente la ideología democrática del consenso y el compromiso
porque nivelaba las diversidades del corazón, aplanaba las vivencias de
comunidad bajo las razones de la asociación constitucional y acallaba el
estremecimiento del «Lied» de la mano del dominio de la opinión mayoritaria. Y
todo este resurgimiento de los poderes imaginarios de la «Kultur» se produce a
tan sólo veintisiete años del triunfo de los artefactos intelectuales de la
«Zivilisation»...