EL LABERINTO ESPAÑOL Y LOS NACIONALISMOS PERIFERICOS

Luis Bouza-Brey, 22-4-97

Quiero dedicar este artículo a JOSEBA ARREGUI, nacionalista lúcido, con el que me he encontrado coincidiendo en la mayor parte de sus reflexiones.

A partir de su lectura he confirmado con alegría la universalidad de la inteligencia, la posibilidad de comprensión y comunicación entre seres humanos. Con él he adquirido seguridad y confianza en el futuro.

Cuando redactaba este artículo, me llegó del País Vasco su libro "EUSKADI INVERTEBRADA", de la Editorial Oria (1996). Empecé echándole un vistazo y acabé leyéndomelo de un tirón con entusiasmo. Creo que las ideas de Joseba Arregui dibujan el modelo interpretativo y estratégico del nacionalismo vasco que les permitirá, que nos permitirá a todos, superar el "impasse" actual de Euskadi.

Recomiendo encarecidamente la lectura de Arregui a todos los que pasen por aquí.

 


 

Este es un artículo sobre los nacionalismos periféricos, que constituye un elemento más de reflexión, en el fatigoso y largo proceso colectivo de construcción de un modelo de relaciones entre los pueblos de España, hecho con la intención de ayudar a terminar de una vez con nuestra desdichada historia de enfrentamientos.

Los que en el 68 ya andábamos por ahí, creo que iniciamos nuestra biografía intelectual al plantearnos por qué constituíamos un país tan inhóspito e invivible, encerrado en el atraso, la dictadura y las guerras civiles.

Posiblemente hoy, cerca ya de otro 98, nos encontremos como país en una nueva encrucijada que nos obliga a redefinir nuestras relaciones. Podemos continuar enredados en los conflictos y bloqueos del pasado, que nos debilitan, desangran y discapacitan, o dar el salto adelante de una vez por todas, para iniciar una nueva etapa que nos sitúe entre los pueblos que hoy perfilan el futuro de la Humanidad.

Pero creo que, para conseguir abandonar el estado larvario y metamorfosearnos, necesitamos alcanzar un estadio de lucidez fría y apasionada. Fría, porque exige desconfianza y arrinconamiento de los mitos del pasado, que son producto de una vieja y triste historia. Apasionada, porque implica confianza en el futuro y en nuestra capacidad de creación de una nueva realidad, basada en relaciones de integración de la diversidad.

Para reflexionar sobre los nacionalismos periféricos creo que hay que comenzar desde un punto de partida consistente en el análisis de sus virtudes y defectos. Y para mi resulta bastante evidente que los nacionalismos periféricos han tenido el mérito histórico de preservar la diversidad, de conservar las diferencias culturales entre los pueblos de España, frente a las tendencias uniformizadoras de la modernización y el Estado unitario y centralizado.Y esta conservación de la diversidad da hoy a nuestro país una gran riqueza y potencialidad de futuro.

A ello se añade una segunda virtud de los nacionalismos: la de mantener vínculos de solidaridad entre los individuos, de responsabilidad hacia los intereses comunes y públicos de cada uno de los pueblos de España.

En contrapartida, y por haber nacido en una dinámica histórica de confrontación con el nacionalismo y el Estado español, los nacionalismos periféricos han revestido rasgos de particularismo "provinciano", de rechazo a la percepción de un interés común español, de cierre frente a las demás culturas y, en muchos casos, de insolidaridad y xenofobia contra el resto de los pueblos de España.

Todo ello articulado en una cultura política nucleada por mitos y antimitos de elevada efectividad sociocultural sobre la motivación de los individuos, y de férrea resistencia frente a los cambios sociales y políticos.

El otro polo de esta dinámica de confrontación, el nacionalismo español, asumió características análogas pero antagónicas, de rechazo a la diversidad, de uniformismo a ultranza y de descalificación como insolidarios y "separatistas" de los movimientos culturales de las nacionalidades.

Ambos nacionalismos, el españolista y el antiespañolista, se expresaban en el mito de la Nación, como realidad superior a los individuos, y a partir de la que éstos adquieren su identidad, a la cual habría que construir y defender impermeabilizándola frente al enemigo interior-exterior, dándole unidad, homogeneidad, consistencia y cohesión por medio del Estado, centralista o independiente de España.

Después de dos siglos enredados en esta dinámica, nos encontramos en la actualidad ante una situación radicalmente nueva, tanto a nivel internacional como interno, frente a la que es necesario cambiar nuestras percepciones de la realidad y nuestras pautas de interacción.

A nivel mundial existe actualmente un proceso de globalización y universalización que empequeñece el mundo, disuelve las fronteras, traspasa las sociedades, e impulsa la creación de instituciones mundiales y continentales que reducen y transforman el papel del Estado, encajándolo en una red de relaciones políticas que le hace perder su anterior papel central.

El Estado deja de ser el supremo y soberano creador de las naciones, y éstas se transforman en sociedades diferenciadas pero abiertas, heterogéneas, plurales, traspasadas por múltiples corrientes de información y complejas relaciones de interdependencia. Sociedades que tienen que mantener flexiblemente su identidad sin absolutizarla.

Sociedades que para funcionar, y como consecuencia de procesos intensos de cambio social y económico, necesitan integrar identidades personales diversas, e individuos con sentimientos de pertenencia o identidad complejos, identificados con varios niveles societarios.

Sociedades cuya cultura se compone de rasgos heterogéneos, producidos en los múltiples centros de creación y difusión de información que existen actualmente a nivel mundial.

Es decir, que tanto el Estado como la Nación están cambiando radicalmente. El Estado cambia porque la sociedad cambia, dejando de ser el único centro de identidad y poder y transfiriendo éste hacia unidades más amplias y más reducidas de identidad y gestión. La Nación cambia, porque ya no es una realidad homogénea y uniforme, sino heterogénea y pluricultural, integrada en diversos niveles de poder político ---autonómico o federal, estatal, supraestatal y mundial---.

En España, esta transformación se hace todavía más compleja a causa de la transición a la democracia y al Estado autonómico después de cuarenta años de dictadura centralista.

Y en esta cuestión yo mantengo una tesis que posiblemente no guste a los nacionalistas periféricos, pero creo que es cierta: en mi opinión, España ha creado anticuerpos frente al nacionalismo centralista, después de cuarenta años de dictadura, de manera que las ideas de una España plural, heterogénea, y de diversos niveles de articulación política para integrar lo diverso, han sido aceptadas casi desde el principio de la transición e incorporadas a la Constitución.

Por el contrario, los nacionalismos periféricos siguen todavía debatiéndose entre las cenizas de los viejos mitos. Reclaman la España plural que los reconozca, pero no asumen la pluralidad de su propia sociedad, intentan construir el poder político propio según el modelo del viejo Estado, incluso del viejo Estado precontemporáneo; siguen cerrados a la percepción de los intereses españoles comunes, reclaman la independencia o un confederalismo casi medieval y, en el colmo de la ceguera histórica ---ellos, que tanto pretenden fundamentarse en la Historia--- no conciben que exista nada intermedio entre su propia nación y Europa.

Siguen encerrados, en fin, en la vieja dinámica de la confrontación, la resistencia, y el cierre valorativo y motivacional, y su modelo político es el de la monarquía premoderna o el independentismo del siglo pasado, como si no hubieran transcurrido más de dos siglos de cambios gigantescos a nivel español y mundial.

Por todo lo anterior, creo que no conseguiremos despegar en nuestro viaje hacia el futuro mientras los nacionalismos no se desembaracen de viejos lastres y evolucionen hacia la complejidad, la apertura, la integración y la universalidad, y hasta que la dinámica de confrontación sea sustituida por la de cooperación.

¿Cuáles son las tareas y objetivos políticos a realizar? Creo que tenemos que construir, transformar y articular tres niveles institucionales con sus correspondientes expresiones simbólicas y valorativas, sin que podamos prescindir de ninguno: la Unión o Federación Europea, el Estado Español y las Comunidades Autónomas.

En primer lugar, es necesario desarrollar las instituciones políticas europeas si queremos defender nuestro modelo de sociedad frente a la competencia norteamericana y asiática, transfiriendo poder desde los Estados a la Unión, aunque ésta vaya a operar regida por el principio de subsidiariedad.

Pero, en segundo lugar, los Estados no desaparecerán, seguirán siendo el elemento básico de construcción de la Unión, adopte ésta la forma confederal o federal.

Los nacionalistas periféricos deberían corregir también su percepción en este tema: ni "independencia en Europa" ni "independencia sin Europa" son soluciones realistas a la nueva situación. Estas percepciones o construcciones son residuos míticos del siglo XIX y caminos que no conducen a ninguna parte.

 

En tercer lugar, hay que construir las Comunidades Autónomas, pero sin intentar copiar el modelo del viejo Estado. La solución no consiste en que cuánto menos poder tenga el Estado central y más la Comunidad mejor, sino que para que nuestras sociedades puedan funcionar en un mundo de grandes poderes sociales y procesos estatales y supraestatales de interdependencia compleja, hace falta articular ambos niveles, de acuerdo con el principio cooperativo. Confederalismos, bilateralidades, aislamientos, distancias, cierres, etc., son modelos de relación inadecuados. Es imprescindible conservar en manos del Estado poderes importantes en ámbitos diversos. Y, correlativamente, es preciso que las nacionalidades y regiones participen en las instituciones estatales y decidan conjuntamente las políticas comunes.

Y aquí creo que es dónde está el fallo principal de nuestra situación:

Se intenta construir un modelo de relación Estado-Comunidades Autónomas tipo "Robin Hood", a partir de una matriz de relaciones basadas en la hostilidad y la incomprensión mutua, o en el pasado de la época de las carrozas y las palomas mansajeras, frente a una situación que cada vez se aproxima más a la de la "Odisea del espacio".

¿Cómo se va a construir un modelo operativo y racional a partir de la idea de que cada uno recauda los impuestos de acuerdo con sus normas propias y transfiere al Estado una parte para gastos de administración?

¿Y las transformaciones habidas desde el siglo XVIII hasta hoy en el papel del Estado, la Hacienda y el sector público en la economía?¿Es que no hay una unidad económica, de mercado, y una política económica correspondiente?

¿Es que el Estado únicamente consiste en la Corona, el Ejército y las sedes diplomáticas, que tienen unos gastos que atender y pagar entre todos? ¿Pero qué visión de la realidad es esa?

¿Y la solidaridad, entre zonas de afluencia neta de recursos durante muchos años, y zonas de subdesarrollo inducido por los mecanismos del desarrollo desigual? ¿O qué decir del incremento en el nivel de interdependencia entre unas comunidades y otras, y a nivel del conjunto de España?

¿O de los trasvases de población entre unas regiones y otras, que hace que las identidades y solidaridades sean mucho más complejas? La mitad de los catalanes y vascos no creo que estén dispuestos a aceptar una separación o distancia confederal con el resto de España. Se sienten tan o más españoles que catalanes o vascos.

Por ese camino, en un Estado democrático, no se puede llegar muy lejos. Quizá se puedan recorrer dos o tres estaciones, pero después el tren se para o empieza a ir para atrás.

 

En definitiva, creo que los modelos de articulación seguidos hasta ahora, explícita o implícitamente, por los diversos nacionalismos periféricos no son los adecuados:

El nacionalismo vasco sigue un modelo independentista frustrado por su tropiezo con la construcción europea y los límites constitucionales. La solución, que parece que entienden como provisional y a regañadientes, es el recurso a la Historia precontemporánea, el Pacto foral con la Corona y demás antiguallas.

El nacionalismo catalán, igualmente, vuelve la vista a antes de 1714, e intenta construir un modelo de articulación igualmente precontemporáneo, de un confederalismo absolutamente inadecuado para la realidad actual.

El nacionalismo gallego, aún sin definir del todo, copia a los otros dos, sin darse cuenta que lo que necesita principalmente es solidaridad para impulsar el desarrollo.

 

Por lo que se refiere al nacionalismo español, como decía líneas atrás, creo que es el más liberado de viejas estructuras simbólicas y políticas. Por tanto, el más adecuado para la nueva realidad internacional e interna.

Pero también el más relativizado y dependiente. Tiene que terminar la transición, elaborando las ideas-fuerza de la España plural, la España Europea, la España Iberoamericana, y reformando su estructura política estatal hacia el federalismo.

Federalismo, que permite articular los tres niveles ---nacionalitario, español y europeo- --, en el plano de las identidades individuales y socioculturales, y en el de las estructuras políticas. Federalismo que puede ser heterogéneo o asimétrico, en ámbitos como el idioma y la cultura, las fuerzas de seguridad y quizá otros aspectos, siempre que no constituya relaciones de insolidaridad y privilegio.

Si ambos nacionalismos, el español y los periféricos, somos capaces de finalizar la transición, habremos superado nuestro principal reto histórico, la construcción de una nueva identidad española integradora, universal, compleja, abierta, adecuada al tiempo actual.

Creo que ese es el único camino para dar el salto adelante, hacia el futuro, y terminar estos penosos coletazos derivados de las miserias del pasado.

VER TAMBIEN:

"Un punto de vista común", artículo de Pasqual Maragall, y

"La reinvención de España", artículo de Juan Antonio Ortega Díaz Ambrona

El desarrollo federal de Europa y España: un marco político para el siglo XXI. (artículo propio)

El huevo y la cáscara: introducción para un debate con los nacionalismos (artículo propio)