SE
ACABÓ LA HISTORIA: CON EL NACIONALISMO ETNICO ES IMPOSIBLE EL PACTO
Luis
Bouza-Brey, 7-2-09
Este
es un artículo que inicié como comentario a Martín Ferrand en “Un
Estado para Urkullu” y que se me ha transformado en artículo. Creo
que puede servir también para responder a las preguntas que se hace Clemente
Polo hoy en Dolor e insensibilidad nacionalista
A algunos ya hace bastantes años
que nos resulta evidente que con el nacionalismo étnico los españoles hemos
cometido un error: pensamos en los momentos iniciales de la transición que
concederles autogobierno, competencias, cultura y educación les haría sentirse
cómodos en España, y nos hemos equivocado. Nos hemos equivocado porque el
nacionalismo étnico no es un nacionalismo cívico, que pueda respetar a su
pueblo, un pueblo mixto en el que la identidad es compleja y dual. Los
etnonacionalistas son fundamentalistas de la identidad, y por tanto quieren
imponer los rasgos de una etnia incontaminada imaginaria sobre todo el
territorio que consideran propio, como Euskalerría o Els Paisos Catalans. Y
este delirio les lleva a no renunciar al ideal de la patria absoluta más que
coyuntural y tácticamente, pero buscando la realización completa de su imagen
soñada en un proceso que consideran orientado a ese objetivo final.
Para ello necesitan disponer de
un Estado y soberanía, por lo que la pertenencia a España, el sometimiento a
sus intereses generales y a sus leyes, constitucionales u ordinarias, lo harán
siempre que no tengan más remedio, pero a regañadientes y preparándose para dar
el próximo paso cuanto antes.
Por eso el pacto fundacional de
la democracia española del 78 ha fracasado: nunca se sentirán cómodos en el
marco de un Estado que no sea el propio, porque eso supondría pactar la
renuncia parcial y definitiva a su religión política, para acomodar a otras
etnias y rasgos extraños en el territorio del que se consideran propietarios. Nunca
se sentirán cómodos en el pluralismo, y eso es lo máximo que les puede ofrecer
una España que no puede renunciar a su pluralidad.
Los etnonacionalistas son tan fundamentalistas
como los islámicos, que después de haber invadido medio Mundo consideran que
los territorios ocupados están consagrados al Islam, y no pueden ser ocupados
por infieles, por lo que siempre estarán en guerra para recuperarlos ---el caso
de Al Andalus, por ejemplo--- o expandir su religión a todo el Mundo. Por eso,
con unos y otros, no es posible el pacto, sino el establecimiento de límites,
el levantamiento de muros de libertad que ellos sepan y sientan que nunca
podrán traspasar. Pero para hacer esto, que es inevitable e inaplazable si se
quiere que la libertad sobreviva, es vital tener claro que se han de acabar los
pasos atrás, y que incluso es necesario recuperar terreno ya perdido. Por
ejemplo, en España, es vital el control de la enseñanza de la religión
islámica, o el control del sistema educativo en los territorios etnonacionalistas,
porque nunca se acabará su búsqueda de la sacralidad y el absoluto definidos
por la religión, que al ser fundamentalista es siempre política: su objetivo es
conseguir un poder que pueda imponer su etnia ---vasca, o catalana, o aria--, o
su religión islámica a los que de momento son distintos. Y en la realización de
ese objetivo arrasarán con la libertad, con la Nación española, con la
Constitución y con el Estado.
Por eso, frente a ellos, es
preciso ser conscientes de que la defensa de la libertad con firmeza es
irrenunciable, y que la única Nación y el único nacionalismo que encajan en la
libertad y la democracia son el nacionalismo cívico español y la Nación
española basada en el reconocimiento de la pluralidad y la libertad de todos.
Pero reconocimiento sólo hasta el punto en que el equilibrio de la pluralidad
no se rompa; sólo hasta el punto en que algún grupo intente imponer su ganga
tóxica a los demás. A partir de ese punto está el Muro de la mayoría, y el que
intente romperlo o sobrepasarlo incurrirá en ilegitimidad e ilegalidad, con la
consiguiente represión democrática.
Y esta actitud de base implica
cambiar el pacto fundacional de la democracia del 78, que se basaba en que era
posible el acuerdo: porque lo que hay frente a la democracia española es un
nacionalismo étnico, basado en la imposición y la defensa táctica de la
pluralidad de puertas afuera, para imponer estratégicamente la homogeneidad de
puertas adentro, una vez que se cruzan las fronteras del Ebro, Alava o el
Bierzo. El error fundacional de la democracia española actual es pensar que
estábamos tratando con un nacionalismo cívico, que defendía la libertad, cuando
lo que defiende es la imposición y la homogeneización.
Y esa Historia se ha acabado: no
queda más remedio que el gran Pacto de Estado de los españoles, que somos la
mayoría, contra los que quieren destruir la España de la libertad y el
pluralismo, la España de la unidad desde la pluralidad. Es preciso el pacto de
la gran mayoría que asuma un nacionalismo cívico, en el que España sea
reconocida como la Patria de todos, irrenunciable, frente a las minorías
delirantes y fundamentalistas.
Si ese Pacto de Estado no se
activa de una vez, ya podemos despedirnos de la democracia, de Europa y del
progreso: iremos para atrás, como ya estamos empezando a ir, a velocidad
crecientemente acelerada. En lugar de un Muro para defender la libertad, ya
dispondremos de unos Pirineos que nos separen de Europa de nuevo, que separen
las taifas tribales de la libertad del Mundo avanzado.