EL EXPERIMENTO ZP
Artículo de José María Marco en “La Razón” del 20
de diciembre de 2010
Por
su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en
este sitio web.
Rodríguez Zapatero no es Felipe González. Todos lo tenemos
claro. Sin embargo, el PSOE de Rodríguez Zapatero no es distinto del PSOE de
Felipe González. Rodríguez Zapatero le insufló, por así decirlo, nuevos aires
ideológicos, que atañen a una voluntad más o menos utópica de radicalismo
postmoderno. Al mismo tiempo, Rodríguez Zapatero enarboló la superioridad moral
de la izquierda, como si hubiera querido hacer, años después, la ruptura que no
se hizo en los años setenta. Felipe González, que había hecho la Transición, se
abstuvo de un gesto como este, pero esa tentación nunca ha sido ajena al
socialismo español. Jamás hubo una revisión autocrítica del papel del PSOE en
la historia de España, sobre todo en los cuarenta primeros años del siglo
pasado que acabaron en una dictadura. El único culpable de aquel fracaso era
«la derecha», así a bulto. Pobre del que se saliera de ese guión, trazado con
una arrogancia y una suficiencia infinitas...
El guión ha sido difundido machaconamente desde hace décadas en medios de
comunicación, en libros y películas, y sobre todo en un sistema de enseñanza
convertido en correa de transmisión ideológica. La «Memoria Histórica» de
Rodríguez Zapatero ha sido el intento de utilizar ese dogma, propagado durante
años, al servicio de una estrategia que consistía en batasunizar
España, gobernar con la extrema izquierda nacionalista y borrar la posibilidad
de la alternativa: restaurar, en pocas palabras, la esencia ideal de la Segunda
República. Ese fue el proyecto de Rodríguez Zapatero, proyecto que ha estado a
punto de destrozar nuestro país.
Lo que sí se ha llevado por delante es a sus aliados de extrema izquierda
nacionalista y a algún grupo de comunicación progresista que se creyó la Biblia
de la democracia. También se ha llevado por delante la autoridad de los
«sindicatos de clase», que han perdido aquel prestigio que les convirtió, sin
que nadie les hubiera votado, en agentes de gobierno y transformó nuestra
democracia en un régimen corporativista (lo que explica la altísima tasa de
paro existente en España).
Como el radicalismo ha sido una tentación permanente de la izquierda española,
seguramente había que hacer el experimento radical. Ya está hecho, en Galicia,
en Cataluña y en el conjunto de España. Los resultados están a la vista.
Habiendo demostrado que el radicalismo nos lleva a la ruina, Rodríguez Zapatero
ha conseguido acabar con la hiperlegitimidad de la
que ha disfrutado la izquierda en España durante tantos años.
Nada de todo esto pone en cuestión el régimen democrático español. Rodríguez
Zapatero no ha conseguido acabar con él, y aunque los desastres causados son
gigantescos y la reparación requerirá esfuerzos que podían haber sido empleados
para cosas más útiles, lo esencial subsiste. En vez de quejarnos de un supuesto
derrumbamiento del régimen, como si hubiera otro de repuesto, deberíamos
alegrarnos por la solidez que ha demostrado ante una arremetida tan
primitiva, tan grosera. Hay que volver–ya– a la línea de reformas y de pactos
que marcó la Transición.