ZAPATERO NO ENGAÑA
Artículo de M. MARTÍN FERRAND en “ABC” del 16.10.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
NADIE, ni el menos avisado,
puede sentirse desengañado por José Luis Rodríguez Zapatero. Es lícito
aplaudirle y resulta lógico abuchearle, pero en ningún caso cabe la sorpresa.
Zapatero, como Don Juan Tenorio en el primer acto de la obra de José Zorrilla,
tras pavonearse de sus muchos excesos, podría decir con justeza: «Como quien
somos cumplimos». Si alguien esperaba más de él, si le tenía valorado en mayor
altura o capaz de servir mejor los intereses generales de España, el error
reside en ese alguien y en su incapacidad para verlas venir, porque Zapatero no
engaña. Es fácil encontrar en su conducta pasada algún antecedente que hoy,
engrandecido por la aplicación del poder, sea definidor de sus fobias. De ahí,
carente de ideas y principios, proceden sus tremendos errores en la gobernación
del Estado.
Quien, por ejemplo, recuerde la impresentable grosería del actual presidente del
Gobierno cuando todavía no lo era y, ostentosamente, permaneció sentado al paso
de la bandera norteamericana durante su último desfile en la oposición no puede
sorprenderse ahora con las maniobras desplegadas en la Cumbre Iberoamericana de
Salamanca para, en beneficio de Fidel Castro, un dictador sanguinario y
represor, perjudicar el prestigio de los EE.UU., una nación con la que, gústenos
o no, tenemos deudas de gratitud impagadas todos cuantos creemos que la libertad
es el primer principio activo de la democracia y, simultáneamente, su última
meta: su razón de ser.
A Zapatero le gustan más Fidel Castro y Hugo Chávez que Goerge Bush. En el
pecado lleva una penitencia que, eso es lo malo, afecta a las relaciones entre
Madrid y Washington, evidentemente peores que, por solo apuntar una de las caras
del prisma, las de Marruecos con los EE.UU. Es el sino de la política exterior
de esta etapa socialista que, encarnada por un personaje grotesco, Miguel Ángel
Moratinos, es la síntesis de un progresismo barato y un complejo de inferioridad
-o una inferioridad sin complejos- que arranca de la ignorancia de la Historia y
del desprecio a los intereses que, residuos ideológicos al margen, nos afectan a
los cuarenta y tantos millones de vecinos que aquí, en España, nos hartamos de
pagar impuestos para financiar la política, interior y exterior, que menos nos
conviene.
El hecho de que no nos engañe, de que obre en razón de su más auténtica
condición, no salva a Zapatero y, por el contrario, incrementa la
responsabilidad de sus próximos en el PSOE. Casos como el del pretendido nuevo
Estatut, perverso en su contenido y lamentable en cualquiera de sus
posibilidades de enmienda, arrancan de la confesada incredulidad del líder
socialista en los valores de la nación española y en el espíritu de la
Transición plasmado en la Constitución del 78. Algo muy diferente a lo que, con
la excepción del PSC, se observa en el socialismo español.