GARZONADAS
Artículo
de Manuel Martín Ferrand en "ABC" del 19-1-12
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La que aspira a secretaria general del PSOE anda tan
cerca de Baltasar Garzón como de la confusión en las ideas
Sospecho
que a Carme Chacón no le gusta el bacalao. Estuvo en Casa Labra, la vieja
taberna en que Pablo Iglesias fundó el PSOE, y en lugar de entregarse, como
mandan los cánones al vino de Valdepeñas y a los «soldaditos de Pavía» —finas
tiras de bacalao mollar rebozado y frito y, en su caso, guarnecido con
pimientos rojos—, se entregó al disparate doctrinal. Para eso hay mejores y más
doctos sitios en Madrid; pero la catalana que quiere parecer andaluza,
pobrecita, ha pasado siempre por la capital de España vestida de ministra y a
bordo de un coche oficial y eso conduce a la ignorancia geográfica. La otra, en
la que también abunda, ya la traía puesta de Esplugas
de Llobregat, de donde procede.
La
que aspira a secretaria general del PSOE y, por ello, a presidenta del Gobierno
de España anda tan cerca de Baltasar Garzón como de la confusión en las ideas
y, mezclándole al uno con las otras, dijo para los anales: «Algo falla cuando
se sienta a un juez en el banquillo por haber perseguido un caso de
corrupción». Es muy difícil sintetizar en una sola frase tanta ignorancia mentecata.
Un juez en el banquillo no es, en sí mismo, ni bueno ni malo. Es la normalidad.
El banquillo, en un Estado de Derecho, no tiene tallas ni especializaciones,
todos podemos sentarnos en él. Lo que ya es falaz, especialmente si lo dice una
licenciada en Derecho con cursos de posgrado en un montón de universidades
extranjeras, es decir que la razón de su asiento reside en «haber perseguido un
caso de corrupción». A Garzón se le juzga por el método y no por la
investigación y ya nos dirá el jurado de su inocencia o culpabilidad.
El
problema de Garzón, al margen del juicio a que se somete, reside en sus garzonadas, en sus demasías. En función de nuestro
ordenamiento, construido sobre los restos de una dictadura, por obra y gracia
de la discutible figura de la excedencia, madre de sospechas y corruptelas,
Garzón, en poco más de un año, formó parte de los tres poderes del Estado.
Saltó del Judicial, en la Audiencia Nacional, al Congreso como número dos de
Felipe González. En una nueva pirueta, como consuelo por no ser ministro, se
engarzó en el Ejecutivo con categoría de subsecretario —delegado del Gobierno
para el Plan Nacional sobre la Droga— e, inconstante, volvió a ser magistrado.
Cuando se habla de la necesaria separación de poderes, ¿cabe un caso más claro
de transito vertiginoso de uno a los otros dos? De ahí viene un exceso que,
impulsado por un afán incontrolado de notoriedad pública, nos conduce al Garzón
que se sienta en el banquillo. Lo de Garzón es un exceso; pero lo de Chacón,
una grave carencia.