LA CONJURA DE LOS MEDIOCRES
Artículo de Manuel Martín Ferrand en “Republica.es” del 21 de junio de
2010
Por su interés y relevancia he seleccionado
el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Ronald Reagan, a quien –unidos en la ignorancia– despreciaron por igual la izquierda y la derecha españolas, solía decir que el socialismo es un sistema que solo funciona en el cielo, donde no hace falta, o en el infierno, donde ya lo han conseguido. El ex presidente de los EE.UU. no era un intelectual; pero tenía claro, por la enseñanza de la experiencia, que el ejercicio del poder, si se pretende el bienestar de la mayoría, exige pluralismo, imaginación, esfuerzo y riesgo. Todo ello con pretensión de excelencia y repulsa de la mediocridad. Aquí, como se sabe, la excelencia esta proscrita –¡ésta es la patria de Belén Esteban!– y la mediocridad es algo que comparten como ideario común los grandes partidos instalados en el centro; es decir, la práctica totalidad del espectro político parlamentario.
Aquí, para nuestra desgracia, hemos renunciado al pluralismo ideológico. Todo se cuece en el poco sustancioso caldo del Estado de bienestar, el nombre con el que trata de embellecerse la socialdemocracia y que asume la derecha en una grave confusión entre el sentido social, algo muy deseable y esencial en la cultura cristiana, y las ideologías de lo obligatorio. Quizás por eso, cuando un personaje tan mediocre como José Luis Rodríguez Zapatero expone un plan para enfrentarse a la crisis, y lo reduce a una tibia reforma lampedusiana de carácter laboral, no podemos escuchar de boca de su principal antagonista, Mariano Rajoy, nada de mayor enjundia, un plan alternativo verdadero. Ambos están hermanados en la escasez y no obedecen a mayores impulsos que los electorales. La imaginación parece haber emigrado.
Ahora, cuando termina un semestre que los profesionalizados hagiógrafos de Zapatero anunciaban como acontecimiento planetario, tenemos a la vista a un jefe de Gobierno al que ya han tomado la medida sus colegas de la UE y que, devaluado en el Continente, tampoco tiene un gran crédito en España. Vive del prestigio de la sigla que le engendró y está rodeado de un equipo –y equipa–, tan mediocre como pretencioso. La más elemental lógica operativa le exige una pronta remodelación de su Gabinete en el que, independientemente de valoraciones y gustos personales, pocos son capaces de enfrentarse con solvencia a su responsabilidad específica. Muchos son de alipori.
Tampoco en el PP puede decirse que, en lo que respecta a su cuadro directivo, abunde el talento. También en el partido de la gaviota se ha instalado la mediocridad como elemento aglutinador. En la periferia, más de lo mismo. Un nacionalismo ramplón que se retrata en la magnífica entrevista que Valentí Puig le ha hecho, en ABC, al veterano y mítico santón de los nacionalismos españoles, Jordi Pujol.
Puig es un intelectual fino, un estilista del periodismo de opinión y, como buen novelista, sabe retratar a los personajes. En su entrevista con Pujol no hay ni el más mínimo atisbo hostil y, sin embargo, el que fue President de la Generalitat aparece como un hombre en el que la astucia hace las veces del talento. Un cacique con manías de grandeza y con limitaciones para saltar de la anécdota catalana a la categoría, por lo menos continental, que exige el momento. Lo digo porque, a pesar de todo y en esta conjura de la mediocridad que señalo, es el más potente y singular, el más cabal y coherente, de todos los líderes centrífugos de nuestros renovados nacionalismos. Incluso resulta un gigante si se le compara con los grandes líderes nacionales en presencia, incluido Cayo Lara.
En este ambiente de mediocridad absoluta, hostil al talento y la imaginación, ¿qué se puede esperar? Incluso el poder democráticamente legítimo y teóricamente representativo cede ante la más mínima exhibición de fuerza, como la capacidad sindical de movilización y algarada. El PP de Rajoy, podrá ser, si llega a serlo, un buen partido para gobernar, pero resulta inútil en la oposición. Del PSOE, visto lo que llevamos visto, no cabe esperar más cosa que su saña retrospectiva y su capacidad para la descalificación de sus adversarios. Lo demás no existe en la escala que exige el Estado y demanda la Nación. Los mejores han sido apartados y los peores están ahí, en el machito. Menos mal que en España siempre se puede confiar en los milagros.