UN CIERTO RUBOR AJENO
Artículo
de Gregorio Morán en “La
Vanguardia”, reproducido en red ciudadana.net el 17-7-10
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
“Hay que ser muy hijo
de la gran puta para pensar que Catalunya tiene los políticos que se merece”
No es
verdad que los pueblos tengan los dirigentes que se merecen. Hay que ser muy
hijo de la gran puta para pensar que Catalunya tiene los políticos que se
merece. Sería demasiado fuerte. Yo creo que este país nuestro se merece otra
cosa y que no saldrá de la corrupta mediocridad en la que le metió el pujolismo, y que consumó un tripartito de trileros, mientras no se subleve contra la casta, y la
barra o la arrincone, y convierta la actividad política en un juego legal y no
en una timba de profesionales del fraude.
No
exagero ni un ápice; los que exageran y son desmesurados y demagogos y cínicos
son ellos. Maestros del doble lenguaje y discípulos de ese Gran Tartufo que
sigue siendo Pujol. Permítanme que les vuelva a colocar en el lugar del delito,
porque delito es el engaño y la estafa. Miles de personas salieron el pasado
sábado a manifestarse.
Da lo
mismo si fueron cien mil, que quinientos mil; cuando mucha gente sale a la
calle es porque le da la gana, porque está en su derecho y sobre todo porque
cree que hay motivo para protestar.
¿Por
qué protestaban? ¿Por el Estatut? Por ese juguete de playmóbil no hubieran salido a la calle ni sus promotores.
Se hizo una manifestación porque una parte de la población se sintió ofendida,
incluso humillada. ¿Y por quién?
¿Por
el Tribunal Constitucional?
La
indignación era fruto de un cabreo acumulado que se iba hinchando un día sí y
otro también, con la contribución de la farándula de aduladores del poder en
que se ha convertido buena parte del oficio periodístico, ahora que todos somos
columnistas de opinión.
Nadie
en su sano juicio hubiera salido a la calle para defender un Estatut que fue aprobado por una ridícula minoría de
catalanes tras un parto, muñido por una minoría parlamentaria que supo manejar
el chantaje, mientras el resto se dejaba hacer, en la idea andreottiana
de que el poder sólo desgasta a quien no lo tiene. Pues ahí estamos,
manifestándonos por el honor y la dignidad de Catalunya y su derecho a decidir.
¿Y quién ha puesto el honor y la dignidad de Catalunya en almoneda? Los mismos
que han animado a la gente a manifestarse. Porque hay un pequeño detalle que
nuestros brillantes comentaristas han omitido en los fastos y las metáforas.
Entre la manifestación pro Estatut del 11 de
septiembre de 1977 y ésta del 2010, hay un abismo, o lo que sería una
diferencia esencial. En septiembre del 77, señores, todos los que ahora hinchan
el pecho de memoria olvidan que todos entonces eran oposición. Todos eran
aspirantes del sistema que habían inaugurado las urnas en el mes de junio con
una victoria aclaparadora, valga el catalanismo. Esa
victoria democrática era de la izquierda catalana y no nacionalista, porque
entonces mezclar ambas cosas hubiera dado risa a los miles de manifestantes.
¡Hasta dónde hemos llegado de autoengaño para olvidarnos de lo obvio!
La
manifestación del pasado sábado, independientemente de lo que podía ser la
voluntad íntima de cada manifestante, era una manifestación oficial. Un aplec sin sardanas, al que contribuyeron los voceros
institucionales, la propaganda oficial. Incluso hubo quien se quejó de que los
futbolistas catalanes de la selección española no hubieran sido debidamente
presionados para que se declararan catalanistas afectos. ¡Qué
fácil sería encontrar similitudes con referéndums hoy día innombrables pero muy
presentes en nuestra memoria! ¡Cuántas cosas quedaron al descubierto por la
arrogancia del poder! La instrumentalización de los medios de comunicación en
primer lugar. ¿No tendrán un gesto de rubor los supuestos garantes de la libertad
y las buenas costumbres, escaqueándose de responder a casos flagrantes de
manipulación oficialista? Ni uno de ellos moverá una ceja, porque hay que
decirlo alto y claro, de ese modo que alguien antes decía que se hablaba en
catalán: las instituciones que se han creado en Catalunya desde el poder,
todas, sin excepción que yo sepa, han sido constituidas no para promoción de la
libertad informativa, ni de las artes, ni de las letras, ni de la lengua, sino
principalmente, y en algunos casos exclusivamente, para galanura y elogio del
poder. Eso sí, pagando el gasto. ¿Que eso también ocurre en otras partes? ¡Y a mi me da una higa ese argumento mafioso! Yo estoy hablando
de nosotros, que nos consideramos tan la hostia como para que nos tengan
envidia, o miedo, o todas esas cursilerías de satrapillas
de la oficina de la Generalitat que cultiva nuestra inconmensurable autoestima.
Esa
unanimidad patriótica sólo la concede el poder, la casta, el oficialismo. No
manden más gente a la universidad de Laval, ni al Quebec, ni al País Vasco.
Buenos Aires es el destino ideal. La clase política se ha vuelto peronista sin
saberlo, y como peronismos hubo muchos y aún quedan más, podemos estar
contentos; podemos ser al mismo tiempo del poder y de la oposición,
institucionalistas e independentistas, esquerranos y
mundialistas, populistas y radicales… Los fondos públicos bien repartidos dan
para mucho.
¡Qué
papelón el de nuestros intelectuales independientes! “Desfilar reivindicando lo
que somos y lo que queremos ser”, escribía Joan Subirats.
Ramoneda nos advierte del dilema del siglo: o
federalismo o independentismo. Ay, los federalistas. El federalismo en España
tiene una prueba del algodón. El Cantón Murciano. ¿Usted está dispuesto a
compartir los mismos derechos y deberes que el Cantón Murciano? ¡Hombre,
tampoco es eso! Pues si no es eso, no hay federalismo posible. El federalismo
en España es la más atractiva de las construcciones políticas y la más
imposible, y si no que se lo pregunten al pobre Pi i Margall
y la puta vida que le dieron aquí y allá. Podría seguir con una lista de las
ínclitas plumas ubérrimas, al estilo de Rubén, pero ya uno se va cansando de
hacer amigos. La vida intelectual en Catalunya de hoy está construida sobre la
base de la complicidad. Un tarannà cultural, dicen.
Tenemos
un problema con la historia. El pasado, nuestro pasado, no deja de cambiar. Lo
están manipulando tanto que se han perdido las coordenadas y la gente se mueve
con una especie de GPS de historiografía condensada. Nuestro entrañable monje Ragué acaba de descubrir que Jaime Balmes era
independentista. ¿Saben ustedes que no hay ningún archivo en Catalunya que
disponga de la colección del diario Arriba? ¿40 años
de historia del franquismo borrados? ¿Por desapego, por dejadez, por mala
conciencia? Eso es lo que consiente que haya leído en un diario catalán que
Eduardo Aunós era un heterodoxo. ¿Eduardo Aunós? Me hizo dudar. ¿Sería aquel mismo Aunós que fue ministro con Primo de Rivera y con Franco,
aquel de quien se decía que de haber leído todos los libros que firmó hubiera
tenido una gran cultura?
Después
de la manifestación del sábado pasado, donde hubo quien “desfiló reivindicando
lo que somos y lo que queremos ser”, ¿saben ustedes lo primero que hizo esa
clase política que se jactó del éxito de la convocatoria que marcaba “un antes
y un después”? Lo primero que hicieron es echarse atrás en la firma de un
acuerdo por el que se podían convocar referéndums. Es precioso, no me digan que
no. Convocan una manifestación por el derecho a decidir, por la dignidad del
pueblo soberano, y lo primero que hacen al día siguiente es desdecirse.
Por
todo eso me ha parecido una gran idea promover una manifestación que encabecen Millet, Montull -sin olvidar a
sus señoras, catalanistas de pro-, y también Luigi, el primer gran
experimentador de la transversalidad política en
Catalunya, y Muñoz, el ex alcalde ilustrado, y los prohombres Prenafeta y Macià Alavedra, sin señoras, que las pobres ya han sufrido lo
suyo con la pena del telediario. Con ese personal ya hay suficiente para
sostener la pancarta con un lema rotundo: “España nos roba”. En tres idiomas:
catalán, inglés y castellano, por ese orden. La idea no es mía, qué más
quisiera yo que tener tan buenas ideas. Se la debo a Arnau Guasch
y Oriol Sans, a quienes no conozco de nada. Y me
quito el sombrero. Este país tiene futuro mientras haya gente con ideas y con
valor para expresarlas.