UNA LECCION HISTORICA QUE EL GOBIERNO DEBE
APRENDER
Editorial de “El Mundo” del 02.05.08
Por su interés y relevancia he
seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
El formateado es mío (L. B.-B.)
La celebración del bicentenario del Dos de Mayo de
1808 que hoy se conmemora tiene una significación histórica y política
primordial para España. La trágica jornada en la que el pueblo de Madrid se
levantó en armas contra los soldados del general Murat
para impedir la marcha del último infante -la Familia Real se hallaba
secuestrada en Bayona- marcó el inicio de la Guerra de la Independencia contra
el invasor francés y contagió al resto de ciudades del país en ese empeño.
Aquella revuelta, espontánea, surgida entre las masas
ante la pasividad de unas instituciones políticas rendidas al invasor, fue
sofocada a sangre y fuego por los soldados imperiales, que un día después
arcabucearon en Monte Pío a 410 personas, entre ellos 57 mujeres y 13 niños. La
guerra de liberación, inmortalizada entre otros por Goya, había comenzado.
En palabras del historiador Fernando García de
Cortázar, la insurrección popular en las calles de Madrid prendió un auténtico
«seísmo patriótico» que recorrió todos los rincones de España para diluir las
viejas barreras históricas y culturales y para fraguar la unidad nacional. Por
primera vez en nuestra historia, los ciudadanos de a pie querían ser
protagonistas de su destino. Aquella sublevación contribuyó de forma decisiva a
forjar nuestra conciencia nacional, moldeada ya siglos atrás, que luego
plasmarían los constituyentes en Cádiz. La Constitución de 1812, referente
ineludible de todas las que vinieron después, configura un Estado unitario donde
los derechos de los ciudadanos son iguales para todos, sin privilegios de
quienes viven en unos territorios sobre los de otros.
Dos siglos después
No deja de ser paradójico que, dos siglos más tarde de
aquella guerra, Francia sea hoy uno de nuestros principales socios comerciales
y aliado político en Europa y en el mundo y, sin embargo, nuestro propio
proceso de construcción nacional y democrático haya servido de coartada a
derivas rupturistas impensables hace 200 años.
Más allá de las cuitas academicistas, la conmemoración
del bicentenario del Dos de Mayo brinda una oportunidad ineludible para
reivindicar el hecho nacional y la idea de España con serenidad constructiva.
Sobre todo, en un momento crucial en el que nuestra historia como pueblo está
sometida a graves tensiones, cuyos ejemplos más claros y urgentes son el pulso
soberanista del lehendakari Ibarretxe -determinado a
celebrar una consulta inconstitucional de autodeterminación el próximo mes de
octubre-, la entrada en vigor de un Estatuto como el catalán -inspirado en
derechos territoriales propios del medievo, más que
en el concepto moderno de igualdad entre todos los ciudadanos al que ya se
apuntaba en 1812- y la marginación y discriminación del idioma común en algunas
comunidades autónomas, como ocurre en el País Vasco, Galicia, Cataluña o
Baleares. Todo ello ha obligado a la sociedad civil a organizarse para defender
sus derechos ante la inacción de los políticos.
El asentamiento de la conciencia nacional requiere de
la disposición de los ciudadanos, pero también de la implicación de todas las
administraciones, principalmente del Gobierno central. Lejos de ello, durante
la pasada legislatura el presidente Zapatero abonó la cizaña separatista con
una visión de España donde la ambigüedad y el relativismo promovieron equívocos
letales: empezando por convertir la «pluralidad» del país en una suerte de
comodín con el que justificar la reversión del actual modelo de Estado mediante
engendros como los surgidos de las reformas estatutarias y terminando por hacer
de la idea de nación un concepto «discutido y discutible», dando así una baza
más a los independentistas.
Oportunismo y frivolidad
Un complejo indisimulado,
cierto oportunismo y grandes dosis de frivolidad han dado lugar a estos errores
del Gobierno. Fruto de esa ligereza al tratar asuntos que en cualquier país son
considerados clave, es el ejemplo que nos dejó María Teresa Fernández de la
Vega en la rueda de prensa posterior al penúltimo Consejo de Ministros. En
plena víspera del bicentenario, la vicepresidenta regaló a los periodistas el
libro de Miguel Artola Los afrancesados y, a modo de glosa, celebró la ideas de los colaboracionistas, identificando el espíritu
reformista que alentó a éstos con el que inspira hoy al Gobierno. Se
le olvidó decir lo primordial: que los constituyentes de 1812, reunidos bajo el
tronar de cañones, demostraron que podía lucharse por ideas progresistas desde
el patriotismo, sin necesidad de pasarse al bando del invasor. La anécdota resulta ilustrativa de la ligereza con la
que el Ejecutivo socialista utiliza la Historia de España para defender sus
posiciones. Resulta así paradójico que Zapatero se haya preocupado más por
rescatar y revivir aquellos hechos de nuestro pasado que nos separan y
enfrentan -a través de la controvertida Ley de Memoria Histórica-, que de
reivindicar aquellos otros que nos unen y definen como nación.
Sea como fuere, Zapatero tiene una nueva oportunidad
para enmendar muchos de los errores cometidos durante la anterior legislatura.
Podía comenzar, sencillamente, por abanderar, como presidente del Gobierno, la
misma idea de nación española por la que, hace hoy 200 años, cientos de
patriotas dieron su vida en las calles de Madrid y, paulatinamente, muchos
miles en el resto de España.