CATALUÑA IMPONE
SU 'PLAN IBARRETXE' EN LA EDUCACIÓN
Editorial
de “El Mundo” del 10-5-09
Por
su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo
en este sitio web
Es grave que el
mismo PSOE que defiende el bilingüismo en el País Vasco se proponga convertir
Cataluña en monolingüe. Es inconcebible que Montilla impulse tal persecución
del castellano con una política que sirve a los intereses de los sectores
independentistas, que no ocultan su intención de caminar hacia el soberanismo a partir del control de la educación.
La comisión de
Educación del Parlamento catalán aprobó ayer el proyecto de nueva Ley de
Educación, último trámite antes de que el Pleno de la Cámara autonómica lo
ratifique. Esta iniciativa supone un desafío al Estado de magnitud equivalente
a la del inconstitucional Plan Ibarretxe, puesto que
supone de hecho una declaración unilateral de independencia en materia
educativa.
La norma
desprecia las leyes del Estado, las sentencias judiciales y hasta el nuevo
Estatuto y la propia Constitución, en lo que supone un paso decidido hacia el
monolingüismo. De entrada, niega -ahora ya por ley y no sólo por la vía de los
hechos consumados, como ha venido sucediendo- el derecho de los padres a elegir
la lengua en la que quieren escolarizar a sus hijos, e impone el catalán
incluso en el recreo y en las actividades escolares que se desarrollan fuera
del aula.
La nueva norma
sustituirá a la ya cicatera Ley de Política Lingüística catalana de 1998 que
garantizaba el derecho de los padres -en la práctica incumplido
sistemáticamente- a escolarizar a los niños en castellano hasta los ocho años.
Más aún, ignora la obligación de garantizar un mínimo de tres horas de clase a
la semana de castellano, precepto incluido en la Ley de Educación aprobada por
el Gobierno central en 2006. De esta forma, la lengua que comparten todos los
españoles pasará a tener en Cataluña una consideración inferior a la lengua
extranjera, ya que tendrá menor uso lectivo que el inglés.
Además, la
nueva ley catalana incumple la sentencia del Supremo que obliga a la
Generalitat a ofrecer la opción de estudiar en español. El Alto Tribunal falló
en 2008 que la Administración tiene que ofrecer formularios para que los padres
elijan en qué lengua quieren escolarizar a sus hijos y
velar para que esos derechos «no sean meramente teóricos o ilusorios sino
reales y efectivos». Más aún, pese a que el Estatuto establece como
«compartida» la competencia en esta materia, los diputados han pasado a
considerarla como exclusiva a la hora de legislar. Y todo ello aun cuando
-parece una broma recordarlo a estas alturas- la enseñanza en castellano es un
derecho básico reconocido en la Constitución.
Las manifestaciones de ayer del diputado de ERC Freixanet
tras aprobarse el texto en comisión, en el sentido de que la ley «servirá para
la construcción nacional del país», revela hasta qué punto se utiliza la
educación como instrumento al servicio de objetivos políticos y no al servicio
de los ciudadanos de una sociedad que es bilingüe. Es este mismo proyecto de
ley el que incluye entre sus principios, tal y como revelamos hace un mes, que
entre el alumnado «se cultivará el sentimiento de pertenencia como miembros de
la nación catalana».
Es inconcebible
que el Tribunal Constitucional siga sin confirmar, tres años después, que el
Estatuto se aparta de la Carta Magna, como resulta obvio en este punto. La
negligente, irresponsable e inmoral demora de los jueces a la hora de resolver
un asunto capital para el modelo de Estado, de convivencia y de garantía de
derechos y libertades, ha sido aprovechada por los nacionalistas para
radicalizar la política educativa.
Lo grave es que el mismo PSOE que defiende el bilingüismo en el País Vasco se
propone convertir Cataluña en monolingüe. Es inconcebible que Montilla impulse
tal persecución del castellano con una política que sirve a los intereses de
los sectores independentistas, que no ocultan su intención de caminar hacia el soberanismo a partir del control de la educación. Y qué
decir de la histórica torpeza, de la necia frivolidad de Zapatero, que dio alas
a esta deriva desde el mismo momento en que aceptó que el Estatuto consagrara
el catalán como única lengua «vehicular».