LOS AMARGOS
FRUTOS DE UNA POLÍTICA DÉBIL
Por su interés y relevancia he
seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web
Es como si la Historia estuviera llamando
a las puertas de Zapatero. Sin que quepa achacarlo a la casualidad o a la mala
suerte, sino a la debilidad estructural de la política exterior española desde
2004, el presidente del Gobierno se está viendo desbordado por asuntos que
hunden sus raíces en los principales conflictos exteriores no resueltos por
España y que ahora estallan todos a la vez. En las últimas horas, hemos
asistido a cómo Marruecos tensaba la cuerda y amenazaba abiertamente a nuestro
país a causa de la huelga de hambre de Aminatu Haidar -sin que el Gobierno
español haya elevado la más mínima protesta diplomática-, a la retención durante
varias horas de cuatro guardias civiles por parte de Gibraltar -que fueron
puestos en libertad sólo después de que Rubalcaba pidiera disculpas al ministro
principal-, y, finalmente, a la reivindicación por parte de Al Qaeda en el
Magreb Islámico del secuestro de los tres cooperantes españoles capturados en
Mauritania a finales de noviembre. El comunicado de un portavoz de la
organización terrorista emitido por Al Yazira confirmó las sospechas del
Gobierno español y del mauritano.
Aunque es necesaria cierta cautela, puesto
que aún no se conocen las reivindicaciones de los secuestradores, todo indica
que España ha sido puesta en el punto de mira de la cada vez más intensa
actividad criminal de Al Qaeda en el Magreb. La obsesión histórica del
terrorismo islamista con Al Andalus es más que una bravuconada cuando sus
activistas se han trasladado de Afganistán o Irak a una zona tan próxima como
el Norte de África. El portavoz de los secuestradores advirtió que hará llegar
al Gobierno español las condiciones para liberar a los rehenes. Cabe
preguntarse si después de esta agresión, Zapatero seguirá hablando de
«terrorismo internacional» para no molestar, si fiará toda su acción exterior
en la Alianza de Civilizaciones y si continuará sin considerar como una guerra
la operación contra el terror en Afganistán. Ni con los islamistas radicales,
ni con Marruecos -que se presenta como el muro de contención del radicalismo en
el Magreb, aunque tampoco es un modelo de respeto a los Derechos Humanos, sino
todo lo contrario- puede tener resultados positivos la diplomacia amable, si no
se combina con la dureza en determinados momentos. En este sentido, resulta
extraño y decepcionante que el PP se haya sumado a la decisión del Gobierno de
no molestar a Marruecos, a pesar de haber deportado a Haidar, en contra de todo
principio de legalidad o humanidad. Los consensos en materias de Estado no se
pueden establecer a costa de lo que sea.
Por contra, el PP sí ha criticado con
dureza la actuación del Gobierno -incurriendo en el exceso de calificarla como
«traición» a la Guardia Civil- en la retención de cuatro agentes que llegaron
hasta Gibraltar persiguiendo a presuntos narcotraficantes. Rubalcaba se
apresuró a llamar a Peter Caruana para pedirle disculpas y aclararle que no era
una «operación política». ¿Qué significa esta exculpación de una acusación que
nadie ha formulado? El PP censura que los guardias civiles puedan ser
sancionados, a pesar de que su actuación se ajustaba a las normas de la llamada
«persecución en caliente», permitida por todos nuestros países vecinos. El
incidente se produce días después de que la Royal Navy hiciera prácticas de
tiro con la bandera española y meses después de aquella «foto de la vergüenza»
en la que Moratinos posó ante el peñón uniendo sus manos con su homólogo
británico y Caruana. En este caso, como en el de Marruecos, Zapatero ha dado la
mano y le han cogido el brazo, sin que él haya protestado... ni siquiera de
forma diplomática.