MOCIÓN DE CENSURA
Artículo de Alejandro Muñoz Alonso en “El Imparcial” del 24 de mayo de 2011
Durante
todos estos últimos meses, años, se ha pedido muy a menudo al PP que presentara
en el Congreso una moción de censura. Era una idea sin sentido porque tal
moción nunca se podía ganar y suponía darle una victoria gratuita al PSOE. Por
eso el PP nunca cayó en esa trampa y esperó con una paciencia que algunos no
entendían. Pero el domingo pasado, por medio de las urnas, el pueblo español ha
presentado y ganado una inapelable moción de censura contra Zapatero, su
Gobierno y su partido. Y lo ha hecho de una manera “constructiva”, como pide la
Constitución, porque, inequívocamente, ha designado al PP como el partido que
merece su confianza. Aunque formalmente (¡cómo se agarran los socialistas a lo
formal cuando les interesa!) no estaba en juego el Gobierno de la Nación, los
resultados electorales del domingo pasado no admiten otra lectura: este
Gobierno se tiene que marchar. Y si ésta fuera una democracia seria y sus
gobernantes, especialmente Zapatero, tuvieran un mínimo sentido de la
responsabilidad y la menor dosis imaginable de patriotismo (aunque fuera “de
hojalata”) ya estaría en marcha la convocatoria anticipada de elecciones.
Porque otra cosa equivale a someter a España a una penosa agonía durante la
cual el PSOE ni va a hacer nada de lo que hay que hacer ni va a dejar que otros
lo hagan. Unas elecciones anticipadas que, en realidad, deberían haberse
convocado hace tiempo, cuando las ideas del PSOE y el
programa de Zapatero quedaron totalmente desacreditados. Tenemos de momento un
Gobierno cuya legitimidad de origen se remonta a 2008 pero que ha perdido de
hecho la legitimidad de ejercicio, a pesar de sus enjuagues parlamentarios con
los nacionalistas.
El
espectacular triunfo del PP es, además del de sus votantes, el de todos sus
dirigentes en las comunidades autónomas y en los municipios pero, sobre todo,
lo es de Mariano Rajoy que ha mantenido una inteligente estrategia y se ha
volcado en una esforzada campaña. Y lo ha hecho contra viento y marea,
aguantado las críticas que le han llegado, por supuesto, desde la izquierda,
pero también desde esa franja de la derecha sociológica y mediática que aquí
hemos llamado “la derecha de la derecha”. Queriéndolo o no, esos sectores le
han hecho el juego a la estrategia, perdedora, del PSOE, que, temeroso desde
hace mucho tiempo de su fracaso, había conseguido que la penosa situación en
que nos ha sumido se atribuyera no a su pésima gestión sino a todos, incluido
el PP que “no arrimaba el hombro” a su desnortada política. En el mismo error
han caído esos “indignados” de la Puerta del Sol que culpan al “sistema” de lo
que sólo es atribuirle a la incompetencia de Zapatero y su gente. Aquí no ha
fracasado el sistema democrático que, con sus evidentes fallos y con sus
necesidades de reforma (ahí está el inservible Tribunal Constitucional) ha
demostrado que funciona el pasado domingo. Lograr la plena independencia de la
Justicia, hacer realidad así la separación de poderes son tareas que habrá que
abordar en su momento. Con el método del consenso y esto significa con un PSOE
que se tiene que dotar de nuevas caras y dejar en la cuneta el radicalismo
sectario de los años treinta del siglo pasado, la única referencia ideológica
de Zapatero.
Precisamente
recordando aquella malhadada época, no deja de ser curioso que Zapatero se
empecine en eso de que los mandatos hay que cumplirlos hasta el final y en que
“hay que respetar los tiempos”, y que nunca haya puesto en duda la legitimidad
de origen de aquella II República que llegó tras unas elecciones municipales,
por cierto mucho menos contundentes que las del domingo. La testarudez de
Zapatero, negándose a anticipar las elecciones, va a tener que enfrentarse a
“los mercados”, ese espantajo al que tanto le gusta culpar de lo que sólo es
atribuible a su incompetencia. Ya se comenta en Europa que la situación
española no tiene otra salida que unas elecciones. Pero Zapatero tiene una
inagotable capacidad de hacer sufrir a los españoles y tratará de aguantar
hasta el final. Está por ver si su partido, que hasta ahora no ha existido,
silente y sometido a su descabalado caudillismo, logra o no salir del estado de
coma en que le ha sumido su máximo dirigente. ¿Se va a mantener el proyecto de
elecciones primarias? O las hacen con sordina y con un resultado previamente
pactado o no las hacen, porque después del varapalo del domingo parece difícil
que el PSOE se meta en el imprevisible pantano de unas primarias. Sus pasadas
experiencias no son precisamente estimulantes y unas primarias ahora podrían
convertirse en un inconveniente insuperable para salir del marasmo en que le
han dejado las elecciones del 22 de mayo.
Para
las tareas inmediatas, que son la lucha contra el paro
y contra la falta de pulso económico la única receta válida es la confianza. A
Zapatero no le queda ni un mal gramo de ese indispensable ingrediente. Y los
ciudadanos han mostrado el domingo quién les inspira un mayor grado de esa necesaria
confianza. La vieja máxima afirma que los dioses ciegan a los que quieren
perder y, desgraciadamente, el obcecamiento de Zapatero parece no tener
límites.