AUSENCIA DE AUTOCRÍTICA

 

Artículo de Alejandro Muñoz-Alonso en "El Imparcial" del 29-11-11

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

 

Puede que sea demasiado pronto para reaccionar adecuadamente después de la apabullante derrota del pasado día 20. Pero no deja de sorprender que en el Consejo Federal de pasado sábado los dirigentes del PSOE no hayan sido capaces de articular el menor atisbo de autocrítica. Solo Zapatero, después de, tópicamente, atribuir los malos resultados a la crisis, balbuceó unas leves excusas aludiendo a los fallos de gestión y de comunicación. Demasiado poco para una debacle en toda la regla, apenas sin precedentes, si es que no nos remontamos a la autodestrucción de UCD, cuyo desenlace se produjo en las elecciones de 1982. Otros gobiernos europeos han caído como consecuencia de la crisis, pero en ningún caso la derrota ha sido tan espectacular como para perder cuatro millones y pico de votos. Un dato este que nos autoriza a pensar que no ha sido solo la crisis la causa del desastre socialista. La crisis, negada primero como algo que solo afectaba a los otros; reconocida tardíamente cuando una gran parte del daño ya estaba causado; atribuida siempre a otros (los americanos, los bancos, el PP y ya, finalmente a la EU) sin reconocer nunca la menor falta por parte del Gobierno socialista y afrontada, al final, por imposición exterior desde mayo de 2010 pero aplicando remedios tardíos e insuficientes. Too late, too Little, como dicen los anglosajones.

 

El Gobierno de Zapatero pasará a la historia, desde luego, como el que se rebozó en la crisis. Pero no sólo. Los historiadores y, antes que ellos, los analistas políticos, le culparán de algunos de los errores más graves que se han cometido en España desde que amaneció la democracia. He aquí algunos, solo algunos, de esos inmensos errores.

 

1. Cediendo a una clara pulsión totalitaria (no hay más remedio que recordar al J.F. Revel de La tentación totalitaria, que atribuía al socialismo) el PSOE de Zapatero pretendió excluir al PP de la vida política. Desde el Pacto del Tinell y el famoso “cordón sanitario”, se intentó hacer del PSOE el único partido con “legitimidad” para gobernar, condenando al ostracismo o al exilio interior al partido que representaba a más de diez millones de votantes. No era el partido único, imposible en la Europa de hoy, pero si algo parecido al PRI mexicano, que se instaló y corrompió en el poder durante más de cuarenta años.

 

2. Desde el primer momento se intentó dividir a los españoles en dos bandos enfrentados, los buenos y los malos, presentados estos, el PP, con la imagen del doberman y tratando de infundir en miedo en los españoles. Otra táctica que tan hábilmente manejaron los líderes totalitarios del siglo XX. Para conseguir ese resultado todos los medios se consideraron lícitos. “Hay que tensionar”, se le oyó decir a Zapatero ante un micrófono indiscretamente abierto, para, inmediatamente después, atribuir la crispación (otra de las famosas palabras de este nefasto periodo) al adversario. Un adversario tan rudamente tratado y descalificado que más bien parecía un enemigo a abatir y aniquilar. Una táctica esta —la dialéctica “amigo-enemigo”- calurosamente recomendada por uno de los más famosos ideólogos del nazismo, Carl Schmitt.

 

3. Al servicio de la división de los españoles en dos bandos enfrentados, se fomentó el “guerracivilismo”, abriéndose de nuevo heridas que estaban cicatrizadas desde hacía muchos años. El principal instrumento de esta política fue la malhadada ley de Memoria Histórica que trataba, supuestamente, de hacer justicia al bando perdedor en la contienda de 1936-1939 y en la posterior y larga dictadura. Vano empeño porque, desde que llegó la democracia, más de treinta disposiciones jurídicas, algunas con carácter legal, se habían ocupado de la suerte de quienes padecieron en la guerra y bajo el franquismo. Para una gran parte de la opinión pública, aquello fue un descabellado intento de que, casi medio siglo después, ganaran la guerra los que la habían perdido. Como si la historia se pudiera rehacer por la voluntad política de los gobernantes como, por cierto, era la costumbre de los soviéticos, como sabemos ahora cuando se han empezado a abrir los archivos documentales de aquella época.

 

4. En esa misma línea, y en nombre de un supuesto revisionismo, se pretendió descalificar sumariamente la obra y el significado de la Transición. Uno de los momentos más memorables y exitosos de la historia contemporánea de España, se despreció porque se había optado por la táctica de la reforma, en vez de por una imposible ruptura, que habría sumido a España en un periodo, quizás largo de convulsiones y que, desde luego, nos habría mantenido al margen de la gran empresa europea. En vez de los valores de la Transición se ensalzó a la II República y Zapatero llegó a decir que los ideales de aquel triste periodo eran los suyos, en abierta contradicción con el espíritu de la Constitución de 1978. Como si, a estas alturas, se pudiera mantener la tesis romántica de la II República, mantenida por la historiografía de izquierdas.

 

5. Se rompió uno de los pactos más sólidos que se habían mantenido durante todo el periodo democrático, en virtud del cual todas las normas incluidas en el llamado bloque de constitucionalidad sólo se revisarían si había un acuerdo entre los dos grandes partidos. Y es así como se aprobó y aceptó el nuevo estatuto de Cataluña, abiertamente anticonstitucional, que solo a medias fue revisado por un Tribunal Constitucional, del que más vale no hablar. Una sentencia, por cierto, que, en franca rebeldía, fue abiertamente combatida por las autoridades catalanas, mientras Zapatero les consolaba con la promesa de que ya se arreglaría el disgusto del nacionalismo catalán por medio de algunas hábiles leyes orgánicas. Todo este episodio es, quizás, el ejemplo más significativo de adónde ha llegado el Estado de Derecho en España con una Justicia desacreditada por su patente politización, aunque no cabe duda de que la mayoría de los jueces son independientes, pero los que no lo son están en ventajosas y oportunas posiciones estratégicas.

 

6. Cuando el Gobierno Zapatero asumió el poder en 2004, ETA estaba contra las cuerdas gracias a la acción de las policías, a los jueces y las leyes que cortaron las alas al llamado “frente político” de la banda terrorista. En vez de perseverar en la misma línea Zapatero puso en marcha un mal llamado proceso de paz que implicaba la negociación con ETA, en unas circunstancias y con unos planteamientos que nunca se habían utilizado antes, por contrarios a la razón, a la decencia y a la ley. La banda recibió un balón de oxígeno, algunos notorios terroristas se convirtieron en “hombres de paz” y los atentados se transformaron en “accidentes”. A pesar de una sólida sentencia del Tribunal Supremo, que declaraba ilegalizable a la llamada izquierda abertzale (el brazo político de ETA), el Tribunal Constitucional la admitía entre las formaciones democráticas. El resultado está a la vista: ETA está de nuevo en las instituciones y el futuro, en este campo, pinta muy negro.

 

7. Como telón de fondo de todos esos errores se puso en duda la propia identidad de la Nación española, convertida en “concepto discutido y discutible” para alborozo de los que quieren destruirla y en abierta contradicción de lo que establece el artículo 2 de la Constitución, pero sobre todo de la historia y de la razón.

 

No le faltan, pues, al PSOE motivos para la autocrítica, más allá de su desastrosa gestión de la crisis. Y ese análisis debería ser mucho más importante para la izquierda democrática española que las quinielas de nombres de personas en que parece haberse sumido después de la perdida batalla. Porque la situación a la que ha llegado ese partido tiene que ver mucho con esos crasos errores, ante los que sus miembros han permanecido silentes, mientras el tándem Zapatero-Rubalcaba les llevaban al desolladero.