LA IZQUIERDA GARZONIANA
Artículo de Alejandro
Muñoz-Alonso en “El
Imparcial” del 15-02-2012
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo
que sigue para incluirlo en este sitio web.
Setenta
apretados folios tiene la sentencia del Tribunal
Supremo condenando al juez Garzón, pero muchos más son los que, en aluvión, se
han escrito comentando ese esperado fallo. Me parece que predominan claramente
las que se felicitan por la misma porque ven en ella -en estos tiempos de una
Justicia baqueteada y criticada, justamente a veces, injustamente otras- una
rotunda prueba de que el Estado de Derecho funciona y aplica la Ley, sin
acepción de personas. El derecho a la defensa —elemento fundamental de eso que
los anglosajones llaman el due process
of law- es algo que conocen los estudiantes de
primero de Derecho, pero también cualquier persona medianamente culta e
informada, aunque no haya pisado en su vida una Facultad de Leyes. Y una parte
esencial de ese derecho de defensa es la libertad de comunicación entre los
enjuiciados y sus abogados defensores. Someter esas comunicaciones a escuchas
telefónicas es tan grave como burdo, salvo aquellos casos previstos en la ley
que, en nuestra jurisprudencia, se limitan prácticamente al terrorismo. Como
señala acertadamente la unánime sentencia tales prácticas solo son concebibles
en regímenes totalitarios.
Por
todas esas razones, a mi no me ha sorprendido la sentencia, con la que me
siento plenamente identificado. Pero sí me ha sorprendido la ruidosa campaña a
favor de Garzón y en contra del Tribunal Supremo, que es lo mismo que decir que
en contra del Estado de Derecho, que se ha mantenido durante semanas, a partir
de argumento explícito o implícito de que el condenado juez, no debía en ningún
caso sentarse en el banquillo de los acusados, como si perteneciera a una elite
situada por encima de la Ley. Toda una amplia izquierda, desde la más radical a
la teóricamente más moderada ha puesto el grito en el cielo en defensa de “su
juez”. Garzón dijo en alguna ocasión que él era “un juez de izquierdas” y tanto
sus actitudes como sus comportamientos le han valido un amplio seguimiento, una
indiscutible popularidad que, seamos sinceros, tiene muy poco que ver
—exactamente nada- con la discreta y sosegada aplicación de la ley y mucho más
con la voraz búsqueda de titulares al servicio de intereses personales o de
rentabilidades inmediatas, políticas o económicas. La popularidad (que fue
acertadamente definida como la calderilla de la fama) no es atributo digno para
un juez y Garzón es un buen ejemplo de adónde conducen esas equivocadas
estrategias.
Parece
increíble que en una democracia como la nuestra -que, aunque tenga aspectos
mejorables, se la puede considerar consolidada- se pueda llegar a presenciar un
espectáculo como le ha dado la “izquierda plural” a propósito de Garzón.
Fenómenos como este explican, quizás, la crisis de la izquierda española, que
acaba de ser certificada por las urnas y que muestra una incapacidad, que casi
parece genética, para modernizarse y ponerse al día. Dice mucho también acerca
de la hipocresía con que la izquierda maneja conceptos, como el de Estado de
Derecho, igualdad ante la ley o el propio concepto de democracia que, cuando
les favorece, nos pasan a los demás ciudadanos por las narices como si ellos
fueran sus únicos custodios y los únicos legitimados para emitir certificados
de “limpieza de sangre democrática”. Pero cuando les son adversos lo
tergiversan todo sin respetar a nada ni a nadie. Ese aquelarre izquierdista
llamando a los magistrados del Supremo fascistas y hasta asesinos es inconcebible
en un país serio y descalifica a quienes se suman a él, desde la misma calle o
desde los despachos. Estos “responsables” políticos y sindicales que echan a la
calle a sus no muy abundantes huestes, ¿dónde han dejado su sentido de la
responsabilidad?
Al
final no hay más que una explicación que podía llamarse “genealógica” y es que
esta izquierda que tiene sus raíces en el marxismo-leninismo y que en su
vocabulario antepone palabras como “revolución”, “ruptura” y (todavía) “odio de
clases” a otras como “Estado de Derecho” o “democracia” le cuesta trabajo
adaptarse a un sistema al que no deja de ver como obra del “enemigo de clase” y
que solo funciona en su beneficio. Cuando durante una gran parte de la vida se
ha tenido la fe puesta en Lenin —que, sin duda, era un gran intelectual, aunque
su sistema fracasó, víctima de sus propios errores y horrores- es muy difícil
creer en Locke o en Montesquieu.
Por es le dieron a este por enterrado hace ya
bastantes años. Y, ciertamente, el autor de El Espíritu de las Leyes está
enterrado hace siglos, pero sus ideas están más frescas que nunca y, desde
luego, tiene más futuro que las de LENIN.
Con
garzón y la “izquierda plural” se ha producido un fenómeno bien conocido: se
han juntado el hambre con las ganas de comer. Y seguramente nos hallamos en los
comienzo de un recorrido que va a intentar adquirir un cierto protagonismo en
la escena política española, especialmente ahora que el PSOE no encuentra su
camino. Se explica así también que el PSOE se quiera apuntar al nuevo fenómeno,
en un intento de agarrarse a un calvo, aunque tan ardiente como el de garzón.
Por lo que hace a éste, quizás encuentre en la política más éxito que en la
judicatura. Ya hizo una incursión en la primera y nunca debió volver atrás. Sus
defensores relatan entusiasmados sus éxitos en la lucha contra el terrorismo y
contra el narcotráfico. Nadie se los va a regatear. Pero esos éxitos no son un
choque en blanco para hacer barbaridades como la que le ha costado la reciente
condena. Aparte de que sus cualidades técnicas no dejan de ser discutibles.
Cuando no era todavía el brillante “juez estrella” no era extraño oír a
avezados abogados duras críticas contra los sumarios cuya instrucción se
encomendaba a garzón. Pero el hábil uso de las cámaras de televisión para
grabar sus espectaculares aterrizajes en helicóptero, su fama sobrevenida de
que “veía amanecer”, la insistente persecución del premio nobel de la paz, su
peculiar concepto de la jurisdicción universal y, sobre todo, su intento de
extraditar a Pinochet le dieron una imagen casi heróica
en ciertos países, que desconocen al verdadero Garzón.