LA VERDADERA AGENDA DE ZAPATERO
Editorial de la revista “Ojos de Papel” del
7-6-05
http://www.ojosdepapel.com/
Por
su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo
en este sitio web. (L. B.-B.)
El formateado es mío (L. B.-B.)
Con un muy breve comentario al final:
¡SE VAN A MAREAR! L.
B.-B., 8-6-04, 16:30)
Prácticamente
todos los analistas se hacen cruces con la estrategia seguida por Rodríguez
Zapatero en la forma de abordar el cese del terrorismo vasco y la paz
definitiva. Ha dado todos los pasos y señales significativas, no proceder a
iniciar el trámite de ilegalización del Partido Comunista de las Tierras Vascas
y la moción aprobada en el Congreso para apoyar la posibilidad de negociar con
la banda si esta deja las armas, mientras que, a cambio, ETA no ha tomado la
menor iniciativa que dé a entender que acepta la invitación gubernamental, al
contrario, ha respondido con bombas sin causar muertes, si bien por pura casualiad. En todas estas interpretaciones el denominador
común ha sido que ETA era el centro del escenario, pero ¿y si no es la
organización terrorista el primer objetivo del gobierno?
El coste de imagen ante la opinión pública pagado por el
presidente Zapatero está siendo altísimo, pues ha supuesto dejar en suspenso el
pacto Antiterrorista establecido con el PP, que había llevado, junto a otras
medidas, a asfixiar a ETA y su entorno político, revigorizando de esta manera
indirectamente al nacionalismo radical vasco, junto a la propia organización
terrorista. Además, se ha enajenado de forma galopante el apoyo de la mayoría
de las víctimas y de las asociaciones cívicas más combativas, que han pasado de
la crítica y las censuras hasta llegar a una espectacular movilización que
culminó el pasado 4 de junio en Madrid, cuando cientos de miles de
manifestantes rechazaron el previsible precio político de una negociación de
paz que, no es difícil advertirlo, se abonará en la otra mesa de partidos que
acompañará a la destinada a la “desmilitarización” y los presos.
Visto así, el asunto parecería ser obra de una persona y un equipo que, además
de sumamente ineptos, incurren en la negligencia de avivar un fuego que se
estaba extinguiendo. Sin embargo, es factible plantear una interpretación
radicalmente distinta que explique más racionalmente los movimientos del
gobierno y el partido en el poder. Desde hace meses, se ha ido consolidando la
posibilidad de abrir una negociación con la banda para el definitivo abandono
de la violencia. Ningún gobierno renunciaría a explorar una oportunidad así,
pero sin perder de vista ni los intereses generales ni la correlación de
fuerzas ni el programa político ni el mantenimiento del partido en el poder ni
comprometer, sino todo lo contrario, las futuras posibilidades electorales.
Actuar en contra de estos criterios sería suicida. Este es el marco general que
hace plausible la interpretación que contiene este editorial.
Los socialistas no han roto formalmente el pacto antiterrorista con el PP, se
han limitado a presentar una moción en el Congreso de los Diputados, es decir,
en la sede de la soberanía nacional, la única reconocida, en la que se acuerda
que el gobierno lleve la iniciativa de las negociaciones si la organización
terrorista ETA depone las armas. No ha habido un nuevo acuerdo entre partidos
que sustituya al anterior, sino que los partidos independentistas, soberanistas
y radicales (ERC, PNV, EA, IU, Bloque, Coalición Canaria y Nafarroa
Bai, junto a otros menores) han certificado
solemnemente en sede parlamentaria que la política respecto a ETA queda en
manos del gobierno. Este, pues, ha maniatado a las minorías en un asunto
capital. La maniobra táctica contó a su favor con la radical oposición del
Partido Popular a dicha resolución, que fue explotada hábilmente por los
socialistas, haciendo de su debilidad virtud, para que los partidos
minoritarios, deseosos de dejar en completa soledad a los populares, no
repararan que daban carta blanca al gobierno ante un problema del que creen
poder extraer réditos a su favor. No es difícil plantear gráficamente el
problema en el que se han metido: ¿qué capacidad de maniobra les queda a esos
grupos si fracasa la oportunidad de la negociación porque ETA continúa con su
maximalismo y los atentados y el gobierno retoma el nunca suspendido pacto
antiterrorista? ¿qué le podrán reprochar al gobierno
después de todos los gestos que, a costa de un elevado coste político, ha
arriesgado?
Por otra parte, la enorme manifestación del pasado 4 de junio favorece
objetivamente al gobierno de cara a una negociación. Aunque parezca un
contrasentido, tiene más un mayor de maniobra para ceder poco, lo cual le sitúa
en una mejor posición pues, como punto de partida, no tenía mucho que ofrecer,
una vez que los nacionalistas de todo signo daban por hecho un nuevo y más
amplio estatuto y la libertad de los presos, bazas que consideraban ganadas
antes de comenzar el proceso. Ahora ya ha quedado claro que será muy difícil y
costoso que aquellos que han cometido delitos de sangre puedan salir de la cárcel
en un plazo breve. Si el gobierno cede en esta materia sin un arreglo
satisfactorio en términos morales y políticos para la mayoría de las víctimas,
en lo que están respaldadas como se ha visto por una buena parte de la sociedad
española, reduce claramente su expectativas de éxito en futuras contiendas
electorales.
Una vez maniatadas las minorías, el gobierno puede, sea cual sea el resultado
de los contactos con los terroristas, continuar con su proyecto de reforma
constitucional que la derecha está confundiendo con una crisis nacional cuando
no es tanto un problema de este tipo en sentido estricto, aunque haya elementos
que lo permitan pensar, como de caducidad del sistema político nacido en la
Transición. El sistema no tiene eficacia porque carece de autoridad moral
suficiente para la izquierda a la hora de afrontar la ofensiva nacionalista.
Para las nuevas generaciones, bien representadas por la sensibilidad intuitiva
de Zapatero, ya no puede haber tabúes o restricciones que habiliten una
democracia cuya virtud básica sea su carácter funcional. Para ellas existe un
problema de orden superior, se trata de dotarle de contenidos morales que
validen la legitimidad de la democracia que se quiere refundar y le permitan
imponerse por su superioridad moral sobre las alternativas egoístas,
insolidarias, particularistas y ventajistas que se presentan bajo la careta de
la asimetría, el soberanismo, el unitarismo o el confederalismo.
No se
puede negociar a la contra desde un sistema político surgido de las entrañas
del franquismo y su herencia. Las necesidades y circunstancias de aquellos
tiempos, que aconsejaron hacerlo así, ya que no cabía otra posibilidad, no
están vigentes. La erosión constante del sistema por parte de los nacionalistas
periféricos, ETA incluida, se ha venido basando en la ilegitimidad moral de ese
sistema por razón de la forma de su alumbramiento y por las restricciones
democráticas bajo las que nació (la amenaza golpista). El artículo VIII de la
Constitución ha sido la vía de agua que ha ido agotando las posibilidades del
sistema hasta empantanarlo en un proceso de ilimitado ejercicio de reclamación
de mayores cuotas de poder que siempre acaban siendo insatisfactorias. La mayor
virtud de la monarquía constitucional, la funcionalidad, se ha degradado casi
por completo.
Zapatero
se ha propuesto regenerar la democracia española, “republicanizarla” moralmente
y articular el Estado bajo un sistema federal, con corresponsabilidad fiscal,
evitando la insolidaridad y el separatismo, a fin de garantizar la igualdad
entre todos los ciudadanos. Visto así, los nacionalistas tienen las de perder
cuando la nueva democracia funcione a pleno rendimiento. Zapatero prescinde del
término patria y el complejo entorno de sus sentimentalidades anejas. Cada ciudadano
puede sentirse de dónde quiera y de tantos sitios como le apetezca, con lo que
desactivado el principal motor que propulsa a los nacionalismos, periféricos y
central, el de la identidad.
El problema de Zapatero es cómo llevar a cabo el proceso de regeneración y con
qué elementos. Hasta ahora, el paso fundamental para dotar de contenido moral a
la democracia española ha ido en la dirección de convertirla en una impugnación
frontal del pasado dictatorial franquista y su represión. De ahí la política de
gestos con la retirada de estatuas, reparación de los que sufrieron en Mauthausen, las pensiones para los “niños” de la guerra
civil en enviados a la antigua Unión Soviética, el apoyo a la recuperación de
la memoria histórica, etc. Son avances notables, pero aún queda mucho por delante y
no sólo en el capítulo de las deudas de la derecha, ya que la izquierda tampoco
ha reconocido su relevante contribución a los errores históricos que desataron
la guerra civil.
El
segundo gran problema de Zapatero es el material con el que cuenta para
reorganizar el Estado y renovar la democracia española. Ahí está su punto más
débil, sólo Maragall le puede ayudar si su pulsión nacionalista no le ciega,
los demás, ERC, PNV, ya no digamos HB, van en dirección contraria, buscando
aprovecharse de su debilidad parlamentaria y de los errores para construir sus
propios Estados. Aunque condenen la violencia, la base de partida de estos
grupos es que existe un “conflicto” en el País Vasco del que ETA no es más que
una expresión. Para ellos, la negociación con la banda supone, por tanto,
legitimar el conflicto, lo que implica contrapartidas políticas, no para
satisfacer las aspiraciones terroristas sino para dar solución a una cuestión
de calado “histórico”.
El tercer obstáculo, también capital, es el nacionalismo españolista de
importantes sectores de la derecha, sobre todo al sector jacobino de
publicistas y el aznarismo, más abierto y dúctil en
términos comparativos que el primero. Aquí básicamente estamos ante un problema
de inseguridad y miedo, a que se acabe arruinando el marco de referencias
emocionales, de estabilidad política y de confianza vital que es España, y a
perder la capacidad para ser alternativa real de gobierno, es decir, a que
Zapatero esté tramando una “legitimidad excluyente” en términos parecidos a los
de la Segunda República. De ahí procede esa corriente historiográfica reactiva
que rehabilita al franquismo como mal menor y que reivindica el origen
franquista de la actual democracia. De ahí, también, el desgarro y el tono
apocalíptico de las predicciones de un futuro balcánico. Esas interpretaciones
están erradas, la izquierda no es que sea antiespañola, por mucha distancia que
mantenga frente al patrioterismo melodramático de las ondas y de alguna prensa,
es que tiene enormes y comprensibles dificultades para defender en su
integridad una monarquía constitucional nacida en unas circunstancias que ya no
existen, pero que han fundado el sistema sobre unos valores morales endebles,
quebradizos y caducos, que se han transformado en el factor principal de
erosión del marco de convivencia nacido en la Transición.
Lo que Zapatero se propone construir es complejísimo y arduo, primero porque no parece
tener un plan preciso y segundo porque no da la sensación de ser consciente de
lo que esto significa, en términos de asunción de culpas, para la propia
tradición política de la izquierda. Quizá la reacción de las víctimas del
terrorismo le ayude a entender que la memoria es una calle de doble sentido,
que no debe ser instrumentalizada como arma política. También le fallan parte
de los materiales, es decir, los aliados políticos. Y, actuando desde los
principios, ha quedado definitivamente claro respecto a la negociación con ETA
que no se pueden hacer apaños o la memoria persiste y acaba lastrando lo
nuevamente construido. Además de sus concepciones, con su ejemplo, Zapatero se
ha vedado basarse en soluciones de conveniencia.
Muy breve comentario final:
¡SE VAN A MAREAR! L.
B.-B., 8-6-04, 16:30)
Permítanme decirles con toda amabilidad que de
tanto darle vueltas explicativas a la situación van a acabar rodando por el
suelo. Los únicos que cuestionan la legitimidad de la democracia española
actual son las minorías marginales de ERC y sectores de IU, junto con los
nacionalismos soberanistas que nunca tendrán bastante hasta que consigan la
independencia formal o real.
Por eso es un error dejarse llevar por el soberanismo insaciable, los republicanos independentistas o
por marginales que lo son porque el pueblo los considera como tales. La democracia
española actual no puede ir a fundamentar su legitimidad a la Segunda
República, reabriendo selectivamente las heridas de la guerra civil y
rememorando sectariamente los errores de la derecha sin cuestionar los
igualmente graves de la izquierda.
Intentar realizar ese empeño es un objetivo
demencial, propio de sectarios irresponsables e ineptos. Y esa es la cuestión:
ineptitud agravada por la influencia de tarugos grotescos que lo que pretenden
es destruir la unidad del país, debilitando el Estado pàra
acabar con él posteriormente.
En esta aventura no existe habilidad táctica, ni
sentido del Estado, ni perspecrtiva estratégica: se
trata de oportunismo irresponsable, inmaduro y sectario, que nos está
encaminando a un laberinto sin salida.