ZAPATERO EN EL LABERINTO DE SU ESTRATEGIA
Por ojosdepapel , martes, 31 de octubre de 2006
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Ver en http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article_id=2481
En el mal llamado proceso de paz (¿cuándo hubo una guerra?), el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, se encuentra enfangado en una situación tremendamente complicada, principalmente a raíz de sus iniciativas tácticas y estratégicas de las que le resultará muy difícil salir. Los últimos episodios, el varapalo simbólico sufrido en la Eurocámara y el robo de armas de ETA en la localidad francesa de Nimes, son las principales muestras de las dificultades por las que atraviesa su política en el frente terrorista.
Obsesionado en su estrategia por
mantener políticamente arrinconada a la derecha en todos los ámbitos posibles,
Rodríguez Zapatero aceptó compartir el mismo lenguaje que los representes
políticos y miembros de la banda terrorista ETA (paz, diálogo, democracia,
capacidad de decisión...), conociendo perfectamente toda la gama de ambigüedades
con que estos manejan tales conceptos. Es decir, aplicó una estrategia
partidista a una cuestión de Estado.
Al revés de lo que pretenden los portavoces del Gobierno, tanto los oficiales
como sus terminales mediáticas, no es que por primera vez la oposición se niegue
a respaldar la política del Gobierno frente al terrorismo --acuerdo de base que
había sido un elemento tradicional de las relaciones entre los dos grandes
partidos españoles en este terreno--, sino que Rodríguez Zapatero ha empleado la
política respecto a la banda, con la oportunidad que ha presentado la
declaración de “tregua indefinida”, como un instrumento para aislar y exacerbar
al Partido Popular. La vista estaba y está puesta, sobre todo, en obtener unos
réditos electorales que conduzcan lo más cerca posible de la mayoría absoluta y,
al tiempo, junto a las concesiones de más derechos y privilegios a los
nacionalistas, marginar a la derecha del marco político español que pretende
establecer.
Sobre la valoración de las lealtades retóricas, mandan los hechos. Ni el
gobierno ni sus portavoces oficiosos pueden negar ya que en 2001 Rodríguez
Zapatero, cuando estaba en la oposición y había firmado un pacto –a iniciativa
suya—que los vedaban, avaló los contactos que se establecieron entre
representantes del mundo terrorista (Arnaldo Otegui) y un cualificado miembro
del Partido Socialista de Euskadi, nada menos que su presidente (Julen
Eguiguren).
La estrategia, marginar o echar del sistema de facto, excluyendo la posibilidad
de que la derecha democrática pudiera gobernar (es muy sintomático a este
respecto que se le atribuya carácter de extrema derecha), tiene puntos débiles.
En primer lugar, está el comportamiento de la banda terrorista y sus brazo
político, pues nada acredita, sino al contrario, según lo que se lee en sus
declaraciones y se desprende de sus gestos, que ese mundo haya cejado en su
empeño de conducir la negociación por el camino de conceder la paz a cambio de
concesiones políticas (autodeterminación y anexión de Navarra por el País
Vasco). Tanto más cuanto la debilidad política del gobierno, que sólo cuenta con
un respaldo menor, la de los grupos minoritarios del Congreso, permite un mayor
margen de maniobra a los terroristas para ampliar las concesiones en una
“negociación” preliminar que se está convirtiendo en un proceso agónico para el
gobierno.
Es aquí dónde está el segundo punto débil de la estrategia de Rodríguez
Zapatero, un presidente que ya ha dado pruebas de un maquiavelismo de vuelo
gallináceo y que está más dotado para la improvisación con efectos
contraproducentes (la política inmigratoria, el caso ENDESA), el guiño
progresista huero (Evo Morales y Repsol), los gestos de audacia pirotécnica
(proponer a Bono para la alcaldía de Madrid) y el juego en corto (defenestrar a
Maragall) que para planear acciones de gran calado político beneficiosas para el
conjunto de la sociedad, algo improbable cuando en el aspecto más decisivo de
esta etapa de gobierno, la liquidación del cáncer terrorista, se ha relegado al
Partido Popular.
La consecuencia ha sido el rechazo frontal de la derecha a aceptar la táctica de
hechos consumados de un Gobierno que ha toreado sin escrúpulo a la oposición
pese a las iniciales ofertas públicas de un respaldo leal a cambio de
información sobre las comunicaciones con los terroristas y los pasos a seguir,
propuesta embarazosa porque supondría reconocer los contactos previos entre
Eguiguren y Otegui, una traición al compromiso adquirido con el Pacto
Antiterrorista. En esta línea, se encuentra también el rechazo de la mayor parte
de las víctimas del terrorismo a la política gubernamental y la estrategia
seguida por el poder para desactivarlas y aislarlas. No ocurre nada muy
distinto, con alguna excepción, con las otrora combativas asociaciones cívicas
vascas y sus líderes.
Al final, la improvisación y el sectarismo político con el que Rodríguez
Zapatero conduce su estrategia le ha llevado a quedar a merced de las decisiones
de los terroristas. Esto no significa que vaya a ceder en todo para salvar la
cara (es una necedad absoluta atribuirle complicidad con ETA), sino que se
encuentra en una posición negociadora extremadamente frágil porque, corto de
miras, ha echado por la borda el capital político que suponía la contribución de
un PP secundando la acción del Gobierno, incrementando geométricamente el
protagonismo y la capacidad de imposición de los terroristas y su entorno.
A medida que pase el tiempo, la vuelta atrás resultará mas costosa, sobre todo
si la paz se construye bajo condiciones y cesiones políticas, por mucho que se
enmascaren en una mesa de partidos que anula la legitimidad de las instituciones
representativas. Y no digamos bajo la presión permanente de amenazas e
intimidaciones (terrorismo callejero, extorsión, coacciones, abastecimiento de
armas, etc.). Por lo demás, una salida a la desesperada, atribuyendo el fracaso
a la cerrazón de la derecha, se muestra cada vez más como una mercancía que
tendrá difícil aceptación en la opinión pública.