TODO ESTABA EN LA FOTO (LAS NIÑAS
GÓTICAS)
Artículo
de Javier Orrico en su
blog del 28
de septiembre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Todo estaba en la foto. El desconcierto de una sociedad adulta que ha renunciado a educar en la plenitud de su sentido. Los complejos de la pequeña burguesía arribista, de derechas o de izquierdas, que confunde ser liberal de espíritu con malcriar a los hijos. Las contradicciones, que decíamos cuando aún coqueteábamos con el marxismo, de una izquierda pacata que cree que consentir a las chicas abortar sin conocimiento de los padres –y con conocimiento, también- la convierte en avanzada, mientras, eso sí, no las deja salir en la foto.
El
triunfo de ZP no
es casual, su poder como icono es resultado de su capacidad de representación
de esa clase, sociológicamente reaccionaria siempre, en la que se ha sustituido
el pensamiento marxista –equivocado, pero lo era- por el vacío posmoderno que
sólo llenan los gestos, las consignas, los puños de las pijas alzados para
salir en las revistas.
Estaban
allí las niñas góticas, las únicas inocentes en este bochorno, y la Sonsoles neogótica. Estaba el sonriente gobernador de una Judea lejana, llamada
Hispania, que había acudido servil a postrarse ante el emperador nubio. Y estaban los propios emperadores, amistosos, de los
que no sabemos qué habrán pensado de estos hispanos que se les presentan en
palacio con las hijas vestidas de película de sustos.
Seamos
piadosos con ellas (disculpen la foto, pero es ya la única que he encontrado en
la red como imagen sola), sólo sus padres son culpables de que hoy sean objeto
de morbo y mofa, sus padres que no las están educando, enseñando a vivir, a comportarse según la situación, a discriminar los
contextos, a honrar a quienes visitan. Papá Z, claro, cree, y por eso es imposible cualquier pacto
educativo con esta izquierda –con la de Leguina, sí, por supuesto-, que lo
mejor es no contradecir a las pobres niñas, que crezcan en la falsa libertad de
su confusión. Enseñar a ser libres sin disfraces, contra una sociedad que ha
hecho del disfraz su hábito, es un reto excesivo.
El
orden moral del zapaterismo es ese ‘borrado’ de ojos
de sus hijas, esa censura que esgrimen como un derecho. Los padres tienen
derecho, ha afirmado De la Vega, a decidir sobre las imágenes de sus hijas. ¡Ah!, ¿pero los
padres tienen derechos? ¿Pueden evitar que sus hijas aparezcan en una foto,
pero no saber, al menos por aproximación, que se están hinchando a follar y que
van a cometer un crimen –legal, pero un crimen- que las marcará de por vida?
¿Ni siquiera para llorar con ellas, si hay que hacerlo? ¿Las ‘adolescentes’
tienen derecho a su cuerpo y no a su imagen? ¿Ellas, que iban así vestidas,
precisamente porque son víctimas de una sociedad cretina en la que todo es
imagen? ¿Estaban de acuerdo las niñas góticas en que las borraran de una foto
nada menos que con los Obama, que no es que la Casa
Blanca sea un puticlub, con lo que hubieran molado en el colegio y en ‘Tuenti’? Qué intolerable opresión.
Esta
nueva ‘educación en valores’ socialista –pobre socialismo, en lo que lo han
dejado- es la que exponía esta misma semana una joven diputada murciana, Gloria
Martín, para responder
a la portavoz del Gobierno regional, María Pedro Reverte. Hay algo que sí continúa
vigente en el PSOE: la disciplina, bien es verdad que antes era ideológica y
ahora sólo ‘consignológica’. Martín ha reiterado, aunque con más
elegancia, el brillante hallazgo de su ministra Aído, aquella histórica
comparación entre “ponerse tetas” y abortar. ¿Cómo es posible, ha expelido Martín, que se proteste por la
exclusión de los padres de la decisión de abortar, y no se hiciera cuando el PP
aprobó el derecho de las chicas a la cirugía estética sin autorización paterna?
No le
falta razón: las tonterías del PP, cuando se pone progre, dan para un tratado.
Pero lo revelador, eso que se nos impone entre la niebla, sigue siendo la
equiparación moral entre retocarse la nariz y matar a tu hijo. Una cosa es que
no se castigue a una mujer que se ha visto ante el abismo, y otra muy distinta
querer convertir esa tragedia en un derecho. Esa es la enfermedad que acabará
con nosotros. La que todos hemos contribuido a extender, a trivializar. Esa
contradicción sobre la que flotamos, alados y transgénicos, burgueses
satisfechos en este autoexterminio de la vida y el
pensamiento por el que, de la misma manera, borramos los ojos de unas niñas a
las que previamente hemos llevado vestidas de fantasmas a la ópera.