PATRIOTISMO
Artículo
de Juan José Laborda en “Enciclopedia del Nacionalismo”, de Andrés de Blas
Guerrero (Director). Tenos, 1997.
El formateado es mío
(L. B.-B.)
1.
Amor a la patria. Ésta es la primera acepción que encontramos para la voz
«patriotismo» en el Diccionario de la Lengua Española (1992). La que figura en
segundo lugar no posee la escueta precisión anterior: «Sentimiento y conducta
propios del patriota». En la misma obra se define la «patria» como «Tierra
natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano
por vínculos jurídicos, históricos y afectivos». Pero a continuación leemos que
patria es «lugar, ciudad o país en que se ha nacido».
Lleno
de significados diferentes, el concepto de patriotismo varía con las épocas,
los países y los autores. Es histórico en el sentido de que a través del
testimonio de escritores, políticos o normas jurídicas comprobamos que se carga
con intensidad de sentimientos, de ideas políticas y de exigencias de virtudes
morales en los momentos en que una sociedad vive conscientemente una
transformación de su marco estatal, en general coincidiendo con crisis bélicas
o revolucionarias. Los conceptos, símbolos o mitos patrióticos creados durante
esas etapas nutren las formulaciones con las cuales una sociedad se identifica
posteriormente consigo misma, valora su historia e imagina su futuro.
2.
La noción de patriotismo y de patria, en la cultura occidental, procede de
fuentes clásicas, griegas y romanas. El patriotismo es la virtud que conduce a
dar la vida frente a los enemigos en defensa del territorio. Dulce et decorum est pro patria mori (Horacio, Odas, 3, 2, 13), exalta el sacrificio de
quienes luchan por lo que es suyo y, al tiempo, común a otros ciudadanos
libres: la ciudad, la familia y las costumbres civiles y religiosas. Desde los
discursos que Tucídides pone en boca de los
atenienses y especialmente en la de Pericles, se percibe que la
noción clásica de patriotismo se asocia a la idea de la libertad, pero no
exactamente referida al territorio, sino a la de aquellos hombres que, como
titulares de derechos, tienen el rango de ciudadanos. Esta peculiaridad clásica, que sólo
será radicalmente alterada por las ideologías nacionalistas a partir del siglo
XIX, ayuda a entender que para destacados exponentes del pensamiento clásico,
singularmente en Roma, la patria se asocia a la idea de bienestar. Ovidio,
Séneca, Aulio Gelio, Pacuvio o Cicerón, entre otros, definirán la patria como el
lugar donde poder vivir bien. Patria est ubicumque est bene. Voltaire
reafirmará esta concepción cosmopolita a mediados del siglo XVIII. La
definición de Ovidio (Fasti, 1, 493), Omne solum forti
patria est ut piscibus aequor (Todo suelo es patria del fuerte, como el mar es de
los peces), posee la misma raíz que la afirmación de Mirabeau:
Uno lleva la patria en la suela de los zapatos. La
vinculación del sentimiento patriótico
clásico con el derecho a la libertad y al bienestar que garantiza la condición
de ciudadania facilita lealtades territoriales,
culturales o étnicas múltiples. Marcial o Prudencio se sienten romanos y al mismo tiempo hispanos.
3.
Durante la Edad Media, la Iglesia mantendrá parte del legado romano. El
concepto de patriotismo resurge, retomando ideas clásicas, a partir de un
proceso de secularización de elementos eclesiásticos. Jean Lejeune,
en su notable estudio sobre la diócesis de Lieja en el siglo X, demuestra que
cuando el obispo se dirige a patria episcopatus leodiensis, no se dirige a todos sus feligreses sino sólo a
aquellos que dentro de unos límites territoriales están sujetos a su autoridad
política temporal. Jean Touchard efectúa el
seguimiento de la evolución paralela de la idea de patria, de las virtudes
patrióticas y del surgimiento de las nuevas unidades estatales a partir de la
época de las cruzadas. La fiscalidad de los reyes o de los Estados se justifica
primero para financiar las expediciones hacia los Santos Lugares, pero después,
tan sólo, ad tuitionem patriae,
ad defensionem patriae.
Recogiendo las observaciones de Ernst H. Kantorowicz: Pro patria mori
in a mediaeval political thought (AHR, 1951), Touchard
señala que el patriotismo descendió de los cielos a partir de la Baja Edad
Media. Pasó de expresar una lealtad al reino de Cristo, para hacerlo a los
reyes que estaban afirmando su autoridad en el derecho romano. Juan de
Salisbury concibe la patria como un cuerpo místico, pero durante la guerra de
los Cien Años el sentimiento patriótico se acerca al pro patria mori clásico. Juana de Arco expresa un patriotismo popular.
«La patria es un don de Dios y su tranquilo goce es necesario para la
realización de cada hombre.» A partir del siglo XV, el sentimiento patriótico
se disociará paulatinamente de las lealtades dinásticas. La relación entre
patriotismo y reconocimiento de derechos a los súbditos, queda resaltado por la
importancia que el Parlément de París, como tribunal
superior del reino, tuvo en la formación de la idea de una patria común
francesa. En Inglaterra, la defensa por el Parlamento de la Carta Magna en
1215, y con su confirmación en 1377, es una precoz manifestación de una noción
de patria arraigada en la idea de los derechos de los hombres libres que se
opone ante un rey claudicante ante el papado. Estos hechos, convertidos en
mitos legendarios, inspirarán el patriotismo revolucionario inglés en el siglo
XVII y el americano y francés del siglo XVIII. Como en el caso anterior, el
concepto de patria no aparece expresamente en la obra de Nicolás Maquiavelo,
quien emplea términos como provincias o Estados para referirse a unidades
políticas susceptibles de adhesiones patrióticas. Pero para la posterioridad,
el escritor florentino, primordialmente por el último capítulo de El
Príncipe, será considerado un patriota italiano, bien que Maquiavelo es la
verificación de que las ideas patrióticas clásicas se hacen presentes siglos
después hasta el punto de distorsionar la apreciación de la realidad italiana
en una mente tan aguda como la suya. Durante el Renacimiento, filósofos y
literatos ensalzan las virtudes patrióticas clásicas como modelos humanistas,
siendo Ronsard, al parecer, el primero que vierte la
palabra patria en lengua romance con tal significado.
4.
La revuelta de 1566 y la independencia de las Provincias Unidas en 1609 crean
un patriotismo que tiene raíces medievales, pero también elementos
renacentistas y aun otros de carácter más moderno, como un humanismo inspirado
en los derechos del ciudadano. Guillermo el Taciturno, después de su asesinato
(1584), es alabado como Pater patriae. Hugo Grocio tratará
con su obra de justificar históricamente los derechos del nuevo Estado
republicano y comerciante. Pieter Corneliszoon
Hooft (1581-1649) en su vasta obra histórica y
poética escrita en holandés, contribuirá decisivamente a crear los referentes
patrióticos. La república creada por el heroísmo de los geux,
los rebeldes puritanos de la primera hora, es una patria de bienestar y
libertad que cautivará a Descartes.
Con
la revolución de las Provincias Unidas se sustituía la lealtad a la
dinastía por la lealtad a las antiguas constituciones o fueros
que se entendía había violado el monarca. Las revoluciones inglesas del siglo
XVII y la norteamericana del XVIII pueden insertarse dentro de este esquema,
para diferenciarse de la francesa, en la que la ideología roussoniana
de la nación introduce un cambio fundamental. En efecto, en los escritos
políticos y en la obra poética de John Milton, se rastrean ideas patrióticas características
de la primera revolución inglesa. Milton, quien justificó el regicidio, asocia
el sentido de la predestinación histórica de los santos revolucionarios
puritanos, con las ideas de libertad, felicidad y virtud tomadas de la
antigüedad clásica. Años después del triunfo de la segunda revolución, el exiliado
tory Bolingbroke, cuyo deísmo influirá en
Voltaire, publica The idea of a Patriot King (1743), censurando la pérdida de la
identificación entre la dinastía Hannover, Walpole y
el bienestar del pueblo. Edward Gibbon en su famosa
obra sobre la decadencia del Imperio romano (1776) escribe que la «virtud
pública que los antiguos llamaron patriotismo nace del entrañable concepto con
que ciframos nuestro sumo interés en el arraigo y prosperidad del gobierno
libre que nos cupo».
La
Revolución norteamericana exalta un patriotismo con parecido sentido, distante
de sentimientos nacionalistas. Los partidarios del federalismo y del
autogobierno local fueron reluctantes a la idea de la nación, asimilable pronto
a tendencias centralizadoras.
Los principios políticos de la Unión Americana
tenían en los derechos del ciudadano su patrón. Tocqueville
observará que América a comienzos del siglo XIX «era un amplio cuerpo que no
presenta objeto definido de sentimiento patriótico». La posterior capacidad de
asimilación de un número tan grande y variado de emigrantes podría explicarse
por el hecho de que el patriotismo norteamericano fue el último que podríamos
enmarcar dentro del modelo clásico, ya que no se confunde con sentimientos
nacionalistas. Un patriotismo de este tipo, aunque enervado por los
acontecimientos revolucionarios, sólo puede entenderse como producto lógico de
sociedades que se organizaban conforme al derecho (y no conforme a la cultura o
la etnicidad), como sucedía en las sociedades holandesa, inglesa o
norteamericana entre 1609 y 1776. La idea de que la forma de los Estados
debería estar determinada por razones étnicas, surge después, novedosamente, en
1815 durante el Congreso de Viena.
5.
El partido patriota en víspera de la convocatoria de los Estados Generales
(1789) era el de Mirabeau, Condorcet,
Lafayette y Siéyes: el defensor de las ideas nuevas.
La revolución multiplicará la carga política que poseía la idea de patria con
el concepto de nación como fuente exclusiva de la soberanía legítima. Cuando Sieyés afirma que si se eliminaran los órdenes
privilegiados, la nación no sería algo menos, sino mucho más, implícitamente se
está justificando la guerra civil y la exclusión de los enemigos de la patria
y de la revolución —que ahora son los mismos—, los aristócratas. «Todos los
enemigos de la libertad se arman contra nuestra Constitución», reza el Decreto
de 11 de julio de 1792 convocando a la movilización general contra los
ejércitos aristocráticos de Europa. Pero la invocación está escrita en la terminología de los mitos
de Juana de Arco: «¡Ciudadanos, la Patria está en
peligro!»
Hasta ahora el patriota
gozaba de aquello que despertaba su patriotismo. La idea de la nación como
fuente de poder político para grupos humanos definidos por la historia, la
cultura o el territorio introducirá en adelante nuevos elementos. La nación presupone poder político, y el patriota que carece de él, lo
demanda. El patriotismo volteriano clásico
del ubi bene, ibi
patria, es arrinconado por por la idea roussoniana de lealtad a comunidades homogéneas. En el Diccionario filosófico
Voltaire ha podido escribir que «se tiene una patria bajo un buen rey, no bajo
uno malo». Tras la revolución, se impone la idea rousseauniana de jurar
fidelidad a la patria y a la Constitución, que son lo mismo desde el prisma de
la nación. Le citoyen est
né, vit et meurt pour la patrie. La nación es un dios absoluto en cuyo altar ha de
ofrecerse a la patria todo: a partir de Fitche, Herder y del nacionalismo romántico posterior al Congreso
de Viena, incluso la libertad y el bienestar del ciudadano.
Si
la revolución ha identificado patria y nación, la contrarrevolución
identificará el trono y el altar con la patria. En
Rusia, en Alemania, en Austria o en España, Napoleón ha fermentado por reacción
un nacionalismo poderoso que no se basa en la concepción constitucional de la
soberanía nacional, sino en el derecho de cada pueblo, y de su príncipe soberano,
a afirmar su historia, su lengua o su raza, incluso contra la idea de la
Constitución o de la división de poderes. Éste es el momento en que el
patriotismo es invocado por los legitimistas conservadores por contraposición
al nacionalismo que, según su primer definidor, el abate Barruel,
es la pérfida aceptación de la licitud de engañar y ofender a los extranjeros.
Irónicamente añade: «Esta virtud se llama patriotismo» (Mémoires
pour servir á l'histoire du
jacobinisme, 1798).
6.
En España, el debate sobre los caracteres nacionales se inflama de patriotismo
con ocasión de la famosa polémica levantada por el escrito de Nicolás Masson de Morvilliers en la Enciclopédie Méthodique
(1782). A las preguntas ¿qué se debe a España?, ¿qué es lo que ha hecho por
Europa?, Morvilliers responde: nada. Las réplicas de
José de Cavanilles, Juan Pablo Forner, Juan Francisco
Masdeu o de Antonio de Capmany
y Suris de Montpalau, son importantes
sistematizaciones «en favor de la patria y del espíritu nacional». Después de
1808, al producirse una «conmoción patriótica sin precedentes», la palabra
patria adquirió un nuevo significado. «La palabra patria era nueva en las bocas
y oídos de los españoles y si de término usado solamente en los libros pasó a
ser aclamación popular, no pudo venir a uso sin traer consigo el acompañamiento
de ideas que de ella despierta y abarca», escribe A. Alcalá Galiano en Índole
de la revolución de España en 1808. Las nuevas ideas son que «El Pueblo,
así como a desobedecer, aprendió a mandar y a estarse continuamente mezclando
en negocios de Estado». El regreso de Fernando VII produce obras, nada
originales, del tipo de la del Padre Rafael de Vélez (Apología del Altar y
del Trono, 1818). Sin embargo, a partir del reinado de Isabel II, autores
como Martínez de la Rosa o Cánovas del Castillo o Juan Valera dedican su esfuerzo
intelectual en desarrollar los conceptos de nación y de patriotismo desde
perspectivas liberales. Cánovas escribe: «la patria no ha existido ni existe en
las aglomeraciones inconscientes de hombres, a quienes tan sólo el instinto o
necesidades materiales y recíprocas mantienen juntos por más que formen
ciudades y hasta grandes naciones». Sólo a finales del siglo XIX, los
sentimientos e ideas patrióticas son alteradas por la
conjugación de tres factores. La crisis del sistema político, la conciencia de
la decadencia que produce la guerra con Estados Unidos y en el norte de África
y la aparición de nacionalismos periféricos de signo disgregador. La generación
del 98 y aun Ortega, incurren en un diagnóstico literario y poco claro para que
pudiera haber sido trasladado políticamente de modo que un patriotismo hacia
España poseyese elementos modernos y democráticos alejados del casticismo. Francisco Ayala ha
escrito que la formulación de un patriotismo democrático fue la obra fallida de
la generación de la Segunda República. La dictadura de Franco agravó la situación al
confundir el patriotismo con la ideología del trono y del altar. La Constitución de
1978 posibilita definir un patriotismo constitucional que parta de la idea de
nación política formada por ciudadanos titulares de derechos, compatible, por
tanto, con el reconocimiento de las nacionalidades culturales, cuyos
precedentes han de buscarse en Blanco-White o Pi i Margall.
7. Los procesos de
reconocimiento político de las regiones en el seno de los Estados europeos, y
de integración política y económica de los Estados en el seno de la Unión
Europea, subraya las virtualidades del patriotismo clásico, del ubi bene basado en el ciudadano ibre que aspira al bienestar. Supondría la superación
del antagonismo entre nacionalismo y patriotismo, intuición fecunda señalada
por Robert Orwell en 1945: «el nacionalismo no debe ser confundido con el
patriotismo. Entiendo por patriotismo la devoción por un lugar determinado y
por una particular forma de vida [...] que no se quieren imponer a los demás
[...] contrariamente, el nacionalismo es inseparable de la ambición de poder.»
No se puede ser nacionalista europeo, pero sí patriota de Europa y al mismo
tiempo, como entre los clásicos, por ejemplo, de España y de Cataluña. Este
patriotismo constitucional parte de la autodeterminación del ciudadano
dentro de un Estado social y democrático de Derecho, y se configura como un
humanismo democrático cuyas raíces están en Atenas y en Roma.
J.
J. L. M.
[V.
—> Liberalismo, democracia y nacionalismo y —> Nación y nacionalismo.]
BIBLIOGRAFÍA:
CAMBRIDGE UNIVERSITY PRESS: Historia del mundo moderno, Sopena, Barcelona, 1976; LABORDA MARTIN, J. J.:
«Patriotismo constitucional y Estado democrático», Sistema, n.º108, Madrid, mayo de 1992; MORENO ALONSO, M.: «El
sentimiento nacionalista en la historiografía española del siglo XIX», Nation et nationalités en Espagne. Actes du colloque international organisé du 28 au 31 mars 1984, 5 Paris, par la Fondation
Singer-Polignac, Editions
de la fondation Singer-Polignac,
París; ORWELL, G.: The Collected
Essays, JJournalism and Letters of George Orwell, vol. 3, Secker
& Wartburg, Londres, 1968; TOUCHARD, J.: Historia
de las ideas políticas, Tecnos, Madrid, 1969;
VALERA, J.: Sobre el concepto que hoy se forma de España. Madrid, 1868.