CIUDADANOS DE ESPAÑA
Artículo de Benigo Pendás,
Profesor de Historia de las Ideas Políticas, en “ABC” del 10.07.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web
Con un breve comentario al final:
LA BISAGRA DE ESPAÑA (L. B.-B., 10-7-06, 23:00)
...
La tentación radical es mucho más peligrosa. El populista renuncia a las ideas,
suplantadas por una mezcla de vulgaridad con mentira. Hace el juego al PSOE y a
sus amigos, porque fomenta la desunión y espanta al voto moderado. Causa un
daño irreparable a la libertad que dice defender...
La izquierda sigue ganando la batalla de las
ideas. De hecho, fija las reglas del juego, otorga patentes de legitimidad y
ajusta las piezas según su conveniencia. No importa ser coherente. Toda Europa
refuerza al Estado-nación, mientras Zapatero alienta a las ficticias naciones
sin Estado. Los hechos son tozudos. Francia deja muy claro que -cooperación al
margen- ETA es un asunto interno español. Los ingleses dudan de que un escocés
(léase, Gordon Brown) pueda ser primer ministro, reproche que no parece afectar
a Tony Blair. El Olivo y muchos italianos más dicen «no» a la reforma
insolidaria impulsada por la Liga Norte. La Gran Coalición alemana da luz verde
al pacto constitucional para eludir la trampa del consenso. Se refuerzan las
señas de identidad común, mientras la gente vibra con himnos y banderas en el
Mundial de fútbol. Sin complejos y sin prejuicios. Con toda naturalidad.
La teoría política ofrece también pruebas
concluyentes: socialismo y nacionalismo son opciones incompatibles. No hace
falta acudir a las historias clásicas del pensamiento socialista, de Jacques Droz o de G.D.H. Cole. Basta con leer páginas más
recientes. John Dunn es un representante de la
escuela de Cambridge: «El nacionalismo es la vergüenza política más cabal del
siglo XX». Otro ejemplo. En el «Manifiesto por una nueva izquierda», de Peter Glotz, editado entre nosotros por la Fundación Pablo
Iglesias, se asegura que uno de los objetivos del socialismo es «la lucha
contra el nacionalismo». Es notorio que, según los padres fundadores, los
proletarios no tienen patria. Adaptación aquí y ahora: sí la tienen, salvo que
pretenda llamarse España. La confluencia social-nacionalista es un misterio
para el historiador de la ideas. Conozco, claro está, la monserga sobre la
crisis del sujeto revolucionario y la búsqueda posmoderna de nuevas minorías
que redimir. Incluso en ese caso, la izquierda europea no está dispuesta a
perdonar en bloque a las regiones ricas sus pecados capitalistas y burgueses.
Los nuestros, en cambio, perdonan, olvidan, comparten el poder y aíslan entre
todos al adversario común.
Vuelvo al principio: el dominio del poder
espiritual les permite trazar a su manera la línea divisoria entre progreso y
reacción. Desde la oposición, sirve de consuelo para imaginar que juegan a
favor del sentido de la historia. A veces es muy útil: el recurso pueril del
«no a la guerra» funcionó como resorte de una sociedad desquiciada por un
eventual terrorismo islámico ante el que carecía de respuesta moral. Existía
(ya casi no hay, por desgracia) un discurso ético y político contra la infamia
de ETA y la indignidad de sus cómplices. Pero no había argumentos que oponer ante
el «castigo» por apoyar al Imperio en Irak. La derecha nunca supo explicar sus
razones. La memoria es frágil, pero las hemerotecas están ahí. En lugar de
ilustrar a una sociedad espesa, unos sacaban a pasear al «Maine»; otros, la
querencia antiyanqui de sus andanzas juveniles. No
fue el caso de ABC. Insisto: si falla el recuerdo, es fácil buscar en el
archivo. Ahora todo consiste en denunciar tramas y conspiraciones, pero la
verdad no cambia: los que tanto gritan son los mismos que dejaron solo a José María
Aznar. El gran defecto de la derecha, en España y en todas partes, es la
entrega sin lucha de ese poder «blando» pero efectivo que determina el
comportamiento electoral en una sociedad de clases medias que se imaginan bien
informadas. Así seguimos. O quizá peor.
En democracia, el que gobierna tiene mucho
que mandar y no le quedan tiempo ni ganas para pensar. En cambio, ideas y
creencias reflejan el estado de ánimo de la oposición. El diagnóstico invita al
pesimismo. Al día de hoy, la derecha sólo actúa con firmeza cuando se agarra a
un clavo ardiendo: que Zapatero y ETA negocian un acuerdo indigno. A partir de
ahí, esta mitad de los españoles sobrevive malamente a las tentaciones de cada
día. Son tres, y se llaman -por simplificar- inercia, populismo y utopía.
Veamos cada una. El conformismo es la respuesta natural ante la crisis. Nuestra
vieja clase media tiene mucho que conservar. La nueva, encantada de sí misma,
no se entera de nada. Repliegue mental: la vida sigue, la economía va bien, el
país no da para más, este PP no me entusiasma, no sé si voy a votar... Es un
mal transitorio: hay mucha buena gente con ganas de que alguien despierte en
ellos, con razones y maneras adecuadas, esa conciencia cívica adormecida.
Llámese, si lo prefieren, patriotismo. La tentación radical es mucho más
peligrosa. El populista renuncia a las ideas, suplantadas por una mezcla de
vulgaridad con mentira. Hace el juego al PSOE y a sus amigos, porque fomenta la
desunión y espanta al voto moderado. Causa un daño irreparable a la libertad
que dice defender. Un liberal de verdad atiende a la lógica de las
consecuencias y no hace cuestión de las intenciones subjetivas. Allá cada cual
con su conciencia. Pero los hechos no engañan: quien simpatiza con las tesis
republicanas y destruye la confianza en las instituciones es un aliado objetivo
de los enemigos de la España constitucional. Por cierto: se lo están pasando en
grande y, al menos los más listos, jalean sin pudor a ese extremismo que tanto
les favorece.
La tercera tentación, de naturaleza estética,
es propia de sectores ilustrados, escritores estupendos, incluso de amigos muy
queridos. Es la que más duele, aunque sea a la larga la menos peligrosa. Da
igual si es por convicción o por oportunismo: Zapatero actúa como instrumento de
la síntesis hegeliana entre la ruptura (tesis) y la reforma (antítesis), que
supera la dinámica política de la Transición impuesta por el fantasma de los
poderes fácticos y la nueva legitimación de las clases dominantes. El análisis,
propio de la adolescencia intelectual, resulta eficaz. La Constitución ya no
sirve, al menos en términos materiales. Nuestro ciudadano inquieto entra al
trapo de inmediato. El régimen es inviable, asegura. Construyen luego una
hipótesis plagada de hermosas ofertas institucionales y pactos eventuales con
un sector imaginario de la izquierda. La derecha, camino de Utopía. Diez
millones de votos no sirven para eliminar la sensación de minoría acorralada.
El modelo se llama Ciudadanos de Cataluña, una iniciativa magnífica. Con dos matices:
que allí son, en efecto, minoría y que -si llega el caso- les quitarán votos a
los populares. «Big deal», como dicen los americanos.
Dentro de poco (es sólo una hipótesis, aclaro) algún centenar de firmantes nos
propondrá un manifiesto bajo el epígrafe «Ciudadanos de España». Dirán que nos
roban la patria y la libertad, que somos víctimas de persecución por causa de
la justicia, que son la voz que clama en el desierto... Tendrán una parte de
razón. ¿Y después? Seamos sensatos y no regalemos bazas al adversario. El PP no
puede comportarse como reflejo de una conciencia testimonial, sino como un
moderno «catch-all-party»:
la traducción, siempre discutida, suele ser «partido que lo atrapa todo». Ganar
las elecciones es la mejor forma de defender los principios. Todo lo demás
favorece la operación maquiavélica de aislar al PP no ya de los sectores ajenos
o indiferentes, sino de su propia base social. Se trata de luchar por ganar con
estos mimbres y estas reglas, aquí y ahora. La alternativa es perder por culpa
del desencanto, la maledicencia o la conciencia falsa de la realidad. Esto es
lo que hay. «Tertium non datur».
Breve comentario final:
LA BISAGRA DE ESPAÑA (L. B.-B., 10-7-06, 23:00)
Aún anda uno con la resaca mental de dos días intensos en Bellaterra, que voy rememorando lentamente para
asimilarlos, pero al fin parece que van aclarándose las ideas:
Hasta estos días no tenía claro el papel de
"Ciudadanos", pero ahora ya parece que voy disipando la niebla.
La necesidad de "C" en Cataluña me parecía
evidente: se trataba de construir una alternativa al nacionalismo expansivo que
iba dinamitando la democracia española desde Cataluña, a fin de recuperar la
unidad de España, la libertad y la solidaridad entre los españoles, mediante la
restauración del sentimiento democrático y "respublicano",
de defensa de la "cosa común y pública", del Estado, y de la
reconstrucción del patriotismo español y catalán destruidos por la
esquizofrenia, el particularismo y la insolidaridad.
Se trataba de perfilar la alternativa conceptual e ideológica al
nacionalismo identitario, uniformista
y monolítico, que una vez tuvo fuerza en España, robándonos la Patria, y ahora
la tiene en Cataluña y Euskadi, robándonos nuevamente la patria por partida
doble: la grande y la pequeña, la española y la catalana y vasca. La grande por
negarla desde un particularismo miope; la pequeña, por empequeñecerla todavía
más, reduciéndola en altura de miras y capacidad de integración del pluralismo
real.
La alternativa al nacionalismo identitario
es la nación cívica y la Patria plural, la defensa del
pluralismo y el rechazo del nacionalismo obligatorio; la aceptación de la
existencia de múltiples sentimientos de identidad ciudadana que pueden ir desde
lo más microcósmico hasta el ámbito más cosmopolita.
Pero al mismo tiempo, la afirmación de la existencia de unos intereses
generales y comunes, definidos por las instituciones democráticas y
representativas de mayoría y minorías, que es preciso defender y salvaguardar
frente a la anarquía y la miopía.
En síntesis, sigo creyendo que la ciudadanía y la democracia son
la mejor forma de recuperar un sentimiento patriótico potente de la mayoría,
frente a su usurpación por individuos o grupos que pretenden monopolizar
el nombre y la identidad común. Primero Franco y luego el nacionalismo
periférico han estado robándonoslos, identificando a los disidentes del
nacionalismo obligatorio como "enemigos de España" o de
"Cataluña", o de "Euskadi" o de "Galicia".
Y, por añadidura, con el patriotismo cívico y "respublicano", los que quieran sentirse ciudadanos del
mundo, o de Ganímedes, o apátridas, pues que lo sean,
pero que nos dejen a los demás ---creo que la mayoría--- superar la castración
producida por el autoritarismo compulsivo del nacionalismo.
Esto por lo que se refiere al perfil sumario de la alternativa
conceptual e ideológica. Pero queda por perfilar la alternativa estratégica, y
esa voy viéndola más clara cada día: Ciudadanos es la bisagra de España, el
partido que está dispuesto a jugar el papel de catalizador de la reconstrucción
de la democracia frente a su dinamitado por los nacionalismos periféricos y la
oligarquía irresponsable del socialismo. Ciudadanos puede alterar el sistema de
partidos catalán y español, jugando el papel de reconstruir la democracia
diseñada en el 78 frente a la degeneración producida por el nacionalismo miope,
la demagogia y la corrupción de la democracia. "C" puede jugar el
papel de bisagra española, reintegrando a un amplio sector de la ciudadanía
catalana al sistema democrático, y haciendo entrar en la dinámica política a
amplios sectores de la ciudadanía del conjunto de España descontentos con las
deficiencias del sistema y las corrupciones oligárquicas del sistema de
partidos. "C", que intenta integrar al liberalismo progresista,
al socialismo democrático y liberal y a los demócratas sin adjetivos, le dará
el poder a quien sea capaz de defender con más vigor la reconstrucción de la
democracia y de la identidad común. De momento, pondrá un freno a la deriva
destructiva del PSOE, obligándolo a cambiar de rumbo, y a buscar conjuntamente
entre los dos grandes partidos la reconstrucción de España. "C"
debería sustituir al nacionalismo periférico y a IU como bisagras necesarias
para formar la mayoría en el país.
¿Lo ven Vds. así? Ojalá, y así sea.