CUIDADO CON ESPAÑA
Artículo de Benigno Pendás, Profesor de Historia de las Ideas Políticas, en “ABC”
del 25 de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
El formateado es mío (L. B.-B.)
Con un muy breve comentario a pie de título:
DESARBOLADO, SIN RUMBO Y SIN TIMONEL
Luis Bouza-Brey, 25-2-10, 11:00
Llevamos seis años gobernados por un timonel
beodo, con un rumbo errático, y azotados por varias tempestades sucesivas: y así
hemos quedado, por lo que resulta muy difícil mantener a flote el pecio, y
mucho más restaurarlo para que vuelva a navegar.
Uno no es optimista, sobre todo, porque la
tripulación prefiere dormir a enfrentarse a la realidad.
L. B.-B.
Estamos
a punto de conseguirlo. Los españoles somos así: no hay manera de disfrutar el
sosiego propio de una sociedad madura y vertebrada. Por fortuna, todavía
frenamos un paso antes del abismo... Mal Gobierno; a veces, pésimo. Egoísmos
partidistas, territoriales o corporativos. Mezquindad y mala fe de quienes
actúan al servicio de intereses siniestros. La realidad es muy negativa. Las
perspectivas, mucho peores. La crisis económica destapa la caja de Pandora que
contiene los vicios nacionales. ¿Todo está perdido? De nuevo la desmesura,
aunque nunca faltan voces inteligentes, unas cuantas desde las páginas de ABC.
Banqueros y empresarios de alto rango han hablado alto y claro. La clase media
profesional y muchas gentes a pie de calle dicen cosas muy sensatas. El Rey
está en su sitio, como siempre. Aislados por su lenguaje autista, los políticos
apenas se toman la molestia de escuchar, salvo cuando el clamor aparece en
forma de encuesta. No, España no se hunde, ni se
recluye otra vez en el rincón oscuro de la historia. Algunos hacen
méritos para llevarnos al colapso, pero llega la hora de una reacción social y
de una exigencia moral con efectos políticos inmediatos: ante todo y sobre
todo, sentido de la responsabilidad. Las claves se llaman interés general y
política de Estado. Aunque sólo sea por instinto de supervivencia. Como
siempre, está en cuestión el futuro de nuestros hijos. Además, esta vez también
nos jugamos el nuestro.
Premisas
elementales. Primera y principal: la sociedad española mantiene una dependencia
patológica respecto del poder público en todas sus manifestaciones, desde el
ministro al bedel del ministerio, pasando -faltaría más- por el concejal de
urbanismo. Hay demasiados intereses en juego ante cada cambio de Gobierno. Por
eso no sabemos ganar o perder sin conducir al sistema hasta el límite de su
resistencia. La memoria no falla: González en el 82, secuela del 23-F; Aznar en
el 96, con el Estado abierto en canal; Zapatero en 2004, en la estela trágica
del 11-M. Vamos camino de otra hecatombe, esta vez social y económica, tal vez
para moldear una mayoría insuficiente, y otra vez vuelta a empezar... Segunda,
la más aparente. El proceso de selección de la clase política favorece a los
mediocres y excluye a los mejores, aunque no faltan excepciones. Sobreviven los
más hábiles a la hora de manejar el aparato de los partidos. Sobran los
independientes, los valientes y los ingenuos. Una reflexión reciente de Rajoy
debería tener consecuencias futuras: las leyes no favorecen la vocación
política de los más preparados. Sería bueno cambiarlas. En cambio, añado,
otorgan prebendas irritantes para la gran mayoría en forma de pensiones, gastos
de representación o despachos con estética discutible. No sólo pasa aquí.
Recuerden el bochorno reciente de los Lores y los Comunes. Consuelo para los
anglófilos: tienen que devolver hasta el último penique.
Vamos
con la tercera, tal vez la más grave. El Estado de partidos se traduce en
instituciones fallidas que sirven como arma arrojadiza en el marco de las
estrategias particulares. No sé si exagero, pero hay bastantes ejemplos entre
las instituciones surgidas de la Constitución. Por el contrario, otras aguantan
el tipo al amparo de su larga trayectoria histórica. Quiebra así la división
material de poderes, porque nadie controla de verdad a los gobernantes y todo
se reduce a un pulso partidista desplegado a través de los medios. Es decir,
Montesquieu en estado puro: fallan los «cuerpos intermedios». A partir de tales
premisas, la política en España discurre por algún lugar situado a medio camino
entre la realidad y la ficción, una suerte de teatro de máscaras con actores
estereotipados al estilo de la «comedia del arte». Repiten un discurso que
nadie escucha, a base de réplicas y dúplicas en las que a veces se cuela alguna
frase ingeniosa. En el marco de la atonía general, está rigurosamente prohibido
decir la verdad. La peregrina historia del «ATC» nuclear es la mejor prueba del
desconcierto de los dirigentes cuando las personas de carne y hueso irrumpen en
el espacio público. Esto es lo que hay, y nadie puede eludir las reglas, bajo
pena de exclusión fulminante.
Sin
embargo, hay diferencias notables entre unos y otros. Aquí y ahora, la
liviandad posmoderna muestra sus límites intrínsecos. Una política diseñada con
mentalidad de adolescente es incapaz de afrontar los desafíos que atenazan a
una sociedad compleja y desarrollada. Como el personaje de Balzac, Zapatero es
un «sofista de la acción». Ahora inventa el «pacto obligatorio», una aportación
singular a la teoría política. Sale del paso en clase de retórica, pero
suspende sin remedio a la hora de la gestión eficaz. Ante un problema real, su
actitud evoca el malvado comentario de Guicciardini sobre aquel duque de Urbino
que ordenó la retirada ante los españoles: «veni, vidi, fugi»: o sea que llegó,
vio y huyó, en contraste evidente con el gran Julio César. Y luego está el
sectarismo.
Contra
la vieja rabia hispánica, no existe remedio suficiente, aunque unos pocos
llevamos años en la lucha por un objetivo imposible. En lugar de la Política,
se impondrá -como siempre- el partidismo: no habrá pactos de Estado, cuestión
de confianza, moción de censura, ni mucho menos Gobierno de concentración o
elecciones generales. Cada uno, a lo suyo: unos, a sobrevivir para ver si
escampa; otros, a contemplar el panorama para recoger los restos del naufragio.
Zapatero en su mundo ingrávido, al modo machadiano: principios, negociables;
números, muy pocos; letras, las de Bob Dylan. En cuanto al PP, resulta mucho
más fiable en el terreno de la gestión y su estrategia política ofrece frutos
adecuados. Ahora tiene que insistir en una propuesta atractiva, planteada ya en
el debate reciente del Congreso.
Es la
hora de presentar el patriotismo como receta para situaciones de emergencia. El
mensaje «España es una gran nación, con un mal Gobierno», apuntado ya por
Rajoy, sigue la línea correcta. También fueron muy oportunas las palabras de
Emilio Botín o César Alierta en los momentos más confusos. Eso sí, patriotismo
significa hechos y no sólo palabras. Los políticos deben hacer algún gesto
sobre su «status», los empresarios sobre ciertas retribuciones injustificables
o los sindicatos sobre las ventajas de sus líderes y asimilados. El Ejecutivo
tiene que impulsar una reducción sustancial de gastos superfluos. También, por
supuesto, las comunidades autónomas: con permiso de Alemania, nuestro modelo
territorial es el más descentralizado de Europa, pero aquí todo el mundo mira
al Estado y nadie se aplica el cuento para no disgustar a la clientela. Un plan
de austeridad equitativo y razonable puede ser una buena medicina para recobrar
la confianza de una sociedad irritada. Cuidado con España, porque el asunto no
está para bromas. ¿Miedo al futuro? Siempre genial Elías Canetti: «Nada teme
más el hombre que ser tocado por lo desconocido».