SOBRE EL «TALANTE» Y OTRAS INSUSTANCIALIDADES
Artículo de Florentino Portero en “La Razón” del 12/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
La vida es cambio y el ejercicio de la política no es otra cosa que la acción
para dirigir ese cambio en un sentido determinado. De ahí que lo primero que
debamos exigir a un dirigente político sea, precisamente, su visión sobre el
futuro de una sociedad determinada y cómo llegar a ese objetivo. Durante
décadas, tanto los regímenes liberales como los democráticos hurtaron a la
sociedad determinadas esferas de la acción política, con argumentos como el
superior interés del Estado, la complejidad del proceso de toma de decisión, la
necesidad de cierta autonomía en su gestión... Era el caso de lo relativo a la
acción exterior del Estado y a determinadas áreas de la vida económica. Sin
embargo, el avance de la cultura democrática ha ido conquistando estos reductos
de elitismo para incorporarlos al debate general.
En los albores del siglo XXI podemos afirmar que sólo existe la política, que
la diplomacia, la defensa, la alta gestión económica han perdido su coto de
autonomía para pasar a ser la expresión del ideario político en un área
determinada. En una sociedad de masas como la que nos ha tocado vivir, donde la
comunicación y la información lo invaden todo, sólo presentando un programa
coherente dirigido a satisfacer un conjunto de demandas se puede lograr la
confianza de la ciudadanía durante un tiempo prolongado. Todos somos conscientes
de que el PSOE daba por perdidas las pasadas elecciones generales y que el
debate interno en las semanas previas se centraba en si Solana desplazaría o no
a Bono en la operación para sustituir definitivamente a Rodríguez Zapatero. Los
sucesos del 11-M crearon una situación nueva que el PSOE, apoyado por
determinados grupos mediáticos, supo aprovechar haciendo gala de una falta de
escrúpulos democráticos sin precedentes en nuestra historia reciente. Lograron
el triunfo, pero llegaron al poder sin un programa que mereciera tal nombre, sin
una visión sobre cómo España debía evolucionar. Peor aún, llegaron con un
partido volcado en labores de oposición, apurando cualquier tema que pudiera
debilitar al Gobierno, con la tranquilidad que da el saber que no tendrían que
asumir las más altas responsabilidades en un tiempo breve. Sus grupos mediáticos
daban alas a las demandas nacionalistas, justificando y legitimando posturas que
atentaban contra la Constitución, en su sentido estricto, y contra el sistema de
convivencia arbitrado tras la desaparición del Franquismo. El propio PSOE se
fragmentaba arrastrado por esa legitimación mediática y política de las demandas
nacionalistas. El tiempo transcurrido nos proporciona un cierta perspectiva de
lo que es el Gobierno de Zapatero. Sin duda, la expresión más característica,
aquella que quedará reflejada en los libros de historia, es el «otro talante»
del que se quiere hacer gala. La palabra en cuestión es enormemente
significativa. No hace referencia al fondo, sino a la forma. Implica la carencia
de una política, de una visión de España, tanto en su organización interna como
en su dimensión internacional, para reivindicar un modo de negociar. Si frente
al PP se mantienen formas propias de los años de oposición –culpándolo de todo,
tratando de arrinconarlo y de dividirlo–, ante las restantes fuerzas políticas
se muestra una actitud dialogante y comprensiva, como si lo que España
necesitara fuera la destrucción del PP y no la solución del amplio abanico de
problemas de todo tipo que tenemos frente a nosotros.
El talante se ha puesto en práctica y vamos viendo sus frutos. Marruecos ya
sabe que España dejará de ser un obstáculo para la anexión definitiva del
Sahara. Británicos y llanitos celebran con asombro que hayamos retirado nuestras
demandas y se disponen a consolidar su modelo constitucional, arrumbando en el
cajón de los recuerdos los ensayos de co-soberanía animados por Blair y Aznar.
Los gobiernos populistas o dictatoriales de Iberoamérica ven con alivio que
hayamos dejado de presionar a favor del avance de la democracia o que cejemos en
la defensa de los intereses de nuestras empresas. Los terroristas del Islam
radical festejan públicamente la facilidad con la que los españoles nos plegamos
a sus demandas y se disponen a golpear de nuevo. La ortodoxia de nuestra
política económica se deshace ante el primer embate sindical, mientras nuestro
comercio exterior retrocede alarmantemente y nuestra productividad continúa por
los suelos. Nacionalistas vascos y catalanes avanzan con seguridad hacia la
independencia, ante la actitud parsimoniosa del Gobierno. Zapatero parece
entender la política como un sistema de gestión de problemas, pero sin norte al
que dirigirse y sin más ambición que mantener a los suyos en el poder. La
solución parece estar en tratar de dar satisfacción a todos los que respaldan su
mayoría, mientras se convence a la ciudadanía de que todo está bajo control. Sin
embargo, esto es tan falso como imposible. No se sabe hacia dónde se va; las
políticas en su conjunto carecen de coherencia y los resultados lo irán poniendo
de manifiesto; los intereses de las partes son contradictorios y el «talante» es
percibido como debilidad, por lo que anima a mayores demandas. Dentro y fuera de
España el Gobierno pierde autoridad. De la misma forma que París, el «corazón de
Europa», ha dejado de contar con Madrid una vez que nos hemos plegado a sus
exigencias, Ibarretxe se atreve a mencionar el uso de la fuerza como medio para
resolver el problema creado por el Plan que lleva su nombre. El PSOE dispone de
una excelente cobertura mediática y sabe utilizarla. Durante años ha invertido
en la consolidación de una cultura política afín y ahora trata de asentar su
errática gestión en los principios y valores que la conforman. Es una excelente
máquina de poder acorde con los tiempos en que vivimos, pero carece de una
auténtica política, de una visión de España.