CUESTIONES
DE FONDO DE LA CRISIS ESPAÑOLA
Artículo de Pablo Sebastián
en “Republica.com” del 08 de agosto
de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Mucho se ha escrito de los indignados que no dejan de
ser un síntoma de la sociedad aunque hayan derivado en caos hacia ninguna
parte, pero poco se escribe y opina sobre las cuestiones de fondo que están en
la base y origen de la crisis española que no solo es financiera y económica
sino además democrática e institucional. Es cierto que en estos días todas las
miradas están pendientes de la actuación de los mercados en esta segunda semana
de agosto que ahora se inicia bajo el síndrome de una recesión global y de las
malas notas del rating y de la economía de los EE.UU.
Y en España, país marcado por la debilidad financiera,
se teme otra embestida de los mercados contra el Ibex y la prima de riesgo si
el Banco Central Europeo no lo remedia con una compra masiva de deuda pública
hispana y puede que también italiana, para frenar este segundo ataque que tiene
a los gobiernos de Madrid y Roma tiritando.
Todo ello hace que los esfuerzos se concentren estos
días en los movimientos de los mercados financieros y también en la posible
respuesta política a estos ataques que por lo que afecta al gobierno de Zapatero se reduce a esperar a ver qué
pasa, porque este presidente en retirada no quiere tomar nuevas decisiones que
empeoren electoralmente la ya difícil posición electoral de su partido, el PSOE.
Del PP se puede decir
igual: no propone nada ni está dispuesto a ayudar a Zapatero, y se limita a
pedir adelanto electoral.
Pero sobre los distintos niveles de la crisis española
no habla nadie ni se hablará en la campaña electoral en ciernes a pesar que
están íntimamente relacionados. Se trata de los problemas financieros ya
mencionados que tienen su base en la debilidad del sistema financiero público
con un déficit nacional y autonómico muy alto, y del sistema financiero privado
español muy tocado por el peso inmobiliario, devaluación de activos, la
morosidad y la falta de actividad económica, y los disparates de créditos a
granel de los pasados años. Sobre todo con problemas en las Cajas de Ahorro y
con el hecho no menos importante de que los primeros gestores de estas
entidades, y de ciertos bancos, no están cualificados o no están en condiciones
para presidir muchas de las entidades financieras del país que, para colmo, son
manejadas y están al servicio de la política.
Muy cerca del sistema financiero y en muchos casos con
una clara dependencia del crédito están las empresas del país, grandes medianas
y pequeñas. Las que quedan, una vez que han desaparecido muchas bajo la crisis,
y entre ellas una gran cantidad del sector de la construcción e inmobiliario.
También en las grandes empresas –y con pocas excepciones- la larga mano de la
política aparece con similar descaro que en el campo financiero. Y no solo en
empresas públicas o privatizadas sino en otras como las relativas a los grandes
medios de comunicación donde la connivencia del poder político, financiero y
mediático es de una promiscuidad portentosa que daña a todos y que corta las
alas de los medios de comunicación.
Este “totus revolutum” del
alto poder político, financiero, empresarial y mediático es uno de los grandes
lastres del sistema político y económico español que deteriora y falsea la vida
democrática de manera catastrófica y en beneficio siempre de los mismos que,
por supuesto, se niegan a abandonar semejante balneario de prebendas y tráfico
de influencias mutuas. Si a todo ello añadimos que muchos de estos actores son
propietarios de importantes cuentas opacas en los paraísos fiscales y que
manejan con gran habilidad las sociedades patrimoniales que hurtan al fisco
grandes cantidades de dinero, veremos que en este club de privilegiados reside
uno de los mayores problemas del país.
Es lo que algunos han llamado la “tercera Cámara”
cuando el presidente Zapatero se ha reunido en la Moncloa con los grandes
empresarios y banqueros del Ibex. Un falso cuarto poder que esconde en su
propia “recámara” al mundo de los grandes grupos de comunicación, como parte
crucial de todo ello y más por lo que callan que por lo que dicen o publican.
Luego está la crisis institucional, que empieza por la
clara intromisión de los poderes Ejecutivo y Legislativo en el poder Judicial,
donde además anidan otros problemas de gran calado con el absurdo modelo
de los tribunales de las autonomías, o la dura competencia entre el
Constitucional y el Supremo, o la intromisión del gobierno en la Fiscalía, o
por la sola existencia de las asociaciones de magistrados, que son partidos
políticos de los jueces que desdicen su independencia y credibilidad.
En la Educación y la Sanidad hay otros muchos
problemas de alcance nacional, pero la crisis institucional habita con especial
virulencia en el poder Legislativo que incluye un Parlamento partitocrático que no representa directamente a los
ciudadanos y que lejos de controlar al Gobierno está a su servicio. Y por si
algo faltara –y contra lo que dice la Constitución- el Congreso permite el
mandato imperativo de los jefes de partido, y en el Senado lo mismo, aunque da
igual porque carece de toda capacidad legislativa. Podría añadirse que los
reglamentos de ambas Cámara dejan mucho que desear e impiden a un diputado
hablar cuando lo desee en el nombre de la soberanía nacional, si no está
autorizado por el jefe de un partido o grupo parlamentario.
Judicial y Legislativo están a las órdenes del
Ejecutivo, que se queda con todo, incluida la influencia en el mundo
financiero, empresarial y de la comunicación. Con el agravante de que –como en
casi todos los cargos públicos en España- los ciudadanos tampoco eligen
directamente al jefe del poder Ejecutivo, sino que el elector crucial –en todo
el ámbito político- es el aparato del partido que gana las elecciones. Y tan
poderoso señor carece del menor control a la hora de nombrar ministros, altos
cargos y embajadores, sin que nadie, ni una ley o el Parlamento, controle la
calidad y preparación de los gobernantes y los más altos representantes del
país, lo que nos ha llevado –sobre todo bajo la presidencia de Zapatero- al
reino de la incompetencia y la mediocridad.
Por supuesto, en el nivel de la política y las
instituciones no se puede perder de vista la cosa –por así llamarla de alguna
manera- del sistema autonómico de España, ahora en ruina general, con una
autonomías que son impostadas, sin arraigo histórico o cultural, que son
insolidarias con sus vecinos y además llevan en su interior el problema del
independentismo vasco y catalán.
Y todo esto, que tapaba la euforia económica del boom
del ladrillo y del crédito a granel de los pasados años, se ha quedado a la
intemperie y en los huesos. Y todo ello –ley electoral incluida- merece un gran
debate y una reforma en profundidad en todos y cada uno de estos frentes,
camino de una imparable reforma constitucional. ¿Para cuando?
Pues debería ser para ahora mismo, para que la reforma democrática,
institucional, económica y financiera hiciera acto de presencia en los
programas electorales que van a ver la luz en las próximas semanas camino de la
cita con las urnas del 20-N. Pero mucho nos tememos que nada de todo esto se va
a plantear porque la clase política que vive de la política –y no para la
política y el interés general- prefiere que todo se quede como está.