EL TRÁGICO DILEMA DEL PRESIDENTE

 

 Artículo de Pablo Sebastián en “La Estrella Digital” del 10.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

El presidente Zapatero y su Gobierno están bajo mínimos por su falta de compromiso con España
—el presidente dijo el jueves que había que desarmar el patriotismo español para buscarle sitio al patriotismo catalán— y sus muchos errores, en especial sobre el proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña, que lo convierte en el protagonista de un clásico dilema: “o abandonaste la guardia o dejaste pasar al enemigo, en ambos casos mereces la muerte”. Y en este que nos ocupa Zapatero está ascendiendo, por méritos propios, a su “cadalso político”, salvo un milagro que sólo puede venir de Cataluña: la voluntaria inmolación de Maragall, padre de la catástrofe en la que con tanto entusiasmo colaboró Zapatero, mientras que Carod empujaba la nave del desconcierto por los rápidos de un caudaloso río sin retorno hacia la catarata final, a cuyo precipicio nos acercamos.

El deterioro del presidente es incesante. Lo afirman los ciudadanos en las encuestas (el 49% frente al 23% cree que gestionó mal el Estatuto catalán, el PP está a sólo 2 puntos del PSOE y sube mas de 3 en Cataluña, según El País), y también lo reconocen algunos de sus ministros, como Bono, quien, paternal, intenta que el presidente rectifique
—“confío en su capacidad política”—, y destacados dirigentes del PSOE, González, Guerra, Chaves, Ibarra, Barreda, Simancas. Los mismos que, temerosos por el riesgo real de perder el poder, le piden, paradójicamente, a Rajoy y al PP que se inmolen negociado el Estatuto catalán para salvar de la crisis a Zapatero y a su Gobierno (sic).

La crisis ha llegado tan lejos que Zapatero no tiene salida porque las distintas vías del cruce de caminos en el que se encuentra no conducen a ninguna parte. Si no admite a trámite el Estatuto catalán, o lo rectifica a fondo, romperá su relación con el Gobierno tripartito de Cataluña, que entrará en crisis, y correrá el riesgo de sufrir una ruptura en el seno del PSC-PSOE, donde Maragall y Montilla aparecen como los principales autores del disparate que han traído a Madrid. Asimismo, Zapatero perdería en el Congreso el apoyo de los nacionalistas (no aprobarían los nuevos Presupuestos del 2006) y se vería obligado a convocar elecciones anticipadas en una difícil situación política y personal.

Si, por el contrario, el presidente se empeña en aprobar, a solas con los nacionalistas, el Estatuto de Carod, Mas y Maragall después de unas moderadas rectificaciones, se abrirá una gran bronca nacional, la rebelión de otras Autonomías y una crisis en el PSOE que al final obligarían al presidente del Gobierno a dimitir en el Comité Federal de su partido, para dar paso a otro líder, e incluso a otro presidente del Gobierno, si es que se resisten a unas elecciones anticipadas.

Pretender, como pretenden algunos ministros y dirigentes del PSOE, que en las actuales circunstancias el PP salve a Zapatero y que Rajoy se sacrifique en la operación, prueba que el desvarío ha invadido las filas del PSOE, donde, salvo muy pocas excepciones, como las de Bono, Guerra e Ibarra, nadie supo reaccionar a tiempo sino todo lo contrario: le dieron alas a Zapatero y Maragall, sin analizar las consecuencias del desvarío. Y aquí incluido su portaestandarte mediático El País, que avaló el Estatuto, apoyó un Estado Federal (Cebrián dixit), y que ahora se suma a las plañideras que piden el socorro del PP, sin dejar, al mismo tiempo, de insultarlo con la misma sinrazón con la que denigran a los otros medios que han defendido y defienden la unidad de España y el interés general.

Sólo la dimisión de Maragall —el que ahora confiesa que se ha equivocado, a la vez que reconoce que la pésima situación de Zapatero “no es envidiable”— y la convocatoria de elecciones en Cataluña podría darle un respiro al presidente español. De lo contrario, es Zapatero el que deberá pensar en su pronta retirada si no cuenta con el apoyo de los nacionalistas o de su partido, en un intento desesperado por mantener el poder en las manos del PSOE y de reconducir la situación hasta las elecciones del 2008.

Aunque, a corto plazo, Zapatero va a intentar ganar un tiempo precioso mediante la admisión a trámite en el Congreso del nuevo Estatuto el próximo 2 de noviembre. Lo que le permitiría aprobar los Presupuestos del 2006, renovables automáticamente en el 2007, y llegar a las elecciones de marzo del 2008, incluso aunque fracase el Estatuto en la Comisión y en el 2006 se rompa la relación del Gobierno con los nacionalistas. Ésta y no otra es la táctica a la desesperada del Gobierno y del PSOE, a pesar de que en ella se incluye el riesgo de la conflictiva negociación estatutaria durante el 2006 en beneficio del PP y de su electorado. Y todo esto contando con que antes, durante la admisión a trámite de semejante Estatuto, no se produzca ninguna deserción de diputados del PSOE.

En cuanto al PP, hay que reconocer que ahora tiene ante sí una oportunidad de volver a conectar con una mayoría de los españoles, pero siempre que Rajoy y su equipo hagan bien las cosas que tienen que hacer. Pero si, paralelamente a esta denuncia nacional, el PP abre otros frentes que producen rechazo del centro —la guerra de Iraq, el 11M, los homosexuales, las procesiones políticas de la Iglesia, etcétera— y se sitúa en la extrema derecha al ritmo que marcan sus predicadores mediáticos y los responsables de los graves errores del pasado —Aznar, Acebes y Zaplana—, entonces el candente debate de la unidad nacional se transformara en el eterno de las dos Españas. Y Rajoy —como lo pretenden algunos de su partido— perderá su gran oportunidad de consolidarse como alternativa nacional.

Zapatero está inmerso en un trágico dilema, y Rajoy también, por más que el suyo no sea tan trascendente para los españoles, entre otras cosas porque no está en el poder. El caso de Rajoy es menor y más sencillo: debe escoger sus prioridades entre defender el interés nacional o las políticas partidarias y personales de su entorno actual. Todo a la vez lo llevaría a una confusa situación política y personal. Aunque la de Zapatero y la del Estatuto son las primeras incógnitas que habrá que despejar.