AHORA SON LOS CAYUCOS
Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 16.05.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Después de las pateras, los
cayucos. Esas piraguas mauritanas pronto serán parte de nuestras metáforas de
cada día, como el tsumani, la bomba-lapa o como los giros humorísticos del
programa «Cámara Café». Quizá sea el viejo humor estoico de un pueblo que lo
aguanta casi todo, como está aguantando las grandes dosis de impremeditación que
son un rasgo del Gobierno de Zapatero, consecuencia de su llegada inesperada al
poder después del 11-M, hace ya más de dos años. Entre tantos, la inmigración en
un caso paradigmático. Vimos el desbordamiento en la frontera de España en el
norte de África; lo vemos en la llegada a Canarias de los cayucos que proceden
de Mauritania y Senegal. Sin duda, este es un problema grave en todo el mundo y
ayer mismo el presidente de los Estados Unidos tenía que dirigirse a sus
conciudadanos sobre las dimensiones de la inmigración ilegal y qué hacer con los
doce millones de extranjeros sin papeles. George W. Bush anda buscando un
término medio entre la deportación masiva y el arraigo que contribuye a la
riqueza del país. En el Senado norteamericano se aproxima una durísima batalla
legislativa sobre la inmigración. Lo que nadie discute es que todo gobierno
tiene el deber de garantizar seguridad en las fronteras.
Aun asumiendo que el Gobierno inexperto de Zapatero tuviese que improvisar sus
primeras acciones, en materia de inmigración no se daba una carencia de
precedentes: se conocía la experiencia de gobiernos anteriores con etapas
hegemónicas del PSOE, había experiencia local y autonómica, muchos parangones
con otros países y en especial en la Unión Europea. Podía ser útil la evolución
de otros gobiernos de izquierda desde la permisividad arcangélica al control más
riguroso. Existía, en el caso de nuestra permeabilidad en el norte de África, la
pululación revelada por el 11-M.
El arribo a Canarias de una rudimentaria flotilla de cayucos -operación
comercial de las más bajas instancias- ha demostrado en estos días cómo el
Gobierno de Zapatero prácticamente no había hecho nada con la situación de
alarma: promesas, cortinas verbales, retórica monclovita postconsejo de
ministros del viernes. Ni una advertencia a Mauritania, ni un gesto de
prevención al Senegal. Ni el perfil de un buque de la Armada española surcando
aquellas aguas para aviso de navegantes. Todo un sistema de seguridad de
nuestras fronteras puesto en jaque por unos traficantes de carne humana que
posiblemente operen con buques nodriza. Cualquiera sabe de la naturaleza
explosiva de la situación en zonas de las islas Canarias en los últimos tiempos
por efecto de la inevitable suma de saturación y de percepción de una amenaza de
saturación. La respuesta ha sido la sonrisa, la promesa de diálogo y, en
definitiva, una cierta inconsciencia de lo que significa gobernar. Uno puede
caminar sobre las aguas de La Moncloa, pero no en la ruta de los cayucos.
De las anteriores intervenciones del Gobierno Zapatero ante la inmigración, el
resultado más a la vista ha sido un incremento del efecto llamada. No es fácil
gestionar la inmigración, y más difícil es todavía si se recurre a los métodos
de la facilidad. «Que no nos llamen duros, intransigentes» es un mal signo
político cuando lo que la gente pide es firmeza. Es obligación de todo gobierno
hacer lo imposible para controlar los flujos migratorios, para que el efecto de
saturación no crispe, para que el grado de cohesión sea permanente, para que el
recién llegado acepte nuestras leyes y las cumpla. Apalancados en la psicología
del apaciguamiento, los estrategas de La Moncloa parecen desestimar la estela
azarosa que ha dejado la inmigración en la política europea de los últimos años.
Mientras la armonización de políticas inmigratorias a escala europea sólo sea un
documento, mejor es no olvidar que Mauritania -según recuerda la BBC- esperó
hasta 1981 para abolir la esclavitud y todavía hay quien no se lo cree.