FRANCO, LA GUERRA, AZNAR, EL 11-M... LA IZQUIERDA RESUCITA ENFRENTAMIENTOS PARA ACALLAR LA VERDAD

 

 Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 04.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Escribir sobre el debate del Estatuto catalán dos días después tiene el inconveniente –o la ventaja- de que ya se ha dicho casi todo, por lo que me van a permitir que rehúya lugares comunes sobre la constitucionalidad del texto y la forma en que el Parlamento español ha permitido un fraude de ley con los votos de la mayoría, y les hable desde el corazón de quien pasó toda la jornada entre la tribuna de prensa y los pasillos del Congreso escuchando discursos y opiniones diversas. Les diré, no quiero llamarles a engaño, que cundió en mi una mezcla de sentimientos entre la decepción y la tristeza por lo que considero ha sido el mayor ataque a la línea de flotación del consenso constitucional y el modelo de Estado, un auténtico golpe al sistema democrático perpetrado desde una supuesta mayoría parlamentaria –que no social- que no ha dudado en burlar la ley y pisotear el Estado de Derecho.

Pero, quizás, ocasiones como esta, de la trascendencia de esta, son las que actúan como detonante que despierta a una parte, al menos, de la sociedad y la saca de su letargo para luchar por su libertad y los derechos individuales. De ahí que cuando Mariano Rajoy subió como un ciclón a la Tribuna de Oradores para hacer una defensa cerrada de la soberanía popular y la democracia liberal en contraposición a la pretensión totalitaria y autárquica de los responsables del Estatuto y, sobre todo, de quien desde Madrid lo utiliza como arma para su pretensión personalista, me quedó, al menos, la esperanza de ver en él a un hombre que concede valor a la libertad individual y que es sensible a los peligros inherentes a todas las formas de poder y de la autoridad.

No lo percibí yo solo. La apelación de Rajoy al Estado de Derecho, la democracia y la libertad cayó como una bomba de relojería en medio del charco de relativismo y mediocridad que hasta ese momento habían demostrado tanto los defensores del Estatuto –Mas, De Madre y Carod- como su impulsor –Rodríguez-. Activada por un resorte picajoso, la izquierda que Rodríguez quiere articular en torno a un nuevo Frente Popular del Siglo XXI reaccionó echando mano del resentimiento y removiendo las aguas de enfrentamientos pasados, odios y rencores, que es lo que mejor sabe hacer cuando ve ante sí el peligro de un discurso cargado de razón y en el que la verdad asoma desde su primera línea hasta la última. Había que hacer callar la voz discrepante que enarbolaba la bandera de la libertad.

Rajoy alzó la voz contra el espíritu de sistema, la ideología total, el pensamiento totalitario, el dogma y el fanatismo, que es todo lo que encierra el discurso de Rodríguez y sus socios parlamentarios y el proyecto con el que pretenden acabar con la Constitución de la Concordia. Y estos tuvieron que resucitar a Franco, sacar a colación la Guerra Civil, insultar a Aznar y, sobre todo, recordar Iraq y el 11-M, porque sin Iraq y el 11-M hoy la izquierda que representa Rodríguez, que no es la izquierda ilustrada y demócrata que en la madrugada del jueves votó a favor de la tramitación del Estatuto -tapándose la nariz por culpa de ese mal de la democracia que se llama disciplina de partido-, la izquierda de Rodríguez, insisto, no estaría en el poder ni en el mejor de sus sueños. Y esa izquierda se ha vuelto contra la libertad.

Ese fue el debate real del miércoles en el Congreso de los Diputados. Treinta años después del fin del franquismo, la batalla por la libertad vuelve a ser el asunto central de la vida política. Digámoslo sin tapujos: mientras una parte del Hemiciclo, la más numerosa, votaba a favor de un texto pseudoconstituyente que en sí mismo implica una merma sustancial de las libertades y los derechos individuales, que otorga a un poder cedido por la soberanía nacional, como es el del Parlamento y la Generalitat de Cataluña, una capacidad de control casi ilimitada sobre la vida de los ciudadanos de aquella región de España, otra defendía en solitario y frente a la intransigencia de los que no aceptan la discrepancia la esencia del Derecho Natural y los valores de la libertad y la democracia.

He escrito muchas veces sobre la libertad en este espacio, y lo haré tantas veces como sea necesario, porque pienso que esa es una hermosa batalla que merece la pena dar cuando otros pretenden amordazar la verdad –“la verdad os hará libres”- y tapar la crítica mediante la descalificación, el insulto y la resucitación del guerracivilismo. El discurso de Rajoy, lo digo sin ninguna clase de complejo, me llenó de esperanza. El de Rodríguez, de temor por nuestro futuro inmediato. Las intervenciones en el Pleno de Carod, de Puigcercós, de Llamazares, de Manuela de Madre -¡qué pena de mujer! ¡qué triste para los catalanes que los represente alguien que afirma, sin inmutarse, que la Inquisición comenzó en el Siglo XIX!- fueron la prueba evidente de que lo que aquí se sustancia, a partir de ahora, es una lucha por nuestra libertad, por nuestro sistema democrático y por el espíritu de consenso con el que accedimos a uno de los periodos más largos de convivencia en paz y libertad.

Esa es la verdad. Por eso intentan acallarla. Por eso merece la pena defenderla.