«MITAD LIBRE, MITAD ESCLAVO»
Artículo de Pedro J. Ramirez en “El Mundo” del 13.05.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
Con una apostilla a pie de título:
"A" es "R" (L. B.-B., 13-5-07)
Si no hubiera percibido con consternación el imparable avance de
las fuerzas esclavistas y la alarmante contaminación por esa doctrina odiosa de
algunos estados en los que hasta ese momento se la había mantenido a raya,
Abraham Lincoln probablemente nunca habría contribuido a crear el Partido
Republicano ni habría dado ninguno de los demás pasos decisivos de su carrera
política.
Estando dedicado con gran éxito a la práctica privada de la
abogacía, fueron una sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos y sus
consecuencias en la estabilidad territorial y los derechos de las personas las
que le sacaron de sus casillas y de una especie de autoimpuesto exilio
interior. La sentencia llegó en marzo del 57 cuando la sala presidida por el
juez Taney falló contra la solicitud de un esclavo llamado Dred Scott que
alegaba que, al haber sido trasladado por su amo sureño a uno de los nuevos
estados del Oeste en los que -en virtud del denominado compromiso de Misuri- la
esclavitud no era legal, él debía quedar automáticamente en libertad.
La resolución de la Corte Suprema era tan categórica y terrible
que ni siquiera reconocía al apelante legitimación alguna para recurrir a la
Justicia, pues establecía que los negros son «seres de un orden inferior...
indignos de asociarse en su conjunto con la raza blanca» y, por lo tanto,
ninguno de ellos era poseedor de «derechos que el hombre blanco esté obligado a
respetar». Esa era la verdad judicial hace sólo 150 años.
El siguiente paso, fruto de tal lógica infernal, fue la
declaración de inconstitucionalidad del compromiso de Misuri y la apertura de
los nuevos territorios de Arkansas y Nebraska al contagio del cáncer que
corroía los estados del Sur. Lincoln, que comparaba a los amos de esclavos con
«vacas hambrientas», dispuestas a devorar todos los pastos si se les abrían
«las verjas de sus cercados», consideró que la situación se había vuelto
insoportable y logró ser nominado candidato de los republicanos de Illinois al
Senado federal.
Su discurso de aceptación ha quedado -junto con la oración
fúnebre de Gettysburg y su segundo Mensaje Inaugural- como uno de los tres más
importantes de su vida. Lo redactó apuntando a ratos sus ideas en trozos de
papel que iba numerando y guardando en el forro del sombrero y lo pronunció en
Springfield en la noche del 16 de junio de 1858. Su principal planteamiento
estaba inspirado en un pasaje del Evangelio de San Mateo: «Una casa dividida en
su interior no puede prevalecer». Y su corolario, dedicado al presidente Buchanan,
caracterizado por su tibia condescendencia con el esclavismo, adquirió tintes
proféticos para el futuro de la Unión: «Estoy convencido de que este Gobierno
no podrá continuar permanentemente siendo mitad libre y mitad esclavo. Antes o
después, todo él se convertirá en una cosa o en la otra».
Desde que el último desafío etarra, a través del flagrante
caballo de Troya de la vetusta Acción Nacionalista Vasca, ha sido solventado
por Zapatero y su mayoría judicial mediante el salomónico procedimiento de partir
la criatura electoral por la mitad, aceptando un centenar de listas y
rechazando otras tantas, no se me quitan esas palabras de Lincoln de la cabeza
porque yo también estoy seguro de que ni nuestro Gobierno ni nuestro Estado de
Derecho podrán perpetuar su actual ambigüedad durante mucho tiempo.
Aunque algunos, empezando por el propio jefe del Estado, parecen
apostar por la doctrina del empate infinito, a ver si a base de pasarnos la
vida «intentándolo» se nos termina por olvidar incluso que existe un órdago
terrorista pendiente de resolver, yo tengo claro que la sociedad española no
continuará durante mucho tiempo «mitad libre, mitad esclava» de la coacción de
esa banda y sus acólitos; y debo reconocer que cada día me resulta más difícil
conservar el optimismo.
El miedo a actuar con vigor en defensa de los valores
constitucionales que, mucho más fácilmente que la traición mediante pactos
ocultos, explica la equívoca conducta de Zapatero desde que llegó a La Moncloa,
ha sido bien patente en episodios como los que han beneficiado a Otegi, De
Juana Chaos o todos los jarraitxus que han visto espectacularmente rebajadas
sus peticiones de pena. Pero ha alcanzado su paroxismo en este engañabobos que
ha sido la doctrina de la contaminación a medias de ANV. Por muchos jeribeques
jurídicos que hagan Conde-Pumpido -nefasto cerebro de esta hoja de ruta y
verdadero hombre fuerte de la situación-, la Sala del 61 y el propio Tribunal
Constitucional para avalar tan surrealista decisión, de lo único que podrán
llegar a convencernos es de que la Ley de Partidos tiene enormes goteras y de
que Zapatero es el responsable de no haberlas detectado y reparado.
Ofende al sentido común y desalienta cualquier impulso de
participación ciudadana o implicación en la vida pública que nuestro
presidente, nuestros ministros, nuestro Ministerio Público y nuestros
tribunales intenten hacernos creer que la mitad de un mismo partido está
infectada del más purulento de los virus y la otra mitad, limpia e impoluta. Si
de 250 listas presentadas se hubiera encontrado a notorios proetarras en 10 o
12, la realidad habría dejado espacio intelectual para alegar, como dice el
Constitucional, que se trataba de una invasión «gradual» y que basta con sajar
la parte gangrenada y mantener en estado de observación al resto del organismo.
Pero cuando son más de 130 las candidaturas en las que el entramado
ETA-Batasuna ha dejado una huella indeleble, amparar las restantes con la
presunción de inocencia sólo puede ser un signo de maldad, estupidez o impotencia,
pues equivale a presumir la autonomía del hemisferio oriental respecto al
occidental, como si uno y otro no estuvieran compuestos de la misma materia y
bañados por las mismas aguas.
No utilizo esta metáfora por casualidad. Basta contemplar en el
mapa en qué municipios se han anulado las candidaturas de ANV y en cuáles se
han preservado, para darse cuenta de que el lado izquierdo está lleno de bolas
negras y el derecho, plagado de nihil obstat. Es decir, que en las zonas de
Alava y Vizcaya, donde el arraigo de Batasuna siempre ha sido menor, se ha
hecho una inane exhibición de autoridad, mientras en Guipúzcoa y el norte de
Navarra se miraba hacia otro lado para permitir a los proetarras recuperar
cuotas de poder municipal e ingresos públicos en sus feudos tradicionales.
Es absolutamente falso que se haya actuado con criterios
objetivos. Todo el proceso -empezando por la filtración selectiva de los
informes policiales- ha sido manipulado por el Gobierno y la Fiscalía para
alcanzar un objetivo político predeterminado. Es obvio que ni el Supremo ni el
Constitucional han dispuesto ni de los elementos de juicio ni del tiempo
necesarios para haber examinado con lupa cada candidatura y que han tenido que
dictar a bulto sus complejas resoluciones de madrugada. El episodio de vodevil
con tintes de granujeo mediante el que el párrafo de la sentencia del TC más
útil al Ejecutivo, sacrificado por María Emilia Casas y su bloque gubernamental
en aras de uno de esos consensos nocturnos, reapareció por arte de prestidigitación
en el texto repartido a la prensa, demuestra -por cierto- cómo las gastan
algunos eximios magistrados y es un buen indicador de lo bajo que está cayendo
nuestro más alto tribunal.
Para muestra de la falta de rigor de lo acordado, el botón de la
ni siquiera impugnada candidatura de ANV por Miraballes, diseccionada desde la
más honda de las frustraciones por el concejal socialista del pueblo Niko
Gutiérrez: resulta que el cabeza de lista es el padre de Irkus Badillo
-conductor de la caravana de la muerte- y trató de concurrir ya en una
candidatura ilegalizada en 2003; resulta que el número tres es hermano del que
fuera líder local de HB y él mismo representó en el 99 a Euskal Herritarrok;
resulta que la número cuatro es hija de un conocido etarra y promovió en las
pasadas autonómicas la plataforma ilegal Aukera Guztiak; resulta que el número
cinco fue apoderado de EH en 2001; y así sucesivamente. Ni sobre uno solo de
sus 11 integrantes deja de proyectarse la sombra del hacha y la serpiente.
Puesto que similares ejercicios se han hecho ya sobre buena parte
de las demás listas blanqueadas, parece de justicia englobar las tres opciones
de hace unos cuantos párrafos en una sola carambola moral. Aquí se han juntado
la maldad de quienes han prestado su deliberado concurso a esta estrategia, la
estupidez de quienes se la han dejado meter doblada sin enterarse de qué iba la
fiesta y la impotencia de quienes -Francisco Hernando y algún otro magistrado-,
siendo plenamente conscientes de la maniobra, no han logrado evitar que se
consumara.
El desenlace no puede resultar más dramáticamente triste para
quienes durante años se han dejado la piel luchando por defender los valores de
la España democrática en el País Vasco y Navarra. Como en el mito de Sísifo,
después de lo trabajoso que resultó llevar hasta la cima de la ladera la pesada
piedra que supuso la construcción del consenso social, el pacto político y el
instrumento jurídico que permitieron ilegalizar a Batasuna y privarla al menos
de la plataforma institucional desde la que el propio Estado le suministraba la
cuerda con la que sus amigos verdugos ahorcaban a algunos de sus mejores
servidores, ahora todo ese mecanismo preventivo de probada eficacia se viene
abajo y no se vislumbra sino otro volver a empezar, en medio de nuevos mares de
dolor y con las fuerzas ya exhaustas.
La voraz e insaciable vaca del esclavismo ha logrado saltar la
cerca. Las resoluciones del Supremo y el Constitucional, unidas a las
anteriormente dictadas en los bochornosos casos ya consignados -siempre con
Conde-Pumpido como diabólico inductor-, van a tener los mismos efectos que la
decisión del Supremo norteamericano sobre el caso Scott. Porque la Ley de
Partidos -derogada de facto por esta burla disfrazada de ecuanimidad y
legalismo- era nuestro compromiso de Misuri que al menos establecía un dique de
contención a la propagación del mal. Y el primer territorio que, como Nebraska
o Arkansas en aquellos prolegómenos de la Guerra de Secesión, sufrirá las
consecuencias de esta claudicación será Navarra.
Comparto la preocupación expresada ayer por Jaime Mayor sobre el
telón de fondo de las encuestas coincidentes del CIS y EL MUNDO-Sigma Dos,
según las cuales a día de hoy un pacto PSOE-Nafarroa Bai arrebataría el control
de la comunidad foral a la actual mayoría navarrista. A mí tampoco me cabe duda
de que, si los números les salen, Zapatero empujará a los socialistas navarros
a emprender esa aventura, aun a costa de que buena parte de sus bases lo
interpreten como una traición. Sería lo coherente con las posiciones adoptadas
respecto a todas las demás exigencias de la banda terrorista desde que comenzó
el mal bautizado como «proceso de paz»: ruptura con el PP, equidistancia entre
el statu quo constitucional y la autodeterminación, aliento en el entorno
etarra de unas fundadas expectativas de obtener una rendición a plazos...
Es sobre esas arenas movedizas sobre las que está trazando su
camino Zapatero, desde la ingenua premisa -compartida a lo que se ve en las
supremas instancias- de que, a la hora de la verdad, nunca pasa nada o, en el
peor de los casos, el que venga detrás, llámese heredero o simple sucesor, que
arree, pues en definitiva este arte del compromiso sirve para garantizar la
tranquilidad del presente: es decir, toda una legislatura y tal vez dos con muy
pocas víctimas mortales. Será porque todavía llevo adherido a las suelas de los
zapatos el polen de los árboles de Blenheim Palace, pero el caso es que sólo
puedo contestarle con el taciturno pronóstico de Churchill: estamos
sacrificando la dignidad y la autoestima de la Nación para tratar de evitar la
reactivación de la guerra entre ETA y el Estado, pero ni recuperaremos la
dignidad ni lograremos eludir la guerra, a menos que optemos por alguna forma
de capitulación.
La gran diferencia con el caso del Ulster -además de todas las de
carácter histórico, geográfico, sociológico y jurídico- es que allí dos
fanatismos excluyentes han ido bajándose simultáneamente de sus minaretes bajo
la influencia moderadora de dos gobiernos democráticos. En cambio aquí ninguna
concesión incluyente de la mayoría constitucional -articulada por la soberanía
popular- en términos de autogobierno ha movido un ápice el estólido maximalismo
de una minoría independentista sólo avalada por sus atroces crímenes. Zapatero
cree que está jugando una partida de ajedrez con un antagonista de su misma
estructura mental y al otro lado del tablero la planta carnívora sólo aguarda
el momento en que se despiste un poco a la hora de alargar el brazo para mover
ficha.
Incluso si el aprendiz de brujo no es devorado en el empeño, la
fiera aprovechará todas sus flexiones para seguir recuperando el control sobre
espacios que el acoso de los gobiernos de Aznar le había obligado a abandonar.
Y como cada vez estará más cerca de la cima, lo único que quedará al albur del
destino es el momento de la suprema decisión: volver al enfrentamiento total en
peores condiciones que en el 99 o entregar la fortaleza. De momento vamos hacia
el segundo escenario por la vía del deslizamiento.
En 1858 Lincoln aún no se había dejado la barba y sus maxilares
protuberantes sobre las mejillas hundidas acentuaban esa mirada melancólica que
todavía hoy sigue advirtiéndonos de que luchar por la libertad no sale gratis y
tampoco garantiza el éxito. Buena parte de sus propios seguidores consideraron
el discurso de la Casa Dividida demasiado radical y le atribuyeron una porción
de la culpa de que fuera su rival, el tan carismático como demagógico e
inconsistente juez Douglas, quien ganara el escaño en el Senado. «Veréis cómo
llegará el día en que lo consideraréis como la cosa más sabia que yo haya dicho
nunca», les replicó Lincoln.
En 1860 ganó la Presidencia de los Estados Unidos y un año
después lideró en las tribunas y los campos de batalla la defensa de los
valores de la Declaración de la Independencia -«Todos los hombres han sido
creados iguales»- frente al supuesto derecho de autodeterminación de los
estados del Sur. Su país dejó de ser «mitad libre, mitad esclavo» y se
convirtió en la mayor democracia en la Historia de la civilización humana.
Antes de que concluyera ese siglo, León Tolstoi visitó una remota aldea del
Cáucaso, aislada del resto del mundo, en la que nadie sabía leer ni escribir.
Él habló a sus fascinados habitantes de las glorias de sus zares y del genio
militar de Napoleón. Ellos le plantearon un ruego: «Cuéntenos lo que sepa sobre
un héroe que hablaba con la voz del trueno, sonreía como el alba y actuaba a la
vez con la dureza de las rocas y la dulzura de la fragancia de las rosas... Fue
el jefe más grande que ha habido en la Tierra... Sabemos que se llamaba
Lincoln».