ZAPATERO Y 'LOS PODEROSOS'
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
El formateado es mío (L. B.-B.)
En la rebatiña entre el presidente del Gobierno y el grupo mediático que
históricamente ha mantenido con el PSOE una relación saprofita (RAE: «Se dice
de las plantas y los microorganismos que se alimentan de materias orgánicas en
descomposición») ocurre como en aquella polémica entre dos budas del periodismo
franquista, que se pusieron de chupa de dómine: los dos dicen la verdad. Es
cierto que a Zapatero han querido chantajearle a la vieja usanza -del «no hay
cojones para negarme la televisión» a «el Consejo de Estado lo controlo yo»- y
es cierto que Zapatero ha perdido el rumbo de la política económica y nos lleva
de forma incompetente hacia el mayor de los desastres. Si algún reparo cabría
hacer a ambas denuncias, es que las dos se han quedado bastante cortas.
Puesto que tenemos problemas demasiado acuciantes como para entretenernos mirando hacia atrás, demos por acreditada toda la retahíla de episodios en los que se traficaron impunidades por privilegios y centrémonos en el relámpago que iluminó el sábado de la semana pasada la sala en que se reunía el Comité Federal del PSOE. Cuando Zapatero proclamó: «Hemos sido capaces de decir 'no' a los poderosos», una mezcla de escalofrío, sentido de la emancipación y miedo a la libertad recorrió el espinazo de los más viejos del lugar. El velo del templo de las turbias complicidades se rasgó de arriba abajo y la tierra firme de los cómodos sobrentendidos comenzó a temblar.
Desde
ese día muchos cuadros socialistas duermen mal y moran en el desasosiego -no
nos engañemos, lo suyo es el «vivan las cadenas»-, pero en cambio su
Sastrecillo Valiente disfruta de estos 10 minutos de gloria en los que le ha
enseñado las tijeras al ogro de la montaña que exigía su tributo anual en forma
de descodificadores y doncellas.
El
episodio de las fotos de sus hijas -un absurdo gol en propia meta- le ha
amargado el viaje a Nueva York y Pittsburgh, pero esta semana volverá a
sentirse feliz, porque en un gesto de digna chulería mesetaria, muy a lo Adolfo
Suárez, él ha levantado el mentón, ha plantado cara al principal de los poderes
fácticos que pretendía tutelarle y se ha quedado tan ancho. «El que quiera
mandar, que se presente a las elecciones». Así de sencillo, así de claro, así
de justo.
La
rebeldía del depositario de la voluntad del pueblo contra los grupos de presión
siempre vende. Y si además beneficia de forma concreta e inmediata al ciudadano
-llega la competencia a la televisión de pago- pues el aplauso está
garantizado. ¡Qué bien sonó en labios de un ministro del Gobierno de España eso
de «hoy se han acabado 20 años de monopolio»!
¿Pero
qué hay detrás de esta cortina digital? ¿Estamos asistiendo a una nueva manera
de gobernar o sólo a un fugaz gesto de autoestima y, por lo tanto, a una
excepción que confirma la regla de las supeditaciones y los sometimientos?
Aclaremos,
en primer lugar, que estar contra los poderosos no es intrínsecamente bueno.
Todo depende de dónde emane ese poder y, sobre todo, de qué uso pretenda
dársele. De hecho, Zapatero se ha codeado durante cinco días con todos los grandes
de la Tierra y su actitud, en general deferente y receptiva, no merece
reproches, sino más bien lo contrario. Es la hora del multilateralismo, pero
sólo Estados Unidos y sus grandes aliados europeos podrán liderar esa búsqueda
de un nuevo orden mundial basado en mecanismos de respuesta a las grandes
crisis. Puede sonar algo cursi, pero en ese sentido su insistencia
poskennediana en preguntarse «qué podemos hacer por Obama», denota una buena
disposición y un ansia de dejar claro que aquella metedura de pata de la
bandera no iba contra Norteamérica, sino contra Bush.
La
cita del 13 de octubre en la Casa Blanca no será un encuentro de igual a igual
-no me imagino a las hijas de Obama contando ilusionadas los días que faltan
para poder hacerse una foto con Zapatero-, pero a España le irá bien si
aprovecha esta oportunidad de acercamiento a Washington. A todos nos conviene
por lo tanto que nuestro presidente siga congeniando con el hombre más poderoso
del planeta que, en todo caso, ha salido de las urnas después de uno de los
ejercicios más intensos y auténticos de democracia en la historia de la
civilización humana. Y otro tanto podríamos decir de Sarkozy, de Angela Merkel
si pasa su reválida de hoy -que la pasará- e incluso de Berlusconi, aunque sea
a costa de tener que tragarse una cháchara surrealista sobre si a la hora de
irse a la cama con una chica lo apropiado es pagar o no pagar.
Es
ante otro tipo de poderosos ante los que me temo que Zapatero seguirá siendo un
manso tigre de papel amaestrado. Y lo peor del caso es que son monstruos en
gran medida creados por él como emanaciones de sus fantasías y supersticiones.
Examinémoslos de menor a mayor, repasando el santoral de su iglesia laica. En
primer lugar tenemos a los Colectivos. Nos los encontramos durante la
tramitación del matrimonio homosexual y ya los tenemos otra vez aquí con lo de
la ampliación de la Ley del Aborto.
Puede
haber Colectivos formados por cientos de miles de individuos, pero no suele ser
el caso. Más bien proliferan los constituidos por unas pocas docenas e incluso
los que no incluyen más allá de cuatro gatos. Pero el poder de los Colectivos
no depende de su número de afiliados, sino de su capacidad de abducir los
sueños transformadores de Zapatero y su entorno más íntimo. Yo lo descubrí el
día que el presidente le dijo a un amigo que a él le parecía bien la
denominación de «unión conyugal» para compatibilizar la igualdad de derechos de
las parejas gays con el mantenimiento de la identidad de la institución
matrimonial y enseguida añadió encogiéndose de hombros: «Pero el problema es
que Zerolo no quiere». ¡Coño, «Zerolo no quiere»!
Ahora
que los poncios del Consejo de Estado se han lavado las manos, aconsejando que
las menores que quieran abortar estén obligadas a decírselo a sus padres, menos
cuando consideren que eso pueda generar un conflicto -«Cráneos privilegiados»,
que diría don Latino de Hispalis-, acabamos de escuchar que las modificaciones
al proyecto de ley se harán en todo caso de acuerdo con las organizaciones que
han apoyado su remisión al Parlamento. Vuelven pues los Colectivos.
Bastante
más poderosos aún que ellos son en la España actual los Sindicatos. Y eso, a
pesar de que su arraigo real en la sociedad es inversamente proporcional a su
enfeudamiento en el sanctasanctórum de las creencias irracionales de Zapatero.
Nunca se habían visto en otra el eterno prejubilado y feliz paseante en corte y
su nuevo coequipier. Quién pudiera darse las apacibles caminatas de Candido
Méndez, sesteando cual jovial koala bajo el sol de la ciudad. Pero, claro, unos
trabajamos; otros están, muy a su pesar, en el paro; y hay quienes se lo montan
de sindicalistas. Esperemos llegar a ver
el día en que los niños les tiren mondas de naranja por la calle. (Nada que
ver, claro, con quienes además de currar sacan unas horas para representar a
sus compañeros).
La
mejor medida de la hondura del pozo de la calamidad en la que nos está
hundiendo el papel inspirador de la política económica otorgado por Zapatero a
los Sindicatos -con derecho de veto y todo-, es el dato que anteayer publicaba
EL MUNDO: sólo los intereses de la deuda pública en 2010 casi duplicarán esos
11.000 millones que, según se anunció ayer, Zapatero sueña con poder recaudar
breándonos a todos a impuestos. No me extraña que Solbes y Jordi Sevilla salgan
huyendo y que hasta Solchaga tenga el morro de apuntarse a la denuncia de que a
este tío no le van a salir las cuentas.
Pero
lo que pasa es de cajón: como el koala y el tal Toxo no le dejan a Zapatero
facilitar nuevas contrataciones flexibilizando el mercado de trabajo, la gente
pasa de todos ellos y pacta sus condiciones laborales en el limbo de la
economía sumergida. Casi nadie coge los 420 euros, porque muchísimos parados de
larga duración llevan ya bastante tiempo ocupadísimos en el trajín de la
chapuza y no les quedan horas para cumplir con el paripé de los cursillos. Ya
que hemos hablado de Adolfo Suárez, pronto la gran hazaña de Zapatero habrá
sido completar el recorrido inverso a aquel que tan gloriosamente se hizo al
comienzo de la Transición cuando lo que era real en la calle pasó también a
serlo en la ley.
Son
sus quimeras sobre la protección social las que nos empujan por la senda de la
italianización, no en el sentido de la innovación, el diseño y la pujanza
empresarial; sino en el del divorcio entre una sociedad civil que va a lo suyo
y una clase política que se cuece, alejada de la realidad, en la propia salsa
de sus abusos. Y eso tiene una consecuencia práctica: ya puedes subir todos los
tipos impositivos que quieras, que se te seguirá cayendo la recaudación, con lo
que tendrás un caballo cada vez más escuálido con un jinete cada vez más gordo.
Y así hasta que el jaco reviente.
Y hablando de descuadres y huidas hacia delante, llegamos a la cueva
del Santo Grial ante el que se inclina Zapatero en sesiones ininterrumpidas de
adoración nocturna y diurna. O sea, a la sede de una trama de extorsión
política, meticulosamente organizada, con sus «capitanes» y mandos subalternos,
bajo las siglas de PSC: Poderosos Socios Catalanes. He aquí la causa directa de
las principales desdichas de España: la usurpación del papel de los
nacionalistas por parte de una cuadrilla de profesionales del poder,
encabezados por el lunático Maragall y el oportunista Montilla que, manipulando
los intereses de sus votantes para hacerse compatibles con el independentismo
radical, se han erigido, a la vez dentro y fuera del PSOE, en el mayor grupo de
presión de la historia de nuestra democracia.
Por culpa del PSC se rompió el consenso constitucional. Por culpa
del PSC se parió un Estatuto que destruye la unidad e igualdad de los
españoles. Por culpa del PSC se vulneran derechos fundamentales de familias y
comerciantes. Por culpa del PSC el Gobierno de España coacciona al Tribunal
Constitucional para que se trague ese rinoceronte, aun a costa de que María
Emilia y sus mariachis ingresen en la galería de infames y felones inaugurada
por el conde don Julián. Por culpa del PSC, CiU se ha vuelto soberanista y en
ERC compiten sus facciones por ver cuál es más independentista que la otra. Por
culpa del PSC se acaba de otorgar a las comunidades autónomas una cifra
adicional aún desconocida -¿por qué no desembucha de una vez Elena Salgado?-,
en todo caso muy próxima a esos mismos 11.000 millones que se pretende recaudar
de más, sin tan siquiera obligarles a cerrar sus ostentosas embajadas y sus
onerosas televisiones.
Entre
1993 y el año 2000 Pujol condicionó la vida política española, porque tanto
González como Aznar necesitaban sus votos. Era una situación desagradable, pero
la servidumbre lógica del juego parlamentario, porque ningún partido tenía
mayoría. Además, todo estaba claro y seguía habiendo algún margen para
satisfacer sus demandas sin estropear el invento. Ahora en cambio, vivimos la
farsa de que gobierna el PSOE apoyado en pequeñas minorías, cuando la realidad
es que se trata de una coalición entre dos partidos, uno de los cuales se
camufla o no bajo las siglas maternas, según le sea más útil para ejercer su
chantaje insolidario.
Que
González se plegara ante un grupo editorial para tratar de blindar los crímenes
de sus colaboradores era repugnante y que Zapatero conservara durante años esa
inercia resultaba bastante antipático. Pero España sólo
tendrá un horizonte de prosperidad y estabilidad el día que, cuando el
presidente vuelva a proclamar que ha sido capaz «de decir no a los poderosos»,
se refiera al PSC y ello implique que o bien se obliga a los socialistas
catalanes a volver a sus posiciones constitucionalistas de hace unos años, o
bien el PSOE concurre en Cataluña con sus propias listas y reforma junto al PP
la Ley Electoral, para que la insolidaridad deje de ser negocio. Así de
sencillo, así de claro, así de justo.